LAS ESTRELLAS EN SUS OJOS

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No fue trabajo fácil tirar de una Portia que se comportaba como si lo único que le importara en el mundo fuese satisfacer sus necesidades más primarias. No quedaba ni un resquicio de su delicadeza, de la timidez o la reserva que mostró desde que llegó a casa.

Incluso a la hora de hablar, su voz era más atrevida, más animal, dejando atrás esa inocencia evidente que brillaba en su luminosa aura. Y el fulgor que acompañaba su rostro y parte de su cuerpo, era muy complicado de ocultar. Para nuestra ventaja, era bien entrada la noche y el recepcionista del hostal estaba más dormido que despierto.

Justo cuando iba a pedir una habitación con camas separadas, ella quiso intervenir y tuve que hacer que se callara usando mi manipulación mental. Desgraciadamente, el recepcionista nos comentó que solo quedaban suites de parejas ya que estaba todo completo por ser época de turismo. Tuve que casi llevarla en brazos, tirando de ella y manteniendo mi mano en su boca. Ella se reía y lo tomaba como una especie de juego previo al sexo.

Ilusa.

No tenía intención alguna de acostarme con ese demonio alado, y no porque no me gustara su apariencia sino porque era algo que, dentro de mí, no lo quería. En ese estado, tenía la sensación de que ella estaba drogada o borracha porque no pensaba con claridad, por lo que no me iba a aprovechar de alguien así. Además, no la quería en mi vida, ni a ella ni cualquier cosa que tuviera que ver con ella.

En el vestíbulo, mi reflejo me devolvió la imagen; ya había comenzado mi transformación por culpa de la de Portia. Mi sangre burbujeaba de tal forma que podía escucharla entre mis venas.

Joder, cómo me dolían los dientes.

Alimentarme de ella era un no rotundo. Aquel acto era incluso más íntimo que acostarse con otra persona, de hecho, los vampiros tomamos sangre tan sólo de nuestros compañeros. En caso de no tenerlos o ser muy jóvenes, la tomamos de nuestros padres, pero no directamente de la vena. Aquello se consideraba demasiado sexual y sólo reservado a nuestra persona especial.

Y a diferencia de lo que dicen los libros de nuestra promiscuidad, nosotros nos emparejamos una vez, sólo una en toda nuestra existencia. Hay casos en los que pasan demasiados años y, sin pretenderlo, esa persona encuentra una segunda oportunidad. Eso ocurre, sobre todo, cuando la primera pareja se piensa que es la ideal y la realidad en bien otra.

Al igual que los miembros de la comunidad de Portia, para nosotros encontrar nuestra alma gemela, es un reto y una necesidad. Y no, Portia no iba a convertirse en mi pareja por mucho que una voz me grite que la desnude y le clave los colmillos en uno de sus preciosos muslos.

Iba a perder la cabeza.

Y mi cuerpo ya había dejado de obedecerme; las manos comenzaban a convertirse en garras negras y mis brazos ya eran el doble de lo que solían ser en mi forma humana. Los tatuajes también empezaban a ser visibles y las venas de mis antebrazos me quemaban como si llevara ácido en vez de sangre. Lo peor fue cuando me giré hacia la cama y vi a Portia acostada boca arriba con mucha menos ropa que antes.

Se había quedado en ropa interior y me miraba con una intensidad que me hizo caer de rodillas sobre la moqueta. Aquello fue la chispa que necesité para que mi otro yo se fuera a "dormir".

―Portia...―susurré mientras la veía retorcerse y frotarse los muslos. Su cuerpo olía mucho más delicioso conforme pasaba el tiempo, comenzando a perlarse de sudor debido a su excitación. Podía olerla, podía casi saborearla sin poner mi boca sobre su piel y eso me estaba matando.

Porque, ¿cómo sería probarla de verdad, en todos y cada uno de los sentidos? No tenía idea si lograría sobrevivir a eso o moriría por el calor que mi cuerpo alcanzaba cuando ella está cerca de mí. Incluso a distancia, me atraía irremediablemente como un imán sin necesidad de mirarla.

Sabiendo mi estado y disfrutando de mis reacciones, tomó sus pechos entre sus manos, intentando provocarme de cualquier forma para que lo poco de razonamiento que me quedaba, lo tirase por la ventana. Aquello consiguió que diera varios pasos hacia ella.

Pero lo que hizo que me pusiera encima de ella fue mirarla a los ojos; ese verde casi incandescente y sus pecas estrelladas luminosas, fueron el detonante de que me rindiera. Me amoldé como lo harían dos bloques de arcilla, colocando mi boca sobre su cuello. Aspiré su aroma como si fuera a insuflarme la vida que su presencia me iba quitando por negarme a tocarla. No pude evitar lamer y chupar su cuello, presionando a la vez mis caderas contra las suyas. Gemí con la misma intensidad que ella.

―Rainer...te necesito...por favor―me dijo dulcemente al oído mientras tiraba de mi pelo aún recogido. Con un tirón, retiró la goma que lo sujetaba y aquello pareció encantarle, pues sus movimientos comenzaron a ser más frenéticos y su aroma más intenso.

Eché la cabeza hacia atrás, rugiendo ante la humedad que me empapaba los pantalones. Para cuando volví a mirarla, me sonrió con tanta felicidad que casi la beso en los labios. Puse mi frente sobre la suya, perdiéndome en sus ojos, en las promesas que me hacía y en sus anhelos tan semejantes a los míos.

Temblando como si la peor gripe se hubiera adherido a mi cuerpo, la besé en la frente, dejando mis labios apoyados unos instantes. Cerré los ojos para inhalar varias veces su aroma; no iba a concederme más que eso. Las piernas de Portia se enrollaron sobre mis caderas, aplastando aún más su pecho contra el mío. Ahora, su corazón y el mío se estaban tocando.

― ¿Es que acaso...no te gusto? ¿No te parezco bonita? ―me preguntó con tristeza. No joder, no...no era eso. Todo era malditamente complicado, demasiado. La apreté con fuerza entre mis brazos en un completo silencio, hasta que tomé sus piernas y las retiré de mis caderas.

Sin mirarla una última vez, fui al baño para encerrarme dentro y no verla hasta la mañana siguiente. Fui lo suficientemente rápido como para que ella se diera cuenta demasiado tarde, golpeando la puerta con gran desesperación.

No podía evitar sentirme culpable e irritado a partes iguales; me estaba negando algo que mi cuerpo me pedía de forma natural. Luchar contra impulsos suponía un gasto enorme de energía que debía ser rellenada con sangre. Cuanto más luchaba, más tenía que usar mis poderes y, por tanto, más atractiva me parecía la sangre de Portia.

La noche iba a ser sumamente larga y dolorosa; no soportaba escucharla llorar al otro lado de la puerta. Mi lucha interna también estaba acabando conmigo, deseándola cada vez más lejos.

Deseándola cada vez más cerca.

Temía tanto que mi miedo a las mujeres desapareciera cuando dejaba mi carcasa humana: porque era cuestión de tiempo que cayera en las manos de ella sin posibilidad de salir.

Me ahogaría en la locura, en el deseo tan profundo que me provocaba su piel y su aroma. Y para cuando eso ocurriera, dejaría mi forma humana para siempre.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora