Thelma

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— ¿Siena? —dijo Thelma llegando a su casa.

La chica había regresado de la escuela, se había quedado hasta en casa esperando a que Marcela saliera a casa a su clase de pilates. Odiaba tener que pasar tiempo con ella y con Siena, aunque sabía que ella pasaba el menor tiempo posible en casa.

Al ver que no le contestó se alegró de tener la casa sola, comenzó a subir hacia su habitación, sin embargo, el silencio que esperaba percibir en su hogar no estaba, conforme subía cada escalón un ruido en la parte superior de la casa lograba escucharse. Al principio se sintió asustada porque era imposible que alguien estuviera en casa, pero una vez que estuvo a dos escalones del piso se podía ver cómo la luz de la habitación de su hermana estaba encendida y el ruido se transformó en música a todo volumen.

El miedo desapareció, ahora tenía que soportar a su hermana por el resto de la tarde.

— Siena, te estoy hablando —la chica abrió la puerta de la habitación esperando que su hermana bajara el volumen de su música.

Lo que sus ojos lograron ver era una traición.

— ¡Thelma! —exclamó Elliot.

— Hola —dijo Siena como si nada.

— ¿Qué? —la chica no soportó seguir viendo la escena y salió corriendo.

El chico como pudo se vistió de inmediato y salió a perseguir a su mejor amiga, ella ya había avanzado dos cuadras hasta que la logró detener.

— Thelma, escúchame.

— ¿Te acostaste con Siena?

— Yo no...

— Y no me puedes decir que no porque lo vi con mis propios ojos —la chica estaba conmocionada por la situación.

— No lo entiendes.

— No, no lo entiendo, por varias años te he dicho cómo me siento al respecto de ella y cómo me trata, ahora, llegó a mi casa y te veo desnudo en su cama disfrutando como si ella fuera un puto ángel.

— No le hables así.

— Ah, no debo hablarle así a la persona que me ha molestado desde los 12 años. No debo hablar así de la chica que inició el rumor en la escuela de que tenía sífilis y debo tratar con gentileza a la chica que me quitó al único chico que se ha fijado en mí.

— Sobre Marco.

— No te atrevas a decirlo.

— Nunca sabremos si en verdad le gustaste.

— No tuvo la oportunidad. Había sido el primer chico en acercarse para conocerme y no mi hermana, pero al final, como todos, se vio atraído por ella.

— Ella no hizo nada.

— Si te refieres a que no se le acercó, lo besó y se acostó con él diciéndole que no me volviera a dirigir la palabra, entonces sí, ella no hizo nada.

— Ella no es una mala persona.

— ¿Ves? Caíste en su engaño.

— Es que no la conoces realmente.

— Soy la única persona en todo el mundo que la conoce, así que no vengas a decir que es una buena persona porque no lo es —la chica tenía los ojos rojos los cuales comenzaban a llenarse de lágrimas— Creí que éramos amigos.

— Lo somos.

— No, un amigo no habría hecho eso.

— Es que no pude evitar fijarme en ella.

— ¿Sabes que no siente lo mismo?

— Tú no sabes lo que ella siente.

— Claro que lo sé y fui una idiota en no querer darme cuenta en tu cambio de actitud. Después de tantos años.

— En ese tiempo me deje llevar por ti.

— ¿Qué cambió ahora?

— Ella se me acercó, es difícil conocer a una chica cuando eres mi amiga.

— ¿Ahora es mi culpa?

— No quise decirlo así.

— Entonces dices que es mi culpa el que no tengas novia y por eso fue sencillo caer en el encantó de Siena.

— ¡Thelma, todo el pueblo sabe que soy tu amigo y todos creen que soy igual que tú!

— ¿Igual en qué aspecto?

— No lo voy a decir.

— ¡Dilo!

— ¡Que soy un perdedor que morirá virgen y solo!

— Vaya, al fin hablas con la verdad.

— Thelma, yo no —el chico se acercó a ella.

— No vuelvas a mi casa.

— No hablas en serio.

— No quiero que vuelvas a hablarme o acercarte a mi en el trabajo.

— Thelma, eres mi única amiga.

— Debiste pensar en eso antes de acostarte con ella. Además, sabes mejor que nadie que ella no le abre su corazón a nadie y lo que pasó hoy se volverá un simple encuentro para ella.

— No sabes eso.

— ¿Crees que has sido el primer chico que encuentro en su habitación?

— Ella de verdad me quiere.

— Cuando te haya cambiado no vayas a llorar porque yo te lo advertí desde que nos conocimos.

Y así pasó, al cabo de dos días, Siena dejó a Elliot, cuando la palabra "dejar" no es la correcta, más bien se aburrió de él.

Ahora Thelma estaba sola, llevaba casi dos años en la universidad y no tenía amigos, porque pensó que Elliot era más que suficiente y no lo era, lo comprendió demasiado tarde. Era viernes, su día libre de trabajo y sus clases había terminado, mientras caminaba hacia la salida de la universidad decenas de estudiantes en grupos se ponían de acuerdo en los planes para la noche, ella los escuchaba con atención y se preguntaba si en algún momento tendría a un grupo de amigos con los que cuales podría pasar el tiempo.

Llegó a su casa y como de costumbre estaba sola, entró a su habitación, tiró su mochila al suelo y se recostó en su cama, pensando en lo que había pasado hace dos días. Decidió concentrar su mente en otras cosas como su tarea, por lo que se estiró para alcanzar su mochila, al hacerlo provocó que cayera de su cama.

En el suelo permaneció unos minutos rogando por permanecer ahí el resto de su vida, de repente, al ver lo que había debajo de la cama vio una pequeña caja rosa, la sacó y encontró sus viejas libretas de dibujo en donde había plasmado todas las historias que su hermana le contaba de pequeña.

Mientras pasaba las hojas algo dentro de su corazón se sintió distinto, la tristeza que yacía en él ya no era visible en sus ideas, una nueva sensación se apoderó por completo de ella, pero no lograba decir con exactitud qué era.

La verdad es que esa sensación era muy agradable, por lo que tomó una hoja, un lápiz y comenzó a replicar esos viejos dibujos, con la esperanza de que la sensación no saliera de su cuerpo.

Fue así que el resto del año, Thelma encontró algo que la hacía feliz. Todos esos paisajes y personas imaginarias la hacían sentir feliz, en particular había un rostro que se destacaba de entre todos, detrás de una vieja hoja estaba escrito el nombre de Dante y era el guardián del príncipe Emmanuel, Thelma sentía que ese rostro ya lo conocía pero era imposible porque no existía.

— ¿Qué tengo que hacer para que ustedes existan? Digo, no me conocen, pero quisiera que me conocieran, soy muy chistosa, valiente y soy buena peleando —dijo mientras en sus manos reposaban decenas de dibujos de Condere— Quisiera que al menos una vez en mi vida las personas me eligieran a mí.

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