El gentío detuvo todo lo que estaba haciendo en cuanto se posaron varios ojos sobre mí. Como si me esperasen desde hacía mucho tiempo, algunos se llevaron las manos al pecho para hacer una pequeña reverencia, otros, corrían a nuestro encuentro para obsequiarnos con todo tipo de artículos; desde jabones artesanales, comida casera hasta ropa. Muchas cestas fueron dejadas a nuestros pies con una amplia sonrisa y lágrimas en los ojos.
Algunos incluso se atrevían a abrazarme o poner su frente sobre el dorso de la mano a modo de respeto. Nunca me habían tratado de esa forma por lo que no pude reaccionar o articular palabra alguna. Eilam me dio una palmada en la espalda para intentar sacarme de mi catatonia.
―Como ves, muchos se alegran de verte―me dijo con gran orgullo en su voz. Poco a poco, fue señalando a algunos que eran demasiado tímidos como para acercarse y se limitaban a saludar desde la lejanía― ¿ves esa anciana de allí? Vende las mejores tartas que probarás en tu vida. Y ella es Eve, la última de nosotros que ha tenido descendencia. Su hijo será fuerte, estoy seguro.
Como un padre orgulloso, los presentó a todos con un gran cariño. Aun así, sus ojos apenas se despegaron de mí, como si yo lo atrajese de forma irresistible. De vez en cuando, me dedicaba una sonrisa seductora que lograba acelerarme el pulso.
― ¡Debemos preparar la fiesta señor Eilam! Ha vuelto a casa nuestra amada señorita―gritó un hombre ataviado con un mandil. Por su aspecto, debía de trabajar en mecánica o herrería. Su sonrisa era muy luminosa y pronto, varios estuvieron de acuerdo con esa petición. Eilam puso la mano en su pecho, mirándome a mí antes de contestar.
―Aunque creo que ella lo merece, no sé si para Portia va a ser demasiado abrumador. Acaba de venir de un largo viaje y no se encuentra demasiado en forma. Así que dejaré que ella lo consulte con la almohada.
Todos parecieron decepcionarse, pero asintieron compresivos antes de marcharse de nuevo a sus hogares. Aun mi corazón latía desbocado; no comprendía nada.
Eilam me tomó del codo para guiarme.
―Comprendo que todo esto es demasiado confuso, así que sólo te pido que tengas la mente abierta.
― ¿Tienes idea de lo que me estás pidiendo?¡me estás aconsejando que confíe en alguien que ha resultado ser mi hermano durante varios años, con el que he compartido todo y me he mostrado tal como soy!¡Me pides...me pides―comencé a llorar con fuerza, pero no iba a darle el gusto de desmoronarme. Di varios pasos hacia atrás, bajando el tono para no alertar a la gente de nuestro alrededor― me pides que confíe en aquel que me arrancó de los brazos de una familia que me acogió amablemente y que a saber en qué estado se encuentran. Porque algo me dice...que tú les hiciste algo.
Eilam se cruzó de brazos visiblemente molesto. Rebuscó en su bolsillo, sacando lo que reconocí inmediatamente como mi móvil.
―Si fuera un secuestro común, no hubiera tenido la amabilidad de traerte todas tus cosas ni de darte un medio para comunicarte. Incluso si supieras decirles donde te encuentras, este territorio no puede abrirse a miembros que no pertenecen a nuestro clan. ―depositó el teléfono en mi mano―está descargado y el cable yo mismo lo guardo. Hasta dentro de un tiempo, creo que es mejor que no hables con ninguno de ellos.
―Si dices eso es que temes que me encuentren―amenacé orgullosa. Dio varios pasos hacia mí, quedando su pecho y el mío completamente pegados. Su altura era tal que apenas podía llegar a mirarle a la cara por mucho que alzara mi cabeza.
―No cielo―me dijo sujetándome la barbilla. Su sonrisa me mostraba sus colmillos, tan puntiagudos como los de un vampiro, pero de un tamaño un poco menor. ―si hago esto es porque quiero evitar una pelea. Tan sólo quiero que te relajes y veas todo esto, que te relaciones con la gente y que convivas con nosotros.
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Kupari Lanka y los hilos del destino
FantasyADVERTENCIA: Este libro puede contener escenas sexuales altamente explícitas además de escenas de gran crueldad. No recomendable para menores de 18 años o personas impresionables. Como medida de no desaparecer, cada año, algunas de nosotras, queram...