EL GUARDIÁN ENTRE LA NIEVE

194 33 11
                                    


Tras el desayuno, había logrado escaquearme e ir a mi habitación alejado de todos y de cualquier pregunta estúpida o incómoda que quisieran hacerme. Tan cansado estaba que me quedé dormido con los zapatos puestos y en una postura incómoda.

Y si logré despertarme era porque Markus entró en tromba en mi busca, saltando sobre mi cama hasta hacerme gritar desesperado. Eso no le impidió seguir con sus impertinentes peticiones:

― ¡Vamos fuera!¡vamos fuera! Me aburro sin Portia así que quiero salir a buscarla.

Le miré como si hubiera perdido un tornillo; ni hablar, no iba a acercarme a ella más de lo necesario. Mi negativa lo enfureció más, saltando en mi cama con más rabia y gritando como si hubiese perdido toda cordura. Era el tirano de nuestra casa, así que berrinches como esos eran nuestro pan de cada día. Me tragué la ácida ira que comenzaba a explotar a mi alrededor.

― ¡AKSELI NO PUEDE, TÚ SI!¡DEBEMOS ENCONTRARLA Y TRAERLA A CASA!

Le lancé una almohada, pero logró esquivarla saltando por encima de ella. Cuanto más le ignoraba, más alto gritaba; si seguía así, papá o mamá entrarían y me harían pagar a mí el tremendo escándalo que estaba montando Markus. A veces, odiaba esta maldita casa.

― ¡Ya está bien!¡deja de gritar! ―le ordené sentándome sobre la cama e intentando que él hiciera lo mismo. En cuanto pude alcanzarlo, le tapé la boca con la mano. Suspiré y le respondí―no es justo que hagas este tipo de cosas. Sabes que van a castigarme a mí.

Sonrió cínicamente como si le divirtiera profundamente. Volví a ponerme serio, poniéndome en pie mientras que me iba al baño para echarme un poco de agua en la cara. Mi cabeza estaba a punto de estallar, pero Markus, aunque dejó de gritar, saltaba a mi alrededor repitiendo el nombre de nuestra invitada sin cesar. Mis días comenzaban a convertirse en un infierno en vida, ¿cuántas más cosas tendré que soportar?

Le pedí que me dejara unos minutos para vestirme y prepararme. Markus no parecía muy convencido, pero en cuanto abrí el armario y rebusqué en su interior, asintió como el niño bueno que no era y cerró la puerta tras de sí. Por lo menos, no tendría un par de ojos mirándome mientras estaba desnudo y hecho un manojo de nervios.

Porque sí, ni mi examen de conducir, ni mi primera entrevista de trabajo me provocaron tal estado como el que llevaba sufriendo desde que Portia había irrumpido en nuestras vidas. Mi madre la trata con un cariño que me sorprende y escama a partes iguales; no debíamos olvidar que era una humana y que esas criaturas son demasiado curiosas, así que podría descubrir nuestro secreto y pregonarlo. Desde el incidente de mis ojos, la paranoia me acompañaba como una vieja amiga, soplándome en la nuca para que no me olvidara de echarle un ojo a Portia, aunque fuese a lo lejos.

—¡Si te crees que me he olvidado de ti, estás equivocado! —gritó Markus al otro lado de la puerta. Con una voz más suave e intimidatoria, susurró—¿no querrás que le diga a papá y mamá que me quitaste el diario?

—Demonio de crío, yo no hice tal cosa y lo sabes.

—Bueno, no opinarán eso cuando lo encuentren en tu dormitorio, ¿Qué te crees que estaba haciendo mientras estabas en el baño? Pues asegurarme que te tenía en la palma de mi mano—amenazó con un tono demasiado adulto para un niño tan pequeño, lo cual no me sorprendía a mí, pero sí al resto de los mortales. Al quedarme callado, retomó su tono jovial y me soltó antes de alejarse—. Hermanito, te espero en el hall de casa. Cinco minutos.

Gruñí ante sus exigencias, pero si algo debía de admitir es que las habilidades de ese niño no debían subestimarse; no solo era capaz de cosas que a veces me dejaban sin habla, sino que su inteligencia, unido a su poder de manipulación, podían poner de rodillas al adulto más curtido.

Y hoy no me apetecía una riña, mi cabeza no se encontraba demasiado bien para ello, así que no me esmeré demasiado con la ropa. Vaqueros, camiseta de un videojuego que me gustaba, mis deportivas y el abrigo que me esperaba en el hall junto a Markus.

No necesitaba el abrigo, pero no llevarlo levantaría sospechas.

En cuanto bajé las escaleras, mi hermano me tendió la chaqueta junto con los guantes y la bufanda. Nada más colocármelos, me dio un empujón que me hizo caer de bruces contra el suelo que comenzaba a llenarse de nieve. El maldito ni siquiera me ayudó a levantarme, sino que puso un pie sobre mi espalda, como si fuese el conquistador de una montaña. Con voz solemne, señaló al frente con su dedo y gritó.

—¡Hora de partir hacia lo desconocido!

—Lo siento, pero esta ciudad es de todo menos desconocida para nosotros. Te recuerdo que llevamos muchísimos años aquí y que es tan pequeña que nos sabemos cada rincón de la misma—le dije tras escupir la nieve que se me había metido en la boca. Mi respuesta pareció enfadar a Markus, el cual se cruzó de brazos y me instó a seguir caminando. Él manejaba la batuta de nuestros pasos como si supiera bien qué hacer y dónde ir.

De pronto, paramos en la puerta de la juguetería de los Toivonen. Me quedé congelado en el sitio; dios, no soportaba a esa cría, pero Markus era de una opinión distinta. Con una sonrisa, me dijo:

—Voy a ver a Emilia por si sabe de Portia.

Asentí dejando que se marchara al interior de la tienda. Por mi parte, no quería ni verla: habíamos asistido juntos al colegio y fue una de mis bullys, así que no guardaba un amor fraternal por ella, precisamente. Aunque su padre era harina de otro costal; no solo me caía bien, sino que lo que hacía me parecía muy interesante. Si su querida hija no trabajara con él, probablemente le hubiera pedido ser su aprendiz.

Mientras que mi hermano se ponía al día con esa arpía, tomé el teléfono para comprobar si tenía algún mensaje y, de hecho, sí que lo tenía.

—Oye tío, hay una tía que está súper buena y acaba de entrar a la cafetería. Qué lástima que tengas el día libre, porque deberías de verla, madredemivida.

—Joder ¡déjala en paz Flin! Al final un día de estos te vas a meter en un lío.

—Lo único es que tiene una pinta extraña, pero bueno, lo mejor dicen que está en el interior.

Sí, y desgraciadamente sabía de qué interior estaba hablando. Olvidé la conversación y guardé mi teléfono en el bolsillo, ya que no quería saber más de los líos en los que se metía. Markus salió al exterior despidiéndose del dueño. Para cuando estuvimos solos, comenzó a informarme:

—Portia ha estado aquí, pero no tienen idea de dónde marchó. No creo que se haya perdido, pero va sola y...no me gusta.

Aunque no tenía demasiadas ganas de ser el guardián de una mujer y menos de una que me ponía particularmente nervioso, no podía no darle la razón a Markus. Aunque la ciudad la considerásemos segura, podrían ocurrir algunos...problemas a aquellos que eran extranjeros.

Para cuando proseguimos nuestro camino, el teléfono comenzó a sonar: era Flin. Opté por no contestar, pero su insistencia comenzó a preocuparme. Con un suspiro, descolgué:

—¡Tío, necesito que vengas a la cafetería!

—¿Se puede saber por qué? Tengo cosas que hacer así que...

—¡No tío, debes...! —me interrumpió con gran ansiedad en su voz. Parecía que hablaba con alguien, pero no lograba distinguirlo. De nuevo, se puso al teléfono—simplemente hablé con ella y le toqué el pelo porque me parecía muy llamativo y... ¡joder, se volvió loca! Se ha encerrado en el almacén tío, más concretamente en la cámara frigorífica.

—Tienes que estar de broma...—esperaba que lo estuviese, que quisiera molestarme, pero al escucharlo maldecirse y balbucear, le dije con gran ansiedad— Flin, la cámara está rota y no abre si estás dentro, ¿por qué te crees que hay un maldito ladrillo en la esquina? ¡pues para que no se cierre del todo!

Con el corazón en un puño, colgué el teléfono y comencé a echar a correr. Markus me gritaba, pero no tenía tiempo para ningún tipo de explicación: la vida de una persona estaba en juego por culpa de las hormonas de Flin. Y aunque era negligencia del dueño de la cafetería, todos los trabajadores estábamos enterados del problema hasta que se pudiera arreglar.

Tenía que echar mano de mis poderes, porque si no lo hacía, una muerte cargaría sobre nuestros hombros.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora