Capítulo 4

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Narrador Avery

Entré realmente en la casa que mi madre había alquilado para que vivíamos esa temporada de forma indefinida, teníamos que compartirla con el hijo de los dueños y su primo para que nos saliera más barato, pero no era algo que me importara. Estaba acostumbrada a compartir vivienda e incluso habitación y prefería eso a pasarme meses en una caravana (que había pasado), al menos esos espacios los podía decorar a mi manera y convertir en algo mío.

Mi habitación era grande pero bonita. Tenía las paredes blancas y un gran ventanal que dejaba pasar mucha luz. También tenía un armario empotrado de buen tamaño y una cama doble. Tenía hasta un escritorio y me sobraba espacio. Supuse que mi madre se había esforzado especialmente en conseguir un lugar bonito y acogedor, pues las dos sabíamos muy bien que en cuanto cumpliese la mayoría de edad y me graduase del instituto me iría a la universidad y no volvería jamás a seguir aquel estilo de vida precipitado que me había causado tantos problemas y que, si me asentaba, estaría cerca de donde vivía mi padre.

Dejé mi mochila sobre la silla del escritorio rosa con rueditas y me tiré en mi cama. Solo debía esperar a que llegase Cecilia para poder hablar sobre nuestros primeros días en 2° de bachillerato. Mi amiga vivía, por primera vez en años, a solo 30 minutos de donde yo me encontraba, así que habíamos decidido que ella vendría a verme en su coche. La muy rata tenía un coche propio era una chatarra de cuando su padre era joven pero servía para transportarse.

Me distraje en Pinterest durante un rato largo, de donde sacaba toda la inspiración para hacer básicamente todo en mi vida, hasta que por fin sonó el timbre.

Salí corriendo emocionada sin prestar mucha atención a mi alrededor hasta que vi a Lucas, el hijo de los dueños de la casa, dirigiéndose hacia la puerta; El problema era que Lucas no iba vestido de una manera normal, ESTABA SIN CAMISETA y no era que precisamente le faltaran atributos. ¿En que clase de historia de Wattpad me había metido? No es que yo leyera eso, pero mi amiga estaba obsesionada con los fanfics y si se enteraba de que tenía un adolescente semidesnudo en su casa me iba a matar a preguntas.

Oh no, había abierto la puerta, ¿no tenía pudor o algo así? Habló con la persona que había afuera y sacó unas monedas de su bolsillo, después cerró la puerta y me tendió una caja de galletas.

—¿Sí? —pregunté. Al parecer no era Ceci.

—Una chica vendía galletas para donar el dinero a la investigación contra el cáncer, no podía negarme.

—¿Y por qué me las das? —Y más importante aún —¿Y qué haces sin camiseta?

—Es mi casa y tengo calor —estúpido calor raro de septiembre no quiero tener a un chico por ahí arruinándome la vista —y soy celiaco.

Ahora entendía porqué siempre tenía su comida apartada de la del resto y aunque siempre nos ofrecía nunca comía de lo que le ofrecíamos a nosotros. Por eso esa tostada con mermelada estaba tan seca. Pobre cosita fea, se pierde de lo mejor: EL PAN. Soy amante del pan, creo que está de más decirlo.

—Gracias.

De repente salió del baño el primo de Lucas, Marcos que salía con una mochila a la espalda y ropa deportiva.

—Yo voy a la universidad. Luc, ponte una camiseta o tapate un poco hombre —se giró hacia mí y miró mi caja de galletas —¿Te las piensas comer?

—¿Quieres una? —estiré el brazo en su dirección

—Sí, porfa, es que no me dio tiempo a hacer nada de comer —sonrió como un idiota ante las galletas y cogió una buena cantidad de ellas antes de abrir un cajón de la cocina y sacar una bolsa reutilizable para guardarlas.

Por fin se dignó a salir y justo llamaron al timbre así que abrió él, dando paso a mi mejor amiga que me veía con cara de asco y alternaba su mirada entre los dos chicos y yo. ¡Qué bonito reencuentro, se suponía que se tenían que abrazar mientras corrían la una hacia la otra, no eso!

—Bueno, hola y adiós —Marcos cerró la puerta y su pelo marrón desapareció. Uno menos, queda otro.

Ceci se mantenía mirando fijamente la espalda de Lucas que revisaba su teléfono sentado en una silla alta de la encimera, pero de nuevo su cara era de asco. AYUDA QUE INCÓMODO.

Él al principio la ignoró pero después captó su presencia y ella saludó con la mano. Él no le devolvió el saludo. ¡Será antipático! ¡Me recuerda a mí!

Eso me hizo acordarme de aquel chico alto que me había lanzado la hoja de papel y que parecía muy interesado en molestarme. Uf, que muermo, tendría que aguantarlo todo el año, o hasta que a mi madre se le ocurriese mudarse de nuevo.

—Debería preguntar algo sobre por qué tienes a dos buenorros andando por tu casa? —preguntó mi amiga una vez hubimos entrado a la tranquilidad de mi habitación —Esto es como...

—No digas wattpad o te lanzo una maceta. Mira, son gente que vive aquí, no tengo nada que ver, y son mayores así que no te imaginas cosas raras.

—¿Qué tan mayores?

—El moreno tiene dieciocho y el otro veinte.

—Bueno tu ya tienes una edad... y ninguno supera la treintena. Yo creo que es posible.

—Venga, hasta luego, creo que ha sido una mala idea que vinieras.

Intenté echarla pero en vez de conseguirlo se empujó sobre mí y me abrazó fuertemente. Llevábamos meses sin vernos y me alegraba de poder abrazarla de nuevo. Ambas éramos el tipo de persona que demuestra su cariño a través de abrazos, aunque a mí también me gustase obsequiar cosas.

—¡Hablando de regalos! —me aparté de ella y abrí un cajón

—¡Una piedra! —exclamó con fingido entusiasmo —Otra más —hizo como si fuera a lanzármela, gracias.

Vale, puede que tuviese el hobby de pintar y decorar piedras y puede que también mi mejor amiga tuviese una colección de ellas que ocupaban una caja debajo de su cama.

—Es una nutria.

—Una nutria un poco amorfa —me miró mal, como siempre.

—Shuu —le puse la mano en el hombro —no digas eso perfecta, eres pequeña.

—Espero que tengas pronto un novio para que le pintes piedras y le digas esas cosas, a ver si me deja en paz. Aunque no creo que dure mucho porque conociéndote lo ahuyentas.

La miré mal y nos sentamos en mi cama a compartir nuestro día, al menos el suyo había sido un poco más interesante.

El muerto, el British y el gayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora