Abandoné mi consciencia cuando las fuerzas llegaron a mi límite. La oscuridad me engulló de una forma que pensaba nunca iba a experimentar, pero ahí estaba, sentado en el rincón de mi habitación, con la mirada perdida y platos de comida que apenas había tocado esta última semana.
Era un despojo viviente que no recordaba apenas quién era o lo que hacía por el resto de día. A veces, lograba recordar fragmentos donde estaba hecho un ovillo en mi cama o en la bañera donde el frescor de la porcelana lograba mantener mis pies en tierra.
Quizás fue por los recuerdos que me anclaban allí, donde evoqué a Portia por última vez antes de que todo se fuera a la mierda. Cerré los ojos, maldiciéndome por ser un completo estúpido sin corazón que siempre la hacía sufrir a la menor oportunidad.
Era allí cuando las curvas de su cuerpo se hacían vívidas y su aroma flotaba en el aire como cada noche. Incluso en ocasiones, casi parecía escucharla en la habitación contigua a la mía y era en esos momentos en los que me perdía.
Definitivamente, dejé de ser yo y la voz de mi bestia salió al exterior, dominándome por completo. Mi lado amable había quedado atrás, solo siendo un ente que rozaba más lo demoníaco, cuyo objetivo era encontrarla a toda costa. Incluso si era necesario pasar por encima de unos cuantos cadáveres.
La noche había despuntado y mis poderes se encontraban en pleno esplendor. Apenas llevaba ropa encima porque ya ni me molestaba en cambiarme cuando destrocé la que tenía puesta en un arranque de ira. Los tablones que había usado para atrancar la puerta de mi dormitorio, los saqué poco a poco para poder salir al pasillo. Mis padres y hermanos se encontraban en sus respectivas habitaciones; podía escuchar las respiraciones acompasadas de todos ellos con total claridad.
Mis pies me llevaron directamente hacia el dormitorio de ella, echando un vistazo. Nada más poner un pie en el umbral, un rugido de hambre resonó en mi estómago; olía a sangre. No era reciente, pero ahí estaba, en algún lugar, reclamándome que la encontrase. Era buscar un valioso tesoro.
Gruñí suavemente teniendo cuidado de no despertar a los míos. El aroma se hacía más claro conforme me acercaba a la ventana. Mis ojos escanearon las paredes y el suelo, pero no había nada allí.
Entonces, brillando cual rubí, una pequeña gota salpicaba la madera del marco de la ventana. Para cualquier ojo, habría pasado desapercibida. Incluso para mi familia que eran vampiros, quizás siquiera la habrían notado, pero en mi estado de locura, era una maldita máquina de odio y necesidad. Me incliné aspirando profundamente su aroma; el rostro de Portia completamente aterrado apareció en mi mente. Ella forcejeaba contra alguien: de espaldas parecía ser Tidus, lo que confirmaba que había sido raptada por ese hijo de puta al que le arrancaría las entrañas en cuanto tuviera ocasión.
Lamí ese líquido vital cuya necesidad hacía martillear mis sienes. Una descarga me hizo perder el equilibro, formándose de nuevo imágenes acerca de ella en mi cabeza. Podía verla sentada en el asiento de un coche, donde se despertaba y comenzaba a gritar asustada; cuanto más veía, más perdía el control sobre mí mismo.
Y entonces, las aguas se abrieron; la imagen de un GPS me dio la pista que necesitaba para saber dónde podía estar. Gracias a mi olfato, podría llegar hasta ella.
Sonreí con la mirada puesta en la ventana; la luna se encontraba en su máximo esplendor, dándome una bendición silenciosa. Incluso el frío más horrible apenas era una leve brisa en mi cuerpo incandescente; tan sólo llevaba unos pantalones de color negro cuyo aspecto era tan demacrado como el mío. Miré hacia lo que quedaba de su cama, dando varios pasos hacia ella. Me arrodillé metiendo mi nariz entre los restos de sábanas que aún no habían quedado destruidas por mis manos. Rasgué un pedazo para guardarlo conmigo junto con un poco de la gota de sangre de Portia.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...