LA BELLA DURMIENTE

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Tidus aun seguía en el territorio de la Comunidad para espiar y mantenernos informados. Con todo el revuelo de la enfermedad de Selenia, el resto de los miembros se hallaban completamente consternados. No era para menos, ya que aquella arpía era la que movía los hilos de la vida de cada uno con total impunidad y les creaba una falsa seguridad de que todo iba bien. Por fortuna, su máscara había caído delante de nosotros, dándonos la oportunidad de vengarnos por nuestra historia del pasado.

Pensé en Tidus y los mensajes constantes que recibía a lo largo del día preguntando por Portia. Se había permitido un escape para volver a verla, pero inmediatamente se le requirió que volviera para evitar sospechas. Un solo fallo y todo se caería abajo.

Desgraciadamente, eso haría que su reencuentro con Portia tardase un poco más. Por lo menos, podríamos tener una oportunidad de estrechar lazos con su madre y prepararla para cuando llegase su momento. Y si era sincero, en estos momentos estaba profundamente cabreado.

Ella había conocido a Mallow de la peor forma; aquella pérfida niña siempre lograba acojonar a nuestros enemigos sin importarle los métodos. Ahora balanceaba sus pies comiendo un trozo de tarta de fresa que la señora Viviette había cocinado expresamente para ella.

Por su expresión de tranquilidad, cualquiera diría que había ocasionado un infarto a nuestra querida invitada. Mi mirada acusadora le arrancó una queja. Estaba acostumbrado a sus pequeñas bromas, pero esto había llegado demasiado lejos.

― ¡Oh vamos, no necesito más sermones! Comprendo que quizás debería haber sido más brusca, pero... ¡no me sale! ―gruñó intentando exculparse sin éxito. Eché un vistazo al dormitorio donde Portia descansaba; había dejado la puerta entornada para controlar que todo estuviera bien. Mallow saltó hacia mi espalda, colgándose de ella como siempre hacía cuando me sacaba de quicio.

― ¡Oh vamos Escamitas, no seas dragón gruñón! No he tocado a tu mujer así que tranquilízate.

―No lo es, así que deja de decir esas cosas―le dije, intentando quitármela de encima. Llevaba demasiados años escuchando ese apodo ridículo y no me acostumbraba. Teniendo en cuenta que de donde provenía la gente me tomaba con un profundo respeto, esto casi parecía ser una broma.

De un salto, apareció encima de la mesa, cruzando las piernas y mostrándome su plato. Me dedicó un suave pestañeo de disculpa.

― ¿Quieres un trocito en son de paz?

―Creo que prefiero salir volando de aquí. Comienzas a ser un dolor de cabeza y no te necesito para esto. Sabes que hay que entrenar a Portia y prepararla para cuando llegue su hora.

Mallow golpeó el suelo: otra maldita pataleta. Por suerte, Sunna había venido para calmar los ánimos. Se echó a sus brazos como si fuese una niña pequeña.

Pero no, ese demonio bajito tenía más edad que yo y toda mi familia junta. Se valía de su aspecto para excusar su inmadurez, pero dentro de todo ello, de todo el fastidio de cargar con alguien así, ella era sincera, aunque pecaba de ser demasiado afilada y cuando se le requería, era la que primero daba un paso al frente.

Era una especie de aliada y amiga, aunque ella se tomaba unas licencias demasiado amplias tomándome como un perchero a veces o como una clase de banco donde sacar dinero para sus caprichos. Suspiré cansado.

―Veo que hay mucha energía por aquí, me alegra, dada las circunstancias. Pero no te creas que me hace feliz lo que le hiciste a Portia―la reprendió con seriedad. Aquello si que dejó a la "niña" al borde de unas lágrimas que estaba seguro eran más falsas que una moneda de chocolate. Sunna se asomó ligeramente al interior del dormitorio, apoyando su frente contra la puerta. Puse la mano en su espalda; su preocupación marcaba su rostro con unas grandes ojeras por culpa de no descansar desde hacía muchos años. Sunna siempre había sido hermosa, pero el dolor que cargaba en su pecho hacía mellas en su piel.

―He curado sus heridas, no te preocupes. Mallow tiene un problema a la hora de hablar y prefiere ser más drástica, por suerte sólo ha sido superficial. ―La informé con delicadeza. Sunna se giró para mirarla severamente; hizo que Mallow se ruborizada y cruzase disconforme sus delgados brazos. Algunas de sus flores serpentearon por su pelo como lo harían pequeñas culebras ante el peligro.

― ¡Quise que viera sus alas! Tampoco es tan horrible, maldición.

Decidí ignorarla y prestar atención a Portia; su respiración era regular y casi destilaba paz por sus poros. Gracias a los conocimientos sobre hierbas de Sunna, logramos que descansara del tirón hasta que llegase la noche. Quería que se mantuviera con la mayor energía posible para resistir otra transformación.

―Sabes que vas a sufrir, ¿no? Su celo va a ser intenso y te hará agonizar al negarte a estar con ella. Creo que deberíamos hacer algo.

Asentí en silencio; no iba a ir mas allá a no ser que Portia lo decidiera. Le había robado un beso, y con ello, había roto la poca confianza que me podría tener. No era justo para ella, pero era lo máximo que podía resistir sin hacer nada más.

Sunna me abrazó con suavidad, diciéndome que lo sentía. Mallow incluso se había acercado a nosotros con el rostro severamente preocupado. Por mucho que ella fingiera que todo le importase un comino, era sólo una fachada que se desquebrajaba en cuanto las cosas se ponían un poco serias. Les sonreí a ambas.

―Quizás pueda hacer algún tónico para ayudarte a resistirte o para menguar tu sentido del olfato y que te sea más sencillo. No es justo para ti Eilam.

―Tampoco fue justo besarla y lo hice sin pensar si quiera en sus sentimientos. Creo que es un trato justo por haber tomado más de lo que debería―dije solemne. Sunna entró al dormitorio de su hija, sentándose a su lado para poner la mano en su rostro. Aguantaba con fuerza las ganas de llorar, de despertarla y decírselo todo, pero todos los de esta casa sabíamos que Portia necesitaba todo el descanso y la claridad posible para aguantar a la bestia que albergaba en su interior. Me miró de soslayo con los ojos brillantes.

―Nada de esto es justo, nada. Nunca lo fue y me maldigo cada día de haber arrastrado a los míos a todo esto. Si hubiese elegido al hombre que mi abuela me dijo, todo esto quizás no hubiera sucedido. ¿cómo decirle a Portia que el hombre que recuerda no era su padre? ¿que tuve un amante, el que consideré que era mi pareja de verdad? Y que me embaracé de él a espaldas de su abuela, haciéndola creer que era del marido que la "diosa" se supone que eligió para mí. ¿cómo demonios...―se ahogó en sus lágrimas silenciosas, intentando liberar el peso doloroso que oprimía su pecho. Se apoyó en el cabecero de la cama, escondiendo su rostro― ¿cómo explicarle, que su padre está vivo, que desea amarla por fin ahora que no existe un yugo que nos separa? Dime Eilam, ¿cómo romper del todo una vida de mentira y reconstruirla en las narices de tu hija, pretendiendo que ella lo acepte?

Me apoyé en el marco de la puerta, observándola a ambas tan cerca pero tan lejos. Tenía razón: no había forma posible de hacerlo menos doloroso y más llevadero. Era imposible deshacer los esquemas e ideales de una persona y mostrarle la cruel realidad. Portia sufriría una muerte en vida ya que creyó en la muerte de sus padres y la aceptó como un capítulo más de su existencia. Susurré con amargas palabras que pretendían ser un consuelo.

―De la misma forma en que toda criatura, humana o no, vive. Muriendo y renaciendo, curándose y rompiéndose, hasta hacernos gigantes, colosales y poderosos. Y aun así, solo bastarán las palabras de una persona que amas profundamente, para que toda tu alma salga de tu pecho.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora