CONFRONTACIONES

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Aún me tenía sujeta por la muñeca, resoplando con sus enormes ojos burdeos. La ira era palpable entre nosotros, como una niebla que nos envolvía y asfixiaba. Incluso sin apenas recordar nada acerca de lo que sucedió la noche que salí a pasear, algo se me había revuelto en mi interior que acababa con mis buenos pensamientos.

Ambos gruñíamos como si compitiéramos, como si demostrásemos que éramos capaces de tirarnos a la yugular el uno al otro. Pero al igual que el odio, el aroma de Rainer era más intenso, y con ello, comenzaba a nublarme los sentidos.

Y a él también lo ocurría, porque temblaba, escuchaba su pulso con una nitidez que me hizo fruncir el ceño. No comprendía cómo era posible, pero desde el aire que expulsaba su nariz, hasta su corazón desbocado era capaz de escucharlo.

Me sonrió ligeramente, tirando más de mí para que me despegara de la pared. Pero ya estaba harta de sus juegos, así que tiré de mi brazo para escaparme de él. Apenas fui capaz de conseguirlo, tan sólo logré caerme al suelo haciendo un ridículo demasiado grande.

Rainer me soltó la muñeca, dejándome espacio para ponerme en pie. Yo aún seguía de rodillas con una pregunta en mente que me quemaba, que me quitaba el sueño. Sin mirarle a la cara, decidí sacar mis dudas:

―Dime la razón por la que no debo irme de tu casa justo ahora para no verte nunca más. Quiero comprender la razón, quiero saber si estoy en un peligro real o todo esto te lo has inventado quizás para hacerme sufrir.

Aquello lo hizo reír, sujetándose el estómago y dando varios pasos hacia la ventana. Paladeaba su maldito cinismo con el amargor de un limón, y me daba escalofríos esa actitud. Dependiendo de su contestación, me plantearía mi escapada.

―Levanta la cabeza y mírame —dijo imperativamente. Estuve a punto de no hacerle caso, pero quizás lo mejor sería seguirle la corriente para salir de esta habitación. Cuando le miré, él sonrió satisfecho, apoyándose en el cristal de la ventana—. En mi mundo, los humanos casi nunca son invitados a las bodas de nuestras familias. Bueno, ni humanos ni ninguna otra criatura aparte de los vampiros. Por eso es un honor, un privilegio para ti, Portia, aunque tu cerebro de cacahuete no te deje ver más allá —me gruñó mientras daba varios toques en su sien. Se despegó de la ventana para ir hacia mí, tomándome de los brazos para ponerme en pie. Quise escaparme de sus manos, pero él me pegó a su torso tan cerca que tuve que levantar la vista para poder mirarlo a los ojos—. Y si no cumples con ser una buena invitada, quizás a mi familia no le guste.

―Me dijiste que no eran peligrosos―me envalentoné a decir. Aquel desprecio me había dado cuerda, la necesaria para decirle todo lo que pensaba. No me reprimí, dejé de sentir miedo. ―creo que me estás ocultando cosas y no comprendo las razones de ello, ¿por qué tengo lagunas en mis recuerdos? ¿por qué me siento diferente? Creo que merezco que me digan lo que está pasando. ―puse las manos sobre su pecho, empujándolo con todas mis fuerzas. Gracias al factor sorpresa, ahora él estaba en el suelo, mirándome asombrado y molesto mientras que yo me agachaba para hablarle desde arriba. ― Ah, y ya estoy harta de ti Rainer, harta de tus menosprecios y tu mala baba. Sé que no me soportas, que mi presencia aquí quizás es un tremendo inconveniente para ti, pero antes de señalarme con el dedo y de mangonearme o insultarme como siempre haces, piensa por un momento que quién tiene más que perder aquí, soy yo. Yo me estoy arriesgando a convivir con seres que me superan en número y fuerza y que con un chasquido de dedos podrían llevarme a la otra vida antes de la siguiente respiración. Incluso llegué a hacer un acuerdo contigo porque me dijiste que me protegerías ante cualquier problema, porque me diste a entender que quizás vuestra buena voluntad es volátil y que podéis saltar, transformaros y dejar de pensar con claridad.

―No tienes idea de nada, hace poco más de veinticuatro horas que ya dejaste de ser humana y me vienes con esas estupideces.

― ¿Qué qué? ¿qué has...―la ansiedad reptó por mi espalda con una frialdad extraña. Di varios pasos hacia atrás, alejándome de Rainer y de todo lo que tuviera que ver con él. Su aroma y el mío eran cada vez más fuertes, más asfixiantes. Había comenzado a transformarse ante mis ojos, haciendo que el suelo temblara bajo mis pies. Para cuando llegué a la puerta para salir, él me atrapó sujetándome del cuello y levantándome en el aire. Su fuerza era descomunal pero lo peor era el terror que se había anidado en mi estómago, ¿acaso pretendía matarme? Algunas lágrimas rodaron por mis mejillas, cayendo en sus manos cuyas garras ya eran de color negro. La piel de mi cuello estaba al límite de ser cortada por las misma y si eso pasaba, estaba acabada.

―Escúchame bien, para mí es un enorme contratiempo que un ser que no reconozco esté viviendo bajo mi misma casa y más cuando mis padres han tenido la maldita buena voluntad de que tu culito se quede con nosotros como una más. Así que sí escuchaste bien Portia, no eres humana así que, o bien nos has mentido a todos o bien los tuyos te han mentido. En cualquier caso, quedarás bajo mi vigilancia hasta que sepa qué demonios eres y cómo actuar en caso de que te transformes.

― ¿Lo...hice, ¿verdad? Esa... noche...―le pregunté temerosa. Lentamente, me bajó hasta el suelo sin despegar su mano de mi garganta. Ahora me sujetaba con firmeza, pero podía respirar, aunque con un poco de dificultad. No sé qué vio en mí que su expresión se suavizó y decidió soltarme aún más, quedando como una especie de caricia. Su mano se deslizó hasta uno de mis hombros, quedándose ahí por unos instantes. Pensé que no me contestaría.

―Lo hiciste, dejaste de ser tú. No te reconocía, no había nada de ti.

No sé por cuanto tiempo nos estuvimos mirando, estudiándonos el uno al otro. La atmósfera era completamente distinta, más suave e incluso agradable que antes. Casi podía olvidarlo todo, todas esas palabras y desplantes que había recibido de él. Cuando Rainer se calmaba y se dejaba llevar, era una persona en la que me veía capaz de confiarle hasta mi vida.

Debía de irme, establecer límites si quería que todo esto acabase de una vez. La boda era dentro de una semana, por lo que pronto volvería a casa e informaría a mi abuela de todo lo que había sucedido. Pediría explicaciones por supuesto, y no pararía hasta saber qué demonios era.

Puse la mano en el pomo sin dejar de mirarlo; ahora tenía la boca entreabierta y se había inclinado hacia mí. De nuevo, esa atracción poderosa me estaba guiando por el camino que no debía seguir, que no era adecuado. Porque si llegamos a probarnos, aunque sólo fuera un beso, algo dentro de mí gritaba que no habría vuelta atrás, que todo se descontrolaría y que dejaríamos de pensar. Que mandaríamos todo al infierno, que veríamos todo arder sin importarnos nada. Pero antes de dejarle, quería lanzarle otra nueva pregunta, una que me daba igual si me respondía o no. Simplemente, era para que pensara, para que se martirizara.

Quería que él sufriera un poco y que no fuera el único que me tiraba piedras a mi tejado.

Con una sonrisa que imitaba a la suya cuando disfrutaba de mi sufrimiento, le pregunté acercando mi rostro hasta casi rozar sus labios. Aquello le hizo suspirar y yo me sentí triunfante de jugar con él de la misma forma que él lo hacía conmigo. Con una voz sexy, le pregunté acariciando su mejilla.

―Y tú Rainer, ¿por qué me obligaste a entrar a tu habitación?

Para cuando puse un pie fuera, él intentó de nuevo hacerme entrar, forcejeando ambos en medio del pasillo en un silencio extraño. Mi sonrisa de satisfacción le hacía gruñir más y más.

No le iba a dar la satisfacción de quedar como la única a la que no era inmune sus encantos. Si él era mi debilidad, yo sería la suya propia hasta que me largase de allí. Y si le torturaba mis recuerdos hasta el final de sus días, tampoco lo veía mal final a nuestra relación de lo que fuera.

―Portia...Portia joder, no te quedes en el pasillo. Tenemos que hablar.

Pero yo no quería, así que, por esta vez, logré escaparme de sus manos y caminar a mi dormitorio. Pero antes de entrar, el timbre sonó en medio de la noche, haciendo que me quedase allí, esperando a ver de quién se trataba.

Sólo necesité escuchar las dos primeras palabras para saber de quién se trataba.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora