Cap 8

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Oía sonar el móvil que estaba en la cocina, no podía atenderlo ya que estaba en el cambio de ropa de cama de mi padre.

El tono de llamada se volvía a reproducir, era la segunda vez, aquel que llama no acepta que no haya respuesta de mi parte. Ya devolvería la llamada.

Estaba extenuada, mi cuerpo estaba agotado, mi cabeza estaba embotada. Hacía doce días, doscientas ochenta y ocho horas y no tengo puta idea de cuántos minutos y segundos desde que era la enfermera las veinticuatro horas del día de mi padre.

Comía a deshora, no descansaba bien, los pocos minutos libre que tenía salía a buscar comida o a comprar leña para la estufa, había colapsado mentalmente y lo sabía, por momentos me quedaba solo ahí parada mirando al vacío, pensando ¿Está es mi vida? Por cuánto tiempo será así mi vida? O me preguntaba ¿Porque a mí? Si jamás le hice daño a nadie, si jamás he hecho nada malo, ¿Porque tenía que sufrir de esta manera?

Terminé de cambiar a mi padre y miré la hora, dos de la tarde, tocaba la alimentación, tomé el sachet del compuesto de Nutrición Parenteral y lo preparé para aplicarlo en el suero.

Cuando terminé con todo ello caminé hacia la ventana, afuera la nieve caía a un ritmo constante.

Una primera vez sería tirarme de espaldas a la nieve y hacer angelitos, aunque pensándolo bien, no me conviene enfermarme. Seríamos dos para cuidar sin nadie que nos cuide. Mala idea.

Con 19 años veía mi futuro encerrada entre cuatro paredes, viendo a mis compañeros de clase ir a la universidad, graduarse, formar pareja, tener hijos, viajar por el mundo, salir de la pobreza, aunque no mis compañeros, la mayoría era de la élite Tailandesa.

Y yo todo lo que veía eran tubos de oxígeno, jeringas, agujeros en las paredes, cucarachas en la mesada, los leños como se quemaban a una velocidad tan extrema que no creía que llegarán a la noche.

Se que está mal porque al menos estoy viva, pero,  ¿vivir así es vida?

Harta de llorar, harta de quejarme, harta de estás cuatro paredes.

Necesitaba salir, necesitaba tomar algo fuerte aunque nunca he bebido alcohol, necesitaba fumar un cigarrillo.

Necesitaba tener primeras veces, muchas primeras veces.

El móvil siguió sonando un par de veces más y se cortó. No pasaron ni cinco minutos que empezó a sonar de nuevo.

No quería atender. 

No me importaba quién era, nosotros no le importamos a nadie, habían pasado quince días y nadie nos llamó hasta hoy, él no llamó, y porque debería, le dije que no.

Pero, y si era él, casi corrí hasta la cocina y tomé el móvil apretando el botón verde sin mirar el número.

—Hola. 

—Buenas tardes ¿Señorita Manobal?, 

—Si, soy Lisa. ¿Quién habla?

—Soy Bin Bunluerit director del Rugby School Thailand, la estoy llamando porque registramos una ausencia significativa en las últimas semanas, y queríamos saber porque no se presentó en los dos últimos exámenes finales de semestre.

—Director, un gusto hablar con usted. El motivo de mi deserción es porque mi padre está en coma, y estoy cuidando de su salud hasta que se recupere.

—Entiendo, lamento que no nos haya informado inmediatamente para que se contemple la gravedad del caso y no tener que estar llamándola por teléfono.—oía del otro lado movimiento de papeles.—. ¿Cuándo cree usted estar volviendo a la institución?

—No podría darle una fecha estimativa, mi padre está transitando por una complicada situación. —me hubiese gustado ser sincera, pero la sinceridad podía complicarme aún más.

—Señorita Manobal, lamento tener que ser el portador de malas noticias pero si usted no califica en las materias que le quedaron pendientes antes del cierre del semestre en una semana, estará exenta de la beca estudiantil y ambos sabemos que está es la única advertencia.

Era sabido, una de las responsabilidades que había adquirido con la beca es tener un puntaje elevado, presencial cien por ciento y no adeudar ninguna materia.

—Gracias Sr. Bunluerit, no se preocupe antes que termine el semestre me presentaré a rendir el examen de lo que corresponde.

—Esperemos que sí, Srta. Manobal, que tenga buenos días.

Apreté el botón rojo de la llamada, caminé hasta el perchero y me puse la campera de abrigo, las botas de nieve, guantes y una chalina. El teléfono y la tarjeta de subte en el bolsillo.

Caminé hasta la puerta, abrí y salí al frío helado de la tarde, el sol de post mediodía era cálido al sentirlo en el rostro, sentía como si no lo hubiese sentido en una década. 

Cruce hasta la casa de la vecina y toque en su puerta. Ella abrió un momento después, su casa más pequeña que la mía pero en mejores condiciones.

—Lisa, ¿Cómo estás? ¿Cómo se encuentra Jetrin?

—Igual, en un mundo paralelo.

—Pasa, pasa que te estás helando.

—No, tengo que ir al Charing Cross Hospital, por favor podría vigilar a mi padre por mí. No sé cuánto tiempo tardaré en volver.

—Si, Lisa. Cuenta conmigo. ¿Vas por medicina para tu padre?

—No, voy a buscar ayuda. Gracias. 

Me giré saludándola con la mano mientras iba caminando hasta la parada de subte con destino a pedir perdón y suplicar si era necesario.


Me giré saludándola con la mano mientras iba caminando hasta la parada de subte con destino a pedir perdón y suplicar si era necesario

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