―Si me preguntas quién soy, debería contarte que soy diferente a ti. Al contrario que tú, no necesité entrar en celo para que se me otorgasen poderes, así que me siento bendecida. Así puedo proteger a los míos―dijo orgullosamente. Aquello no respondía mis preguntas, pero por lo menos, disfrutaba de un poco de espacio y paz en toda esta tormenta donde me encontraba metida. La niña chasqueó sus dedos delante de mi nariz para sacarme de mis pensamientos― debes de estar atenta a algo que voy a decirte; no te queda mucho tiempo.
―No comprendo eso que me estás diciendo.
―Tu vida está cercana a su fin si no te unes a tu pareja. Desgraciadamente, veo que tu corazón no se pone de acuerdo, lo que dificulta que aceptes quién eres. ―me tomó de las manos como si fuera una vieja amiga. Una oleada de paz me atravesó el pecho. ―esta noche la luna estará en su máximo punto, así que te transformarás irremediablemente. Si quieres mi consejo, te digo que aceptes lo que la naturaleza te ha dado, abrázalo.
―No lo creo, debo de estar cerca de mi pareja para que eso pase. Eilam me lo ha explicado, aunque no con demasiados detalles. Estoy segura que él no es el indicado.
La niña echó hacia delante su pecho hasta apoyar su cabeza en la mesa, sobre sus manos. Aquellos ojos amarillos me sondeaban sin pudor, haciendo que mis ojos se desviaran de los suyos y acabasen mirando por la ventana. Una de sus manos se apoyó en la mía.
―No es de Eilam del que tienes que tener más miedo. Si él desea encontrarte, lo hará sin problemas por mucho que te escondas aquí o en cualquier confín del universo. Quizás tú no lo veas, pero yo sí, veo claro y cristalino vuestro enlace.
Me puse en pie con la ira hirviendo en mi pecho, ¿cómo se atrevían todos?¡ yo iba a estar con quien deseaba, maldita sea! Nunca me importaron los convencionalismos o las tradiciones; sólo las llevaba a rajatabla por mi pueblo, por los míos. Para asegurarles un futuro próspero sin opresiones, sin tener que enlazarse a nadie porque una diosa que veneramos desde hace siglos, se supone que nos dice.
La niña dejó su sonrisa atrás, mirándome con cierta seriedad y un gesto molesto. Giró el cuello repentinamente hacia la derecha, deslizándose de su silla para caminar lentamente hacia mí. La habitación comenzó a tornarse oscura, hasta casi encontrarse en la más absoluta penumbra; tan sólo la poca luz provenía de la figura de esa niña. Los pelos de todo mi cuerpo se pusieron como escarpias, saltando todas las alarmas de mis sentidos.
Era amenazadora aun a pesar de su pequeño tamaño y sus facciones infantiles. Quería salir corriendo de allí, pero raíces de árboles habían crecido alrededor de mis pies evitando que moviera un solo músculo. Para cuando ella se encontraba a varios pasos de mí, su voz tronó como una melodía venenosa.
―Odio que no me tomen en serio. A veces no culpo a los demás puesto que tengo este aspecto de niña. Debes saber Portia, que las apariencias engañan. Dio vueltas a mi alrededor, tomando una de las pequeñas campanitas que colgaban de mi pelo. Se puso justo delante de mí. ― Puedo enseñártelo si no te lo crees, puedo hacer cientos de cosas para que te convenzas, pero seguirás pensando que todo es una maldita mentira... ¡Un maldito juego! Dime niña, ¿crees que un pueblo entero que ha disfrutado de una paz inigualable, acogería sin dudarlo a una extranjera sin transformar que podría meternos a todos en un lío? ¿olvidas quién es tu abuela o ni siquiera lo sabes?
― ¿Quién eres...? ¿por qué...? ¿por qué me dices todo esto? ―le pregunté con el corazón latiendo en mis sienes. Me sujetó de la mandíbula para que la mirase a los ojos; las venas de sus párpados comenzaron a ser de color negro.
―Quizás necesitas esclarecer tus ideas, querida, a fin de cuentas, es mi trabajo. Para eso vine a la Tierra.
Entonces, me empujó, pero no caí al suelo, sino que quedé flotando en un gran agujero negro. No había nada a mi alrededor; ni una luz, ni una pizca de brisa. Alcé las manos para intentar agarrar algo, pero estaba en La Nada, el más absoluto abismo vacío.
Mientras caía, mi corazón se detuvo; pude sentirlo, ese golpe repentino que me robó el aliento. Entonces, caí en picado, con fuerza, con el viento queriéndome arrancar casi cualquier extremidad de mi cuerpo. Enfrente de mí, aquella niña caía con los brazos extendidos y su aura dorada, sonriéndome ligeramente mientras me observaba retorcerme en aquel castigo que no comprendía por qué estaba sufriendo. Sólo deseaba que parara.
Entonces, algo salpicó en mi cara, pero por culpa de la penumbra, era imposible saber qué era lo que impregnaba mi frente y manos. Su aroma era extraño, un tanto familiar. La niña me señaló.
―Te rompes Portia, ¿cómo se siente? Créeme que esto sólo es el comienzo.
Levantó los brazos, echando su cabeza hacia atrás. De su espalda, unas alas membranosas de color negro, se desplegaron como lo hace cualquier flor en primavera. Las flores que adornaban su cabello, comenzaron a mecerse, a tener vida propia. Se retorcían en su recogido y se multiplicaban. Era un espectáculo esperpéntico y hermoso, donde me era imposible mirar aun a pesar del inmenso dolor que me estaba atravesando y doblando por la mitad.
Una onda expansiva se liberó de sus pequeños dedos, haciendo que ahora pudiera ver algo entre la oscuridad. Algo semejante a unas pequeñas estrellas, quedaban suspendidas a nuestro alrededor; intenté coger una, pero para cuando lo intenté, un grito salió de mi garganta.
Algo me destrozaba la espalda, luchaba por rasgar mi piel y hacer polvo mis huesos. Las lágrimas caían sin cesar de mis ojos, ¿qué me estaba pasando? ¿era obra de esa niña?
Se tapó el rostro con sus manos, exhalando con tanta fuerza que sentí esa ola golpear en mi cuerpo. Su cabello se liberó de las ataduras, creando una columna dorada salpicada de algo que sólo podía definirse como un jardín. Toda vida nacía de su cabello y de sus manos, la más nítida luz dorada salpicaba en forma de agua.
Entonces, llegamos. Llegamos al final del abismo, cayendo en algo tan suave que sólo podía definirse como un edredón de plumas. El impacto de mi espalda me hizo estremecer de dolor. Quise incorporarme, pero mis piernas flaqueaban tanto que solo logré volverme a caer.
―Te dije que tu vida está próxima a su fin. Terca mujer, hay cosas en la vida que debes acatar sin rechistar. Elige bien tus luchas porque la que estás batallando está acabando contigo.
― ¡Y tú qué demonios sabes! Primero me ayudas y luego no sé...―apenas podía mirarla a la cara. Ese esplendor era tan cegador que lograba lagrimear de nuevo. Las fuerzas me habían abandonado tanto que tuve que tumbarme de nuevo. Me costaba respirar, pero alcé la barbilla en su dirección, resistiendo la fuerza de su magia―dime, ¿es divertido torturar a gente? Parece ser que es costumbre de aquí hacer sufrir a los demás. Quizás tú misma mandaste a Eilam a por mí.
Una sombra extraña pasó delante de sus ojos. Con sus pies descalzos, caminó lentamente hsta mí, acuclillándose observándome como lo haría un asesino dispuesto a tomar mi cabeza. Depositó su dedo en la punta de mi nariz.
―Tienes tanto que aprender, demasiado. Tú sigues cerrada al mundo cuando es el mundo el que te llama. Todo te grita Portia, esa voz que siempre escuchas eres tú, no esta humana que tengo delante de mí. Me apenas tanto.
Hizo un gesto para ponerme en pie, quedando suspendida en el aire. La espalda había comenzado a sangrar, creando regueros por mis piernas creando charcos en el suelo. De pronto, la niña parecía extremadamente triste.
―Llámame Mallow, ese es mi nombre humano. Quizás llegue el día en el que te pueda dar el verdadero. Sólo te diré algo más: las cosas no son lo que parecen, debes ver más allá de tus narices. Toma aquello que la vida te da, batalla aquello que verdaderamente merece ser luchado. Y renace...renace con fuerza y sólo entonces podrás ser capaz de elegir tu propio camino.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...