CONFÍA EN LOS CUERVOS

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Pocos eran los que poseían la habilidad increíble de los cambiaformas. Los más famosos siempre habían sido los hombres lobo, pero esa noche en la que un simple niño me miró a los ojos, los esquemas que había logrado construir durante el poco tiempo que conocía de la existencia de lo sobrenatural, volvieron a derrumbarse con un sonoro estruendo. La oscuridad del cuervo me devolvía la misma sensación que sentía cuando Markus y yo entablábamos una conversación, incluso parecía escucharlo reír o susurrar algunas palabras.

Abandoné la capacidad de respirar, de si quiera hablar; se me secó la garganta y el frío, aun a pesar de la calidez de la chimenea, hizo un recorrido serpenteante por mi espalda. Si aquello era un truco, aquel niño era el mejor mago de todos los tiempos.

Pero aquella transformación duró menos de un minuto. La bruma negra que lo había envuelto instantes atrás, volvió para rodearlo de nuevo y conferirle su forma de siempre, la de un niño que parece retar a cualquiera que deseara desentrañar sus secretos. Ahora, una media sonrisa aparecía en sus labios y el sentimiento de que había compartido conmigo algo prohibido, me hacía sentir especial pero alerta, ¿qué consecuencias traería conocer un secreto como éste?

Me quedé en el salón; era incapaz de moverme fruto de la aprensión de lo sucedido y de la enorme pena de saber lo que estaba sucediendo. Markus abandonó la sala en silencio, tan rápido que no pude verle desaparecer antes de hundirme en la suavidad de los cojines.

Por mucho que deseara, no podría dormir, de hecho, no tenía idea de lograrlo en los siguientes días. Por lo menos, agradecía aquel remanso de silencio para dejar correr las lágrimas, para descargarme de nuevo y tomar un nuevo impulso para luchar por Rainer.

Esto no iba a quedar así, pero entonces, la información del pequeño daba vueltas en mi cabeza, martilleando cualquier recoveco de mi cerebro: "todo espía deja un rastro, un rastro que puedes ver si sabes mirar". Mencionó también que alguien le había delatado lo que Rainer había hecho con esos humanos, pero entonces eso significaba que él tenía enemigos, ¿quiénes atacarían a los Suomminen?

Cerré de nuevo los ojos, intentando suavizar la arcada que subía por mi garganta. Las pecas luminosas de mi piel comenzaban a destellear, quizás por mi estado de mierda. Aun no entendía bien como yo misma funcionaba, así que cosas como esta en la situación en la que me encontraba me dio ganas de reír.

¿Desde cuándo se ha complicado tanto mi vida? ―me pregunté en un susurro. Desde que me alejé de la comunidad sería la respuesta más clara, pero si echaba la vista atrás y analizaba bien todo, incluso esa vida idílica que vendían los miembros pertenecientes a mi círculo más cercano, era de todo menos idílica. Casi éramos esclavos de las leyes que, según mi abuela, eran divinas e irrompibles. Si hacía caso a esas leyes, tendría que quedarme con Eilam, el verdadero dueño de mi enlace de pareja. Aquello logró ponerme nerviosa, sentándome de golpe en el sofá. Observé la mochila que había traído en mi viaje a la casa de los Suomminen, la que siempre llevaba conmigo, y la abrí rebuscando algo que me alegrara un poco.

Dos barritas de chocolate con galletas me calentaron el corazón; las abrí en cuanto me acerqué a la chimenea y me senté frente a ella con las piernas cruzadas. Sentí un pequeño alivio instantáneamente: la magia del chocolate obraba milagros.

Me vi tentada a rebuscar de nuevo en busca de algo más, pero mi mano dio con algo de madera que saqué inmediatamente; la caja de música que el señor Toivonen me había dado. Completamente sorprendida, la sostuve entre mis manos, observándola más detenidamente que la primera vez. Siempre la guardaba conmigo cerca porque tenía la sensación de que era algo realmente importante y, hasta ahora, no la había abierto.

Quizás era una señal del destino, pero giré la pequeña llave de la caja decorada con múltiples brillantes engarzados. Nada más abrir, una leve música llenó el ambiente y lo que encontré dentro me puso los pelos de punta: en el centro, un cuervo batía las alas con su pico abierto mientras que la música sonaba. Me temblaron las manos, ¿acaso el destino se estaba riendo a mi costa o aquello podía significar algo?

Recordé las palabras del señor Toivonen, que la caja estaba esperando por muchos años a ser entregada a su dueño, incluso la propia Helena mencionó que fuera a ver al juguetero. Aquello no podía ser una simple coincidencia y menos tras lo que me mostró Markus esta noche.

No cesaba de enfocar la vista en ese pico abierto, como si esperara a cazar algo...

"No muchos saben que los cuervos hacen más que simplemente robar objetos brillantes"

"Ellos vieron a mi hermano"

Mi mano viajó hasta mi oreja derecha, palpando el pequeño brillante engarzado. Lo tomé entre mis dedos, esperando que mi enajenación transitoria fuera la mayor genialidad de la historia. Mi pecho se contrajo unos instantes.

"Los cuervos eligen a su pareja de por vida. Es triste que se les asocie a cosas tan negativas cuando es un símbolo del amor y de la fidelidad".

Encajaba, dios mío, encajaba...

El pájaro dejó de volar y se hizo el silencio, un silencio que dejaba de ser cómodo para convertirse en la antesala de algo grande. La electricidad del ambiente me ponía el vello en punta; incluso mis alas se habían desplegado totalmente y zumbaban como si fueran de una mosca. Algo se había movido en el fondo de la caja.

Nada más retirar el doble fondo falso, me topé con varias cosas, una de ellas una carta que parecía muy antigua. Tenía la sensación de que iba a deshacerse entre mis dedos y por un momento no quise abrirla, pero había llegado hasta allí y no había manera de acobardarme. Mis ojos se enfocaron en la hermosa caligrafía.

Querida, sé que eres tú. No me conoces en absoluto, pero yo...yo soy quien más te conoce. No sé qué nombre tienes y, por desgracia, nunca lo sabré, pero debes saber varias cosas para sobrevivir al mundo que se abrirá ante ti.

Escribo esto en mi lecho de muerte, instantes antes de que la vida es escape de mi ya maltratado cuerpo. He sido yo la mano ejecutora puesto que ya no tenía nada ni nadie por quién luchar en este maldito mundo. Ahora, tienes una oportunidad, tenemos una oportunidad.

Confía en tu instinto, incluso si te grita cosas incoherentes o te hace hacer cosas impensables. Siempre te llevará por el camino correcto.

Que las apariencias no dicten a quien eliges como aliado, enemigo o enamorado. Yo lo aprendí a las malas querida, no hagas lo que yo hice.

Y, por mucho que te críen con ese pensamiento, sé libre mi alma, como un colibrí, como un hermoso cuervo negro que busca el brillo entre las penumbras. Confía en los cuervos, siempre tienen buenas intenciones. Te amo mucho, ten buena vida. Una gran amiga.

La carta no estaba firmada, ni siquiera podía tener idea alguna de quién la había escrito. Pero, ¿estaría realmente dirigida a mí? Incluso los cuervos...mencionaban los cuervos como aliados, algo semejante que mencionó Markus en nuestra anterior conversación.

Devolví la carta a la caja, tomando el resto del contenido que no había revisado. Había un medallón de color rojo oscuro, tan ornamentado y hermoso que parecía ser una antigüedad de valor incalculable. Ni siquiera me atrevía a llevarla colgada al cuello, pero, ¿Y si era la clave de encontrar a "esos cuervos"? quizás sabían dónde se encontraba Rainer.

Markus sabía cosas acerca de ellos, pero no me lo quiso contar por alguna razón de peso. Quizás si lo volvía a interrogar, se cerraría en banda o me mandaría al diablo; ese maldito niño escondía tantos secretos que tenía miedo de sus posibles poderes. Así que, probablemente, era hora de investigar por mi propia cuenta.

En cuanto me puse el medallón, un calor extraño me recorrió dentro de las venas y me hizo suspirar. Me agarré el pecho sintiendo un ligero mareo que me hizo tambalearme hasta la pared. La caja se cayó al suelo, saliendo de la misma el resto de su contenido.

En cuanto mis ojos se posaron en la alfombra, una hermosa pluma de cuervo brillaba ante la luz de la chimenea, susurrándome algo que no lograba escuchar del todo. Tan sólo un "llévame" hizo que me agachara y la guardara en mi bolsillo antes de salir por la puerta principal. 

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora