Capítulo 8

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Narra Avery

Frascos de cristal de diferentes tamaños iban llenando poco a poco las estanterías, libros que parecían antiguos, una caja registradora, una encimera de madera en combinación con la estética... pero no era real, solo era una maqueta con tres paredes que había comprado para armar cuando tuviese tiempo. Por fin ese fin de semana no tenía nada que hacer así que me había puesto a montar pieza por pieza hasta formar una estructura decente, en teoría aquel proyecto tendría que convertirse en una botica antigua, aunque por el momento parecía más un abasto de pueblo. Me gustaba hacer esa clase de cosas, eran un poco caras pero intentaba comprarlas siempre en oferta, había creado gracias a mi esfuerzo ahorrativo una tienda de plantas, una librería, una cocina y hasta un café; como siempre me andaba mudando no podía llevarlas conmigo y, aunque la mayoría estaban en la casa de mi padre, otras tantas las había regalado.

Me gustaba mucho crear y decorar ese tipo de maquetas pero por mucho que me interesase, y aunque mi madre me hubiese insistido en que estudiara arquitectura, tenía bastante claro lo que quería estudiar (cosa que es una novedad entre la gente de mi edad): biología.

Estaba intentado encajar un libro enano en el hueco que quedaba de una estantería con la ayuda de unas pinzas cuando mi teléfono empezó a sonar.

Ni siquiera levanté la vista de lo que estaba haciendo y hablé proyectando la voz:

—¿Necesitas algo? —Lucas estaba en la puerta abierta de mi habitación y aunque no lo veía sabía que tenía una estúpida sonrisa en sus labios.

Desde hacía unos días tenía una extraña manía de llamarme sin necesidad, incluso si estábamos en la misma estancia, solo para molestar. El viernes me había llamado en medio de clase y tuve que fingir que tenía una urgencia femenina para que no me cayese un parte y cuando ya en el baño le respondí resultó que solo me llamaba para comprobar si sabía si había pollo en la nevera y si este estaba o no empanizado.

—¡Hay una fiestaaaaa! —se oyó la voz de Marcos desde alguna parte de la casa.

—Que si te apuntas.

—¿Una fiesta de qué? —pregunté recelosa. Ya había ido a fiestas y me había divertido pero no estaba segura de querer estar en una fiesta con ¿universitarios borrachos de una ciudad nueva para mí?

—¿Cómo que de qué? Pues una fiesta en la que se baila, se bebe... ya sabes. Una fiesta normal —Lucas se tiró en mi cama.

—Ya sé que es una fiesta. Me refiero a quienes van a estar.

—Ah, pues es en un local muy, ¿cómo decís los jóvenes? Concurrido —actúa de repente como un viejo como si no nos llevásemos más que un año —. Va todo tipo de gente, pero sobre todo universitarios y adolescentes, muchos de tu instituto.

—No se alegrarme por eso o tirarte por la ventana. ¿Por qué no vas con tu novio ese? —sugerí, me gustaban las fiestas pero ese día estaba muy cómoda sentada en mi escritorio, haciendo esa casita.

—No es mi novio ese, se llama Omar y no le gustan las fiestas tanto como a mí. A veces me acompaña porque le obligo, pero hoy no podía así eres mi última opción.

—Gracias, supongo.

—Además comenzó a susurrar —Marcos ha aceptado llevarnos o buscarnos por si llueve pero solo si vas tú porque dice que me pongo pesado borracho y que no quiere aguantarme. Quiere que me controles.

—¿Sabes que si voy no voy a hacer eso, verdad?

—¿Por qué crees que te invito a ti? —sonrió como estúpido.

Lo pensé con seriedad. No me ilusionaba demasiado pero podía ser divertido y quizás una buena oportunidad para conocer a gente o no conocerlos y hacer otra cosa...

—¿Puedo llevar a alguien?

—No —se sentó arrugando mis sábanas recién tendidas —estoy obligándome a responsabilizarme de ti, no pienso hacer lo mismo con un amigo tuyo.

—¿Si voy y me aburro me prometes que no me ignorarás?

—Sí —aceptó exasperado —pero no nos conocemos tanto así que no te pegues mucho a mí o la gente tendrá una idea heterosexual equivocada de mí.

Claro, porque no la tenían ya.

—Bueno nos vamos cuando diga Marcos así que estate preparada —se levantó y volvió por donde había venido. Miré mi reloj, eran las 10 de la mañana. Lucas necesitaba ir al médico, algo le pasaba porque la falta de percepción el tiempo es un evidente síntoma de trastornos psiquiátricos. ¿He dicho ya que me gusta la biología? Porque lo repetiré hasta el cansancio o hasta que cambie de gustos.

No había pedido permiso a mi madre, pero estaba segura de que con una llamada rápida sin duda aceptaría, no era muy estricta y hacía cualquier cosa con tal de que no me diesen ganas de mudarme con mi padre o presentase una denuncia por negligencia parental. Aunque casi siempre me había querido quedar con mi padre hacía ya un tiempo que estaba acostumbrada a la forma de vida nómada de mi madre, y por suerte, pasaba siempre una temporada en navidades y otra en verano con mi padre.

A media tarde llamé a Cecilia para contarle de la fiesta y para que me ayudase a decidir qué ponerme. ¡Era mi primera fiesta en aquella ciudad, no podía ir con cualquier cosa! Al final opté por un vestido negro pegado y corto pero con una falda con algo de vuelo y unas botas negras largas que tanto estaban de moda en aquel momento. El clima estaba raro, aunque era septiembre no hacía frío así lo complementé con una sudadera azul que tenía unos pequeños lazos en las mangas.

Cuando por fin Marcos nos llamó para irnos, yo ya estaba más que lista. Había estado todo el día si haber aceptado había sido una buena idea.

—Avery, porfa, que este tonto no haga mucho el ridículo. Solo acepto llevaros para que no te mueras por este estúpido borracho conduciendo.

—¡Cállate! —le ordenó Lucas pellizcándolo en un brazo. Esos dos tenían una complicidad extraña, eran muy amigos y vivían conversando, lo hacían todo juntos dentro de casa, pero a la vez, parecían odiarse y tenían amigos y aficiones completamente diferentes. Estaba claro que el responsable y estudioso de entre los dos primos no era precisamente Lucas.

Marcos era mucho más amable que su primo menor, era mas tranquilo y resultaba encantador cuando sonreía de oreja a oreja sin ningún motivo aparente; en cambio, Lucas era mucho más distante y seco, aunque no se podía negar que a veces podía ser amable, y tenía una extraña obsesión con molestar a la gente sin motivo y entrometerse en su vida.

Entramos en el local, era amplio y tenía luces muy brillantes que se movían en la oscuridad. Pude distinguir a lo que parecían ser un grupo de universitarias ligando.

—¡Ya verás, te va encantar! —me gritó mi acompañante por encima de la música —¡Chulo! ¡Tiene cara que la cama te da duro! —comenzó a cantar y se alejó.

Y de pronto lo vi. Oh oh, no esperaba encontrármelo ahí.

El muerto, el British y el gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora