Capítulo 29

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Narra Cecilia

—Marcos, ¿yo te gusto?

Su expresión cambió completamente a una de total incomodidad que enseguida intentó disimular con una sonrisa forzada. Se rió un poco tocándose la nuca y mirando hacia otro lado.

—¿Eso lo dices para saber si me pareces guapa, no? ¿No eres un poco vanidosa? -seguía sin mirarme —¿Pedimos ya?

Le hizo una seña a un camarero con la mano para evitar seguir la conversación. Después de eso no volvimos a comentar nada sobre el tema pretendiendo que yo nunca había preguntado nada. Pero sí que lo había hecho y él no quería responder, así que, ¿qué debía pensar?

***

Toqué el timbre un par de días después de nuestra comida, habíamos hablado bastante después de eso pero de temas banales sin rozar siquiera aquel tema.

—Hola —abrió la puerta y me cedió el paso —¿Qué te trae por aquí?

Tenía una sonrisa dulce como siempre y sus ojos parecían demostraban cansancio. Llevaba puesto un simple pantalón de chándal gris y una camiseta lisa azul, tenía el pelo revuelto y varias pulseras de cuentas en sus manos.

—He venido a ver a Avery. ¿Está aquí?

El lugar estaba bastante silencioso, a pesar de que normalmente había alguien haciendo ruido o rondando por ahí (y por alguien me refiero al primo de Marcos).

—Pues no. Tengo la casa sola durante todo el día, pero quédate si quieres —señaló a los sofás y pude ver que en el más grande había una manta cubierta de apuntes.

—Si estás estudiando me marcho —no era mi intención molestar y que por eso suspendiera.

—Quédate por favor, no puedo seguir estudiando. Estoy hasta las narices de Napoleón y sus batallitas. Además, sé lo que tardaste en llegar como para que ahora tengo que irte.

Apartó sus papeles y tendió la manta sobre el respaldo del sofá para que nos sentásemos, y aunque el mueble era grande, nos colocamos muy pegados pero sin invadir el espacio vital del otro.

—¿Esas pulseras? —me mató la curiosidad.

—Esto... —las observó y se las comenzó a quitar dejándolas en la mesa de café junto a sus notas —Me quedé dormido ayer con ellas y estaba tan cansado que hoy me dio igual llevarlas. Estuve ayudando a Avery a hacer brazaletes para su concierto de Taylor Swift ayer en la noche.

¿De verdad había dedicado tiempo a hacer pulseras de la amistad para el concierto de mi mejor amiga por voluntad propia? O al menos eso parecía. Parecía ser ese tipo de chico.

—¿No te obligó? ¿Te amenazó con degollarte?

—No que va, me lo pidió amablemente después de cenar y no pude negarme. Eso sí, yo no valgo para las manualidades, me tuvo que explicar como diez veces como se hacían, así que me puse la mayoría para asegurarme de que mi creación mediocre no se rompía.

¿Cómo podía ser tan dulce? Si mi amiga me pusiera a hacer pulseras la insultaría de todas las maneras posibles y luego la ayudaría, pero no hablaría tan bien sobre eso después. Yo soy una persona honesta que si piensa que una nutria pintada en una piedra es amorfa lo dice, no como otros (Noah) que creen que Avery sabe dibujar fantásticamente, no es por ser mala persona pero la conozco desde pequeña y aunque es muy creativa sus dotes para el dibujo nunca han sido las mejores.

—Es cierto, tienes cara de inútil.

—¿Cómo dices? ¿Te juntas con mi primo acaso?

—Ya quisieras tú que fuese por eso y no porque es verdad —su risa, como casi siempre fue bastante suave.

El muerto, el British y el gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora