Un loco no tan loco

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— Es aquí —dijo Eleanor señalando una pequeña casa en las orillas del pueblo.

— En serio estamos muy agradecidos por tu ayuda —mencionó Emmanuel.

— No fue nada, realmente espero que ayuden al señor Crawford.

— Simón, toca la puerta —ordenó Dante.

— Disculpa, antes de que te vayas —Emmanuel se acercó a la chica alejándose un poco del grupo.

— ¿Sí?

— Solo quiero que sepas que ese lugar debe cambiar.

— Lo sé, pero nadie lo cambiará

— Me encargaré de ello.

— Gracias, pero nada de eso es posible si los Fonseca siguen libres.

— ¿Los Fonseca?

— Ah, claro, no sabes de ellos, pues fueron ellos los que pusieron esa casa en primer lugar, algunas chicas, las más grandes dicen que de ahí es donde sacan a las esposas para sus hijos.

— Yo no...

— Mira, no sé quién eres en realidad, pero el simple hecho de que hayas asustado al encargado me hace entender que era alguien importante y con poder, así que lo único que te pido es que detengas a los Fonseca.

Esas fueron las últimas palabras por parte de Eleanor antes de desaparecer entre las calles de Daroca.

— ¡Emmanuel no te quedes ahí! —exclamó Dante llamando a su amigo.

— Voy.

— Ahora que estamos todos, creo que es importante que establezcamos un plan para que el señor Crawford nos dé la información que necesitamos —dijo Simón.

— Ya tocaste la puerta y nadie ha abierto, tal vez no esté —dijo Alexander.

— Toca de nuevo la puerta —dijo el líder.

— Claro.

Mientras los chicos discutían sobre las diversas posibilidades por las que el señor Crawford no les abría la puerta, Thelma se acercó a un ventana al costado de la casa, esperando ver a alguien dentro de la cabaña, hasta que sus ojos lograron visualizar una sombra, pero al momento de querer compartir esa información con el grupo la ventana fue abierta de par en par saliendo de ella un par de manos que agarraron por los hombros a la chica.

— ¡Ah! —exclamó la pelinegra.

— ¡Thelma! —Dante fue el primero en llegar con la chica, tratando de inmediato de liberarla del agarre del desconocido.

— ¡Fuera de mi propiedad! —dijo una voz desde el interior de la casa.

— Señor Crawford, necesito que suelte a la chica —dijo Emmanuel tratando de tranquilizar al hombre.

— Le voy a romper los brazos si no la suelta —añadió Dante.

— ¡No! —gritaron Simón y Thelma.

— Señor Crawford estamos aquí por sus libros —esa frase por parte del príncipe fue como un calmante para el señor ya que de inmediato dejó libre a la chica.

Después de que Thelma quedó libre, el señor cerró la ventana y el grupo vió como la sombra del señor retrocedía, desapareciendo entre la oscuridad, fue hasta que el sonido de una puerta abriéndose les advirtió que el señor Crawford estaba listo para recibir visitas.

— Lamento el inconveniente señorita —dijo el señor Crawford recibiendo a todo el grupo a su casa.

— No fue nada —respondió ella.

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