Si no estuviera respirando en estos precisos momentos, estaría completamente segura de que me había chamuscado. En el momento en el que la sangre de Eilam rozó mi lengua, una oleada intensa e irrefrenable de energía asfixiante se deslizó por cada milímetro de mi cuerpo con una precisión inhumana. Como si supiera perfectamente dónde ir y obrar su magia para que mi cuerpo se recompusiera de la forma lógica que debía.
A diferencia de lo que imaginaba cuando abrí los ojos, mi cuerpo no era pesado sino más bien lo contrario; ligero hasta el punto en el que tenía la sensación de ser capaz de levitar. Analizando a cada instante las sensaciones nuevas que se agolpaban en mi piel, me di cuenta que mis ojos se acostumbraron demasiado rápido a la luz que se filtraba entre la fina tela de la cortina hasta el punto en el que tuve que parpadear varias veces esperando a que una punzada me obligara a retozar con la cabeza metida en la almohada. Pero no sucedió nada de eso.
Me senté lentamente, quedando erguida a pesar de que algo cargaba tras mi espalda. Alargué la mano, intentando palmar el origen de mi confusión; un tejido sedoso, ligero y tan suave que parecía desear deshacerse entre las yemas de mis dedos. Conforme más me acercaba al extremo, la sensación era más rugosa, pero sin ser desagradable; eran músculos, lo supe al mover mis omóplatos para intentar hacer que se moviera una de mis alas.
Podían ser mi billete hacia la libertad, así que me gustaran o no su aspecto, valoraba antes su utilidad.
Sonreí entre sorprendida y agradecida que mi cuerpo se hubiera dignado a seguir respirando, aunque claro, tuve que hacer un maldito trato que sabía me costaría caro en un futuro no demasiado próximo. Por lo menos, de momento no parecía haber nadie en casa que me quisiera molestar en un momento como éste, en el que me encontraba tan confusa y vulnerable.
Ni un solo murmullo o paso resonó en el dormitorio o en el exterior; todo se había quedado suspendido en el tiempo, como si nada hubiera sucedido. Me sujeté el pecho con un patente miedo que me hacía luchar entre permanecer en la cama o salir corriendo de allí.
Aunque prefería salir volando.
―Esa no es ninguna opción, Portia. No al menos, por el momento.
La figura de Eilam apareció en el umbral de la puerta. Se había puesto una blusa de lino blanca cuyos cordones estaban desatados. Mostraba con orgullo el gran corte que ahora marcaba su pecho, como si lo que hubiéramos hecho fuera motivo de felicidad y de celebración.
A mí me estaba tocando la entrepierna; su maldita actitud era algo irritante hasta unos niveles que no podía tolerar. Me puse en pie, quedando enredadas mis piernas entre las mantas; mi caída fue estrepitosa y ridícula, por lo que Eilam no pudo mantener su compostura y comenzó a reírse. Todo fue a peor cuando moví involuntariamente mis alas, haciendo caer la mesilla de noche junto con la lámpara que se hizo añicos en cuanto tocó el suelo.
― ¡Eres un imbécil!¡primero me raptas y ahora te ríes de mis desgracias!¡no te soporto, joder! ―le grité mientras intentaba desanudar aquellas telas que parecían agarrarse más a mis piernas. Sí, aquel idiota había hecho algo para que comenzara a moverse de una forma similar a serpientes de seda. No iba a darle el gusto de pedirle ayuda, así que tomé la daga que reposaba en mi mesilla para rajar el tejido con un solo movimiento.
Los humos de Eilam se calmaron.
―Te cargaste la diversión. Se suponía que era una prueba para que comenzaras a palpar tus poderes. Las cosas pueden ser más fáciles.
Le saqué el dedo corazón, poniéndome en pie de la forma más digna que pude, pero mis alas tenían vida propia y no tenía idea de cómo demonios manejarlas. Incluso no era consciente de su tamaño o del poder que podían albergar. Eilam dio varios pasos hacia mí con confianza.
―Debes de calmarte, si no tú misma no serás capaz de controlar tu lado salvaje. Ya no eres humana y debes comprender que, a partir de ahora, tendrás los pensamientos y sensaciones a flor de piel, por lo que serás más pasional a la hora de tomar decisiones. La intuición a veces deseará tomar la delantera por encima de tu cabeza y ahí tienes que estar lo suficientemente entrenada como para hacer frente a tus impulsos.
―Y se supone que me vas a entrenar tú, ¿no? ―pregunté cruzándome de brazos. Aquello pareció ser una broma muy graciosa, puesto que se rio sujetándose el estómago. Di un zapatazo en el suelo― ¡Bueno, ya basta! Además, tengo mucho que saber. Demasiadas explicaciones deberías de darme y quiero que empiecen ahora.
Aquello zanjó el espíritu de bromas y buen ambiente que se había formado entre los dos. Asintió estoico, pidiéndome que lo acompañara al exterior. No tenía idea de la hora que era, pero por la poca actividad y el frescor que me hizo tiritar, probablemente sería demasiado temprano. Eilam me habló.
―Son más de las diez, pero ayer fue una fiesta importante, así que hoy la gente se toma un día de descanso. ―se giró en mi dirección, señalándome a lo alto del cielo, donde podían verse los picos de una gran montaña. ―Benbulnen, ¿preciosa verdad? Ahí es donde vivo.
Sorprendida, me di cuenta que se encontraba a una gran altitud en comparación a la ciudad, pero claro, él era un dragón así que le importaba un comino donde se encontrara su residencia. Una risa maliciosa se dibujó en el rostro; algo me decía que no me iba a gustar.
―Si controlas tus alas y llegamos a mi casa, te prometo contarte todo lo que quieras. Iba a hacerlo de todos modos, pero debía esperarme, espero que lo comprendas, pero...no estabas bien para afrontar el peso que realmente llevas en tu espalda. Y no, no me refiero a tus alas o a tu transformación, sino a quién eres o lo que podrías llegar a hacer. No lo entiendes aún, pero...las transformaciones que sufre tu especie cuando abandona su cascarón humano son terribles incluso pueden llegar a matarte. ―se acercó tragando saliva. Sus ojos eran profundamente tristes cuando me alzó el rostro tomándome por la barbilla. Un ligero ardor cubrió mi rostro― quería que estuvieras en plenas facultades para afrontarlo y que sufrieras lo menos posible. Pero quiero que sepas, que jamás deseé mentirte Portia, tuve que hacerlo. Y lo he odiado cada día.
Quería creerle, pero quizás era mi lado orgulloso el que palpitaba en mis sienes y me hacía desconfiar de todo, pero si era completamente sincera, gracias a él había podido sobrevivir. Podía seguir respirando y con ello, tener la oportunidad de cambiar mi destino.
Y rompiendo una lanza a su favor, podía haberse aprovechado de mí, de mi estado enfebrecido para conseguir algo más que mi sangre, pero en todo momento dejó sus manos alejadas de mí. No quería decirlo en voz alta, pero sentía el sabor de la verdad en el fondo de mi boca. Quizás era ese estúpido vínculo o el brillo de admiración que brillaba en sus ojos negros, pero comencé a creerle, a pensar que quizás sus intenciones no eran tan horribles.
Que deseaba ayudarme, a su modo. Así que tomé su palabra como un reto, una forma de demostrarme a mí misma que merecía la libertad, que era capaz de hacer cualquier cosa si yo me lo proponía. Miré al cielo y nunca jamás lo había visto tan hermoso.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...