LAVA EN LAS VENAS

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Tras la reunión con mi padre, no deseaba permanecer demasiado a la vista. Nunca me había gustado la sensación de ser servido por otros, menos aún si son muy jóvenes. Di rápidas zancadas en dirección a mi antiguo dormitorio con la amarga sensación de que tanto mi vida como la de Portia cambiarían drásticamente en cuanto pusiera los pies fuera de Magnártica.

Las voces ahogadas de varios sirvientes se escuchaban a lo lejos, muy probablemente mi padre les había indicado que su querido hijo se quedaría por unos días en estas tierras para realizar las actividades que se esperaban de un futuro rey. Con un puntapié, abrí la puerta con la rabia bullendo en la sangre saliente de mis venas. El rostro de alguien conocido me esperaba sentado en el alféizar de la ventana con un libro entre sus manos. Un silbido salió de su boca.

―Querido primo, tu carácter no se ha suavizado ni siquiera un poquito. Teniendo en cuenta que por fin estás cerca de tu pareja, deberías de estar dando piruetas―bromeó enseñándome sus colmillos. No tenía ganas de si quiera pensar en el tema, ¿cómo demonios saldría de toda la mierda que tenía sobre mis hombros? Deseaba tener a Portia a mi lado por encima de cualquier cosa, pero lo que más deseaba era que me eligiera por su propia mano. Era un estúpido caprichoso, pero había comenzado a cambiar para intentar impresionarla, para darle una maldita impresión de mí que no fuera la que había visto hasta ahora.

Quería meterme debajo de su piel antes que debajo de sus bragas.

Un gruñido salió en respuesta. Mi temperatura corporal comenzaba a ascender mucho y, cuando eso sucedía, si no lograba enfriarme, ocurría la cólera del dragón. Me convertiría en mi forma draconte, chamuscando y destruyendo todo a mi paso sin pensar en consecuencia alguna. Aquella era una de las razones por las que a un dragón era mejor no tocarle las narices y permanecer en soledad sin pareja era algo que nos consumía en una ira aun peor que la que ocasionaba los conflictos. Quizás Sorrene se dio cuenta, por lo que se puso serio antes de ir tras de mí. Me dio una palmada en la espalda, antes de decirme con una voz un poco menos juguetona.

―Lo siento si las cosas entre vosotros no cuajan. Sé que no pertenece a nuestra especie y...somos seres difíciles, no lo olvides nunca.

―Lo sé, pero...estoy cambiando...joder no, estoy mejorando. No quiero ser alguien completamente distinto, sino que quiero...no quiero cagarla Sorrene. No quiero hacerla infeliz. Quiero dejar de comportarme como un soberano que toma aquello que le place. Al principio incluso la forcé a cosas que no eran adecuadas...me arrepiento joder, la fastidié bastante―hice una pequeña pausa al pensar en el beso que le robé a la fuera, en su cuerpo temblando entre el deseo que el enlace entre nosotros provocaba y la animadversión de que su enemigo la estuviera tocando. Sacudí la cabeza, apoyado en el lavabo del baño; mi reflejo me devolvía una imagen de mí mismo de hombre acabado y enamorado hasta la médula que suspiraba y moría cada instante por estar con la persona que le robaba los pensamientos y los minutos. No quería llorar delante de Sorrene.

Asintió en silencio quedándose fuera del baño. Me dijo que esperaría hasta que acabara, que no importaba el tiempo que me tomara. Le agradecí en silencio, intentando no gritar ni romper nada para no alertar a nadie.

Mi obsesión comenzaba a incrementarse. Mi enlace con Portia tiraba más y más, comenzando a sentirme profundamente enfermo. Desde hacía unos días atrás, mi apetito había disminuido drásticamente y eso no era bueno para un dragón. Éramos criaturas poderosas y requeríamos de grandes dosis de energía para poder no solo volar sino usar nuestras habilidades. No por nada había leyendas acerca de nosotros, de cómo devorábamos rebaños enteros con un solo giro de nuestras alas.

Deseaba volar con Portia entre mis manos, verla desarrollarse como la hermosa criatura que era, pero, ante todo, la deseaba libre, libre de elegir todo lo que deseara. Con la advertencia de mi padre, estaba claro que esa libertad le sería privada, y yo, por desgracia, tenía que ser la mano ejecutora. Durante el tiempo que pasé bajo el agua helada pensé que, por lo menos, podría liberarla de uno de esos enlaces que la mantenían prisionera de sus sentimientos y pensamientos. Cumpliría una parte del trato de mi padre y, para cuando ascendiera al trono, ayudaría a Portia a deshacerse del vínculo entre nosotros...si era lo que ella deseaba. Mi corazón se hacía añicos al pensarlo y mi profundo temor a que ella tuviera que enfrentarse a una deidad hacía que mi lado posesivo y protector deseara mantenerla en mi castillo sin posibilidad de salir. Pero aquello no era adecuado, no iba a dejar salir ese lado horrible de mi ser, no por ella.

Cerré la llave del agua, quedándome apoyado en la pared. Mis dedos comenzaron a tornarse blancos por la presión de mi fuerza contra los fríos azulejos. Suspiraba tan pesado que se formaban nubes de condensación alrededor del vaho de la humedad del agua.

Nada más poner un pie en el suelo, caí de rodillas incapaz de poder sujetarme en pie durante más tiempo. El ruido alertó a Sorrene, que entró rápidamente poniéndome boca arriba tumbado en el suelo. Sus ojos mostraban un profundo dolor.

―Eilam, joder, esto no tiene buena pinta. Sabes lo que está pasando, lo sabes...

― ¡Cállate! ―le interrumpí gruñendo mientras intentaba darle un zarpazo. No quería escucharle, no quería saber nada de lo que iba a decirme, pero él no estaba dispuesto a dejarme así.

―Sabes que no podemos sobrevivir sin nuestras parejas, primo, lo sabes perfectamente. Nuestra simbiosis de sangre nos da la fuerza necesaria para controlar nuestro poder. Has...te has desgastado demasiado.

―No voy a pedirle sangre a Portia...antes prefiero encerrarme en el sitio más seguro del planeta para no tener que ir a buscarla.

Negó con la cabeza. Aparté la vista, intentando enfocar mis ojos, pero apenas lograba vislumbrar la silueta de Sorrene. La sangre me quemaba por dentro, me estaba consumiendo en una lava que me iba deteniendo el corazón poco a poco.

―Sé que no quieres hacerle daño...pero no estoy dispuesto a perderte. Si no se lo pides tú, siento hacerlo, pero yo mismo la traeré aquí―contestó antes de ponerse en pie. Le agarré el tobillo con las pocas fuerzas que me quedaban; no iba a permitirlo, no iba a dejar que la usaran para algo así. Pero Sorrene logró apartarse, despidiéndose de mi antes de abandonar mi dormitorio.

―Eilam, si alguien es incapaz de hacerle daño, ese eres tú. No voy a poner la vida no sólo de mi primo sino la de nuestro futuro rey en juego por ser un perfecto caballero. Si es necesario, yo mismo estaré presente para evitar que te pases de la raya. Llamaré a alguien para que te atienda discretamente mientras traigo a tu querida mujer.

Con una risa, él se escabulló de mis garras, saltando por la ventana de mi dormitorio. Apenas era capaz de ver la sombra de su forma de draconte por la ventana del baño y a cada instante, la oscuridad era más espesa.

Sorrene tenía razones de peso para traer a Portia, yo mismo lo haría si se tratase de él, pero joder, no iba a poder controlarme. Ya me resultó complicado cuando completé mi vínculo con Portia aquella noche. Si algo me frenó, fue verla al borde de la muerte.

Y con los últimos acercamientos y un aroma distinto, mi impulsividad latía por todo mi ser. Joder, su excitación era clara, muy clara para mí. Sí, deseaba meterme bajo su piel, pero si durante el proceso podía meterme en otras partes de ella, daría gracias a los dioses por tremenda bendición.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora