50: Confesión

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Capitulo: 50
Confesión

La madre tararea una de sus canciones favoritas, lo que es un punto a nuestro favor para saber por donde anda.

Se aleja a la cocina.

—Ahora corred —agarro a las niñas y les tiro hacia arriba.

Antes de salir nos asomamos y al ver que la madre no está por medio salimos y cerramos con cuidado.

Antes de seguir aprieto mi bolsillo notando la llave en mi interior.
Mierda, se me ha olvidado colocarla en la lámpara de nuevo. Pero no me da tiempo a bajar porque la madre viene.

—Hola chicas ¿acabáis de llegar? No he oido la puerta.

Las tres asentimos y vamos al cuarto.
Allí pasamos un buen rato juntas. Bailamos nos reímos, nos hacemos fotos.

Luego recuerdo que vine a escondidas y que no puedo pasar mucho más tiempo en el pueblo porque supuestamente estoy en la ciudad haciendo un trabajo con una "compañera"

Me despido de las niñas y de la madre de Robert para dirigirme a la parada del autobús. Pero... que casualidad que para llegar allí tengo que pasar por casa de Zippy y Olivia, así que me desvío unos minutos, rezando para poder obtener respuestas de lo visto.

Toco al timbre y Zippy abre la puerta. En cuanto me ve frunce el ceño extrañado.

—¿No estabas con tu madre? —pregunta desconcertado.

—Estaba.

Él suspira para luego hacerme pasar adentro.
Mi subconsciente busca a Olivia de reojo, a la cuál no veo por ningún lado.

—He ido a casa de Robert —digo sin miramientos.

Zippy se toca el puente de la nariz. Cansado del tema.

Luego saco del bolsillo la llave y se la enseño.
Pone cara del típico niño pequeño al que acaban de pillar y luego me regala una sonrisa carismática.

—Te lo voy a contar todo. Porque se que hasta que no lo sepas no vas a parar.

Yo sonrio y me felicito por esta victoria.
A veces ser constante tiene sus frutos.

—Pero antes... devuélveme la llave —dice Zippy abriendo la palma de su mano.

Yo ruedo los ojos pero se la termino entregando. Que remedio...

Me agarra la mano y salimos de casa. No tengo ni idea de a donde vamos.
Se que estamos cerca de tres cuartas, donde me secuestraron aquel día.
Es difícil olvidarse de un sitio donde has pasado tanto.

Llegamos al principio de la colina pero Zippy no sube, si no que se desvía hacia el llano de la derecha.
Lo sigo y con mis manos y brazos me abro paso entre los árboles y ramas altas que tapan la visión.
Hasta que este mismo instante el camino se acaba y hay un precioso campo, lleno de caballos pastando.

El frescor de los árboles y de las plantas me acaricia el rostro.

—Vamos a montar a caballo y te cuento.

¿He escuchado bien?¿Quiere que monte a caballo? No he montado nunca.

Este chico sabe hacer de todo. Un día monta en moto, otro a caballo, al otro en coche y la bicicleta.

Cuando observa que no se montar me ayuda a subir explicándome la postura correcta.
Él se ríe de mí al ver mis caretos de miedo y la manera en la que me agarro al caballo.

Él se ríe de mí al ver mis caretos de miedo y la manera en la que me agarro al caballo

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