23. Sacrificios desesperados

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Sebastian entró a la oficina de Anamelech sintiendo como un frio recorría su columna y notó un pequeño temblor en sus manos.

La había cagado, y eso lo sabía.

Su jefe no estaba feliz, él quería resultados lo más pronto posible y Sebastian no se los estaba dando.

Tal vez había perdido su toque, no lo sabia.

O tal vez el hecho de que su puñetero jefe tuviera secuestrada a su hermana para chantajearlo y someterlo, no era un gran motivador después de todo.

Era evidente que no había estado tan pegado a Serena desde hace unos meses, la tenia vigilada pero no la había citado para volver a amenazarla.

Niña insolente. Sebastian se decía cada vez que Serena hacia alguna tontería.

—Anamelech—Sebastian bajo su cabeza y la mirada cuando estuvo frente al hombre—. ¿Querias verme?

—Eres un idiota—fue lo primero le dijo el hombre cuando por fin lo miró—. ¿O tal vez yo soy el idiota por estar siguiendo tu plan en primer lugar?

—Tenemos a Serena justo donde la queremos—Sebastian intento defenderse—, vulnerable.

—Yo creo que más bien esta enamorada—Anamelech dijo con un pequeño gruñido mientras le arrojaba a Sebastian una revista de chismes donde se veía a Serena y Daniel besandose—. Ella... se suponía que no debía hacer esto.

—Lo esta usando—Sebastian le aseguró—. Si ella consigue enamorar al niñato podrá acceder a todo lo que usted quiera.

— ¿Todo lo que yo quiera? —repitió con una sonrisa sarcástica—, ¿y porque ella haría eso?

—Podriamos adelentar lo de decirle por fin la verdad—Sebastian sugirió con un poco de miedo en su voz que trataba de disimular, sabia que el tema que estaba a punto de tocar era peligroso—, estoy seguro que lo haría.

Sebastian coloco la revista sobre el escritorio y Anamelech la observo por lo que parecieron unos largos segundos antes de dirigirse nuevamente a Sebastian. —Encargate.

—Por supuesto—Sebastian le dijo y estuvo dispuesto a salir de la oficina pero la voz de su jefe lo detuvo.

—Sebastian—lo llamó, el nombrado volteó la mirada—. Considerame piadoso contigo esta vez.

De repente, dos hombres entrararon a la habitación, tomando a Sebastian por los brazos y golpeando sus rodillas para que cayera al suelo mientras Anamelech se acercaba.

—Esta es tu ultima advertencia—dijo mientras le hacia una seña a los hombres y estos comenzaban a golpear bruscamente a Sebastian.

La habitación estaba impregnada de un aire denso, cargado de tensión y maldad. Anamelech, el sádico jefe que había llevado a la vida de Sebastian a un abismo sin fin, se erguía con arrogancia tras su escritorio de madera oscura.

Sebastian podía sentir el sudor frío resbalar por su frente mientras el miedo se apoderaba de él. Pero su mente estaba fija en una única imagen, la de su hermana, la razón por la que había llegado hasta este punto, la razón por la que soportaría cualquier tormento que Anamelech quisiera infligirle.

Los dos secuaces de Anamelech intercambiaron una mirada siniestra antes de comenzar a golpear a Sebastian. El primer puñetazo impactó en su estómago con fuerza, robándole el aliento. Sintió como si el aire se desvaneciera de sus pulmones y sus piernas temblaron, pero se aferró a la imagen de su hermana, la única razón que le quedaba para resistir.

El segundo golpe le alcanzó en la mandíbula, haciéndole girar la cabeza con violencia. Un regusto metálico de sangre inundó su boca, pero no emitió ni un quejido. Sus ojos se mantuvieron fijos en el retrato de su hermana que colgaba en la pared, una imagen que había llevado consigo durante años. Cada golpe era un eco sordo en su cabeza, un eco que solo hacía que su determinación creciera.

Sweet Revenge ©  [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora