Dante

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La luna comenzaba poco a poco a desaparecer del cielo, permitiendo al sol ver un nuevo día y ser testigo del intenso entrenamiento del mejor guardián de todo Lederman, incluso, algunos mencionan que es el mejor guardián de todo Condere.

— Dante —el joven heredero Lederman se encontraba caminando por los jardines del castillo.

— ¿Sí, príncipe?

— No hay nadie alrededor, sabes que puedes llamarme por mi nombre.

— No sabemos a quién nos podremos topar en el castillo y no quiero que los demás crean que pueden llamarte por tu nombre.

— ¿Entonces eres el único que puede llamarme por mi nombre?

— Emmanuel, no empieces.

— Vamos, solo tienes que divertirte un poco.

— Mi trabajo es protegerte.

— Lo sé, pero nunca te diviertes.

— Claro que lo hago.

— Hacer sufrir a los novatos no tiene nada de divertido.

— Para mi lo es.

— ¿Por qué no te tomas el día?

— ¿Qué?

— Puedes ir al pueblo, tomar algo e incluso podrías encontrarte con alguna linda doncella.

— Ya vas a empezar.

— Emmanuel, no quiero que llegues a los 80 años después de haber sido por muchos años el comandante de las tropas y estés completamente solo.

— Gracias por el acercamiento a mi futuro.

— No pusiste atención a mi punto.

— No me interesa conocer a una doncella.

— Pues deberías. Eres muy guapo, cualquier mujer aceptaría estar contigo.

— No, gracias.

— Ya te veré cuando llegue una hermosa joven que te ponga de cabeza.

— Nunca me verás así, Emmanuel.

— Nunca digas nunca.

El resto del día, Dante acompañó al príncipe en sus actividades diarias, pensando en lo que su amigo le había dicho, no podía creer que ese tipo de ideas se aportarán de su mente. No tenía tiempo para pensar en eso.

¿O sí?

Los pocos recuerdos que aún conservaba de sus padres eran lo que lo mantenían de pie, todo el esfuerzo que había puesto desde que era un simple novato en la guardia real había sido por ellos, quería que sus padres vieran a un hombre del cual estar orgulloso, por lo que el pensar en su futuro no era algo relevante para él.

Sin embargo, desde el momento en el que Emmanuel comenzó a ver a Siena con otros ojos, el guardián no podía evitar imaginarse a su hermano comprometido y con hijos, era claro que él se imaginaba jugando con sobrinos, pero cuando él trataba de imaginarse su futura vida siempre terminaba viendo un agujero negro, le era imposible imaginarse comprometido con una chica.

Algo que siempre se decía cuando se enfrentaba a ese agujero negro era algo que sus padres le decían:

Dante, estamos seguros de que harás grandes cosas cuando seas grande, ayudarás a muchas personas y todas tus buenas acciones serán compensadas con grandes personas que serán parte de tu familia, hasta que llegue una mujer que ames con todo tu corazón.

¿Cómo estás segura de que encontré a alguien así? —dijo Dante cuando era niño.

Lo sé porque soy tu madre, las madres sabemos todo de nuestros hijos. Además, te estamos criando para que seas una gran persona y puedas llegar al corazón de muchas personas.

Entonces voy a encontrar a una linda niña y formaremos una gran familia.

Así es Dante, junto con ella van a formar una familia en donde todos se quieran.

Esas palabras mantenían en el corazón del chico un rayo de esperanza, porque, aunque a Emmanuel le dijera que no pensaba en esas cosas, la verdad era otra. Tenía el sueño que su madre le había dicho, tenía la esperanza de formar una familia en donde fuera querido.

— Dante —la reina Claudia caminaba por los pasillos del castillo.

— ¿Si, señora?

— Quisiera que guardaras todas las cosas de la habitación de la señorita Andrade.

— No sé si a Emmanuel le agrade la idea.

— Ella no va regresar, todos lo sabemos y si no hacemos nada con sus cosas, mi hijo no podrá superarla nunca.

— Lo haré de inmediato.

El pelinegro caminó hacia la habitación de la chica, era verdad que ya había casi dos años desde la última vez que habían visto a Siena y era verdad que Emmanuel no había estado para nada bien, los primeros meses fueron complicados, el príncipe sólo permitía pasar a su habitación a su mejor amigo, fueron días en lo que el pelinegro veía a su hermano perder la cabeza.

Ahora, poco a poco comenzaba a olvidarla, pero mientras la habitación de la chica siguiera él nunca podría olvidarla. Comenzó a juntar todas las cosas innecesarias como ropa o zapatos, esperando encontrar un pequeño objeto que le pudiera dar después a Emmanuel como recuerdo de su primera amiga.

Mientras estaba recogiendo las cosas que se encontraban dentro de un cajón notó una caja de madera, dentro de ella había varias fotos de ella junto a su familia. Durante los días en lo que ella permanecía en Condere, siempre les contaba sobre su hermana, diciendo en lo lista y creativa que era, pero hasta ese día había podido ver el rostro de la chica que Siena siempre presumía.

En la foto, Thelma estaba de espaldas dibujando; en la siguiente foto, la pelinegra estaba sosteniendo una flor y su rostro parecía contento. El chico se fijó en el rostro de la chica y sintió algo dentro de él, era una sensación agradable, era como si la felicidad de aquella foto se estuviera transmitiendo por el aire, provocando hacer sonreír al chico, algo raro en él.

Después de ese día, el chico comenzó a ver el rostro de la chica en todas partes, en sus sueños era el lugar donde con más frecuencia veía a la hermana de Siena y no le agradaba esa idea, era imposible que pensara en una chica que no conocía.

— Será posible que tu hermana te haya contado sobre mi, —el chico estaba recostado en su cama y sostenía la foto de la chica entre sus manos— ella nos contó mucho sobre ti, así que yo creo que ella te contó sobre nuestro mundo. ¿Qué estoy diciendo? Es imposible que este hablando con un dibujo de una chica, debo estar loco. Aunque, la verdad es que no tendría problema alguno en conocerte, tal vez nos llevemos bien.

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