Prólogo

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Recuerdo vívidamente el día en el que fui echado de mi propio reino, acompañado de un dolor desgarrador que nunca había sido capaz de sentir.

Era como si todo mi sistema dejara de funcionar, y todo eso que alguna vez fue mío haya sido arrebatado con un solo propósito.

Mezclarme con los humanos. Porque ese era el castigo por haberme enamorado de quien no debía.

Lo supe desde que caminé y caminé sin rumbo, hasta que una llamarada me cegó por completo, y los gritos de una pequeña fueron el vaticinio de que yo efectivamente fui renegado de mi paraíso.

Los niños a veces eran molestos, pero esa princesilla se llevó el primer lugar.

Mientras lloraba, quería decirle que sus padres probablemente estarían siendo juzgados en alguna parte del inframundo por uno de mis tantos ángeles de la muerte, pero ella se encontraba aferrada lamentando el fin de un ciclo humano, el cual era una muestra más de que los individuos eran simples criaturas habitando sobre la tierra.

—¡Señor ayúdelos!

¿Me decía a mi? Acaso era un centro de beneficencia pública.

Esta niña se aferraba a sus padres quienes hace un rato ya se habían vuelto cenizas bajo las llamas. Pero esta chiquilla seguía abnegada gritando con desespero a todos los que presenciábamos tal espectáculo.

—Tus padres han muerto.—dije sin tapujos.

Era evidente que no poseía el mismo tacto que los humanos para dar estas noticias, pero esta chiquilla no tenía ningún mérito en la tierra para llenarse de privilegios y que así yo pueda ser condescendiente. Humanos con una vida más difícil incluso eran más valientes que ella.

Aunado a eso, ni siquiera sé porque estaba perdiendo el tiempo con esta niña cuando debía estar en busca de mi amado ángel Aria. Sin embargo, es como una hormiga pegada al dulce, y créeme que soy todo menos eso.

Al final, la niña pasó las próximas dos horas llorando desconsoladamente frente al fuego que terminó por calcinar todo el coche donde presuntamente sus padres viajaban, y del que sorpresivamente esta humana salió ilesa.

De pronto, de una caravana de camionetas negras comenzaron a descender una cantidad colosal de masculinos quienes gritaban el nombre de su aparente ama.

Aeri, Aeri, Aeri

Esa niña molesta que tenía a mi lado era Kang Aeri, y no era para nada una chiquilla ordinaria.

Lo supe cuando todos esos fortachones mostraron sumisión ante la pequeña que apenas lograba comprender el mundo, la misma que esa noche perdió algo tan importante al igual que yo.

Podría ser que, ella mejor que nadie sienta un grado de comprensión por esta alma errática que fue echada de su hogar.

Sin pensarlo, Aeri y yo teníamos mucho más en común.

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