La mirada de aquella guerrera elfa era el arma más mortífera que había visto nunca. Su armadura estaba equipada con algo semejante a espinas de rosas sacadas del País de las Maravillas. Era alta, más bien colosalmente alta, con las alas desplegadas con orgullo y de un aspecto más parecido a las plumas que a la membrana transparente de la que estaban hechas las mías. Su armadura era exacta al resto de su ejército que, aunque no demasiado grande, poseía una energía mágica que hacía enmudecer a cualquiera, incluyendo a Mallow, que la observaba en silencio con un brillo de respeto en sus ojos casi blancos.
La que seguramente fuera la comandante al encontrarse en primera fila de todo el grupo, hincó la rodilla en el suelo con fuerza, bajando la mirada al suelo. Su cabello recogido en una coleta, se deshizo parcialmente por la agresividad de su movimiento, observando algunos de sus rizos que se escapaban de su tira de cuero. Para cuando alzó la mirada hacia Mallow, el corazón me dio un vuelco. Sus ojos eran dispares al igual que su cabello mitad verde oscuro y mitad blanco nieve. Uno era del mismo blanco que Mallow y el otro... era prácticamente negro, sin ningún tipo de iris. La elfa estaba tan pendiente de la presencia de Mallow que ignoró la excesiva curiosidad con la que la miraba, cosa que agradecí.
La pequeña mano de ella se puso en su frente, haciendo que cerrara los ojos y que el resto de su ejército se arrodillara al igual que ella. Una oleada de respeto caldeó el ambiente entonando todas unas palabras en un idioma que no comprendía ni detectaba.
―Bienvenidas seáis hijas mías. Siento no estar demasiado presente―se disculpó Mallow con una sonrisa triste. Tomando las manos de la elfa de ojos dispares, se arrodilló ante ella―yo soy la que está agradecida y bendecida de la presencia de todas vosotras. Su mirada fue a parar a la mujer que tenía delante, bajando la voz y hablándole con ternura―en especial, me siento honrada de contar contigo, Elegy.
A modo de saludo, golpeó su puño con la palma de su mano a la altura de su pecho.
―Feliz estoy de volver a verla, madre. Siento haber aparecido así, pero requerimos efectuar una misión importante―dijo deslizando sus ojos hasta los míos. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero fingí no sentir una especie de aprensión extraña cuando Elegy me analizaba. Era lo justo, yo había hecho lo mismo con ella.
Se puso en pie para quedar en frente de mí. Su expresión era dura, más aún cuando ese ojo negro vibraba y su ceño se fruncía conforme me observaba y daba vueltas a mi alrededor. Tomó una de mis alas, en concreto, el músculo áspero que unía las membranas de las mismas. Un ligero apretón me hizo gruñir al sentir un pinchazo directamente en la espalda.
―Debes de ejercitar más tus alas, se encuentran débiles.
―Su transformación fue apenas hace un par de días. Está acostumbrándose a su nuevo aspecto―defendió Eilam, pero ella ni siquiera le prestó atención.
Me tomó de uno de los brazos, tirando de ellos hasta hacerme caer al suelo. Vi su intención de intervenir, pero la mirada de Mallow lo hizo detenerse de inmediato. La voz de Elegy comenzó a mostrar un profundo descontento.
―Brazos enclenques, alas inservibles y piernas...―me dio una ligera patada que me hizo aullar de dolor. Quería darle unas cuantas explicaciones y hacerle besar el suelo, pero para cuando quise ponerme en pie, me empujó de nuevo. Una sonrisa torcida apareció en sus labios; no estaba para nada contenta.
―No hay excusa con respecto a tu aspecto o a los cambios que sufriste, debes de estar preparada como cualquiera de nosotras lo está. No eres una maldita florecilla por mucho que tu abuela te haya entrenado para serlo.
―Sé sobrevivir en un bosque desde que era pequeña. Si eso para ti es ser una florecilla delicada, creo que deberías repasar tus conceptos―le gruñí sin importar el siguiente golpe que vendría hacia mí. Esta vez, aunque me golpeó en las costillas, logré tomarla de la muñeca y empujarla. Logré que cayera dentro de un charco para mi enorme placer; no podía evitar sentirme orgullosa. Pero no contaba con el movimiento rápido de sus alas, que la hicieron llegar en menos de un segundo hasta mí e incrustarme en el tronco de un árbol. Ahora ambas habíamos quedado manchadas y llenas de briznas de hierba.
No iba a detenerme; me importaba una mierda quién era, no iba a permitir que me hiciera daño. Nadie más, nada más, así que golpeé una de sus espinillas y le propiné un cabezazo que me dolió más a mí que a ella. Aunque no eran tan fuertes como las suyas, utilicé toda la fuerza que poseía en mis huesos para golpearle con una de mis alas, pero ambas caímos rodando al suelo.
― ¡Maldita zorra de mierda! ―le grité mientras intentaba ponerme en pie. Para cuando la miré para enfrentarme de nuevo a sus golpes, ella comenzó a reír hasta la carcajada, sujetándose el estómago y rodando por el suelo sin importar su aspecto. Ahora su cabello estaba suelto, pegado y encostrado por el barro que comenzaba a secarse. Una sonrisa tan enorme y amable apareció en mi cara que no pude evitar pensar en que era una artimaña para bajar la guardia.
Se puso en pie de un salto e hizo una reverencia que me dejó muda, ¿Qué venía ahora, un cabezazo en el estómago para quedar a pares?
―Me siento honrada de ser tu entrenadora de ahora en adelante, ¿sentiste eso? ¿esa ira que te hacía luchar sin importar a quién tuvieras delante? Ese sentimiento animal, esa violencia es nuestra esencia Portia. Y más vale que la conserves si no quieres acabar bajo tierra.
Todas y cada una de las mujeres que la acompañaban se acercaron a mí para poner una de sus manos en mi hombro y hacer una pequeña reverencia en señal de profundo respeto. Por primera vez, me sentí útil, fuerte y poderosa. Aquella sensación que Elegy había dicho era un fuego que tenía miedo a dejar salir por temor a hacer daño al resto, a volverme un ser maligno o sin escrúpulos, pero si con ello lograba defenderme a mí y a los míos, merecía la pena conocer esa parte de mí y dominarla.
Mallow se acercó a mí finalmente, tomándome de los hombros y sonriéndome de una forma tan cariñosa como se había dirigido a su hija. Con un gesto, me pidió acompañarla a su hogar para ocuparse de mi aspecto desaliñado y darme lo que sería mi uniforme de ahora en adelante.
Goldenclove había renacido un poco con la presencia de las herederas de Rhiannon. Todas ellas se encontraban comprando en algunos puestos o hablando con algunos lugareños. Incluso, tomaban bebidas y brindaban por mí cuando pasaba en frente de ellas. Era extraño, pero la presencia de ellas me hacía sentir más en casa.
Con un gesto, la puerta se abrió, instándome a entrar y a acompañarla al cuarto de baño. Canturreando como lo haría una niña, daba pequeños brincos golpeando con sus botas en la madera.
La vida era extraña, la última vez que estuve aquí estaba tan aterrorizada que pensaba que Mallow era una especie de enviada para acabar conmigo y ahora, ahora me preparaba un baño y ropa de combate para entrenar y convertirme en algo similar a lo que era Elegy.
Para cuando iba a cerrar la puerta de l baño para darme intimidad, se giró en mi dirección y me dijo.
―Te diré dónde está Rainer e incluso te llevaré hasta él si deseas verlo. Quiero que sepas que estoy a favor tuya y de los míos. Quiero lo mejor para ti, aunque no me haya comportado de la mejor de las formas. Espero...espero que te lleves bien con Elegy, nunca ha sido alguien que tuviera algo similar a una amiga.
Y aunque yo tenía dos amigas que me esperaban en la Comunidad, nunca tuve la suficiente confianza como para hablarles de mis pensamientos más profundos. Quise decirles lo que deseaba hacer cuando llegara al puesto de mi abuela, pero mi intuición me gritaba que no lo hiciera, como si temiera una traición por parte de ellas.
Era triste, un pensamiento triste que nunca había analizado. Era cierto, no había confiado en nadie de mi alrededor y había vivido con ello sin darme cuenta.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...