Veinticuatro

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Killian se había asentado en una de sus fincas al norte de la capital de Harvania, en el que la noche anterior asistió a la coronación de Atil, lleno de mucho bombo y platillo, lo usual para quien sería el señor de las tierras más asediadas por los humanos.

Sin embargo, parece que hubieron ciertos personajes que le intrigaron al señor del inframundo, Killian dejó de apuntar con su escopeta al espantapájaros con el que practicaba mientras recordó el rostro impasible de la princesa de Vrádivas, en teoría no fue un encuentro fatídico, pero sí interesante.

Era abrumadoramente hermosa que lo había dejado hipnotizado por un par de segundos. Tenía mucha razón de ser que ella sea una de las elegidas, sin duda una princesa en toda la extensión de la palabra. Y lo cierto, es que no había dejado de pensar en ella, y en ese rostro sonrojado que provocó maliciosamente.

Según las profecías de Ravna, Aria sería quien obtenga su cabeza, pero no parecía el tipo de chica que se decantara por mancharse las manos de sangre, menos una tan sucia como la de él, y aún si está escrito, sería emotivo vivir el desenlace.

Afortunadamente, Aria todavía era incapaz de distinguirlo, sintiéndose capaz de manejar la balanza a su favor.

Así que mientras disparaba con su escopeta, pensó en toda una lluvia de ideas para adentrarse al reino de Vrádivas, conocido por su fuerza militar junto con el reino de Raginei.

De hecho, Vrádivas tenía una razón poderosa para ser cauteloso con la defensa de la familia real. Debido a que ningún otro reino tenía a una joya tan preciosa como la princesa heredera. Por esa razón, el rey de Vrádivas se obsesionó con proteger a su única hija y próxima soberana como si su vida dependiera de ello.

Naturalmente, la mano de Aria se encontraba prometida al nuevo emperador, lo cual significaba una alianza demasiada poderosa y como consecuencia los hijos de estos tendrían un linaje mucho más prominente.

—Qué ridículo.—Killian soltó la escopeta ya muy frustrado.—Sirus, prepara mi caballo, creo que hemos encontrado a la novia perfecta de tu amo.

Killian tarareó uno de los coros que escuchó en el último domingo de misa al que asistió descaradamente, mientras se adentraba a su finca y se removía los guantes de piel.

Quien lamentó la maravillosa idea de su amo fue Sirus, pero sabe que será en vano, porque Killian le dirá más adelante que se relaje por tratarse de una humana más.

—Por si acaso. Es la princesa de Vrádivas.—como si Killian haya leído los pensamientos de Sirius, repuso con mucha tranquilidad, entonces, el chiquillo casi se ahoga con su saliva.

Pudo depositar su interés en la hija de algún duque e incluso la de un campesino, pero se trata de la hija del rey de Vrádivas, por lo tanto era una mujer más que prohibida. Ahora que Atil se ha convertido en el emperador, no le tomará mucho tiempo en desposar a la princesa Aria.

Pero también se trata de Killian, el ser más obstinado que conocía.

Por otro lado, Aria se encontraba descansando en el pequeño riachuelo dentro del palacio de su familia. Como el verano había llegado anticipadamente, el calor era insoportable y la princesa prefería refugiarse en el jardín del ala norte mientras sus pies jugaban con el agua.

Además, desde una noche antes las tensiones en el imperio de Harvania crecieron, muchos inconformes con la llegada abrupta de Atil al trono, y otros lo apoyaban incondicionalmente, su padre entraba en el segundo supuesto, por esa razón la arrastró hasta los brazos de Atil para muy pronto convertirse en la emperatriz de Harvania, y si bien, desde niña fue instruida para ese papel, ahora era casi un dolor de cabeza que iba en contra de sus pretensiones reales.

Ella quería reinar Vrádivas como naturalmente lo harían los otros príncipes, pero, el hecho de ser la única princesa de los cuatro reinos, le daba un realce a su preciado linaje.

—Parece que tienes un problema.

De nuevo, esa voz.

Aria se exaltó en su lugar encontrándose con ese varón de aura misteriosa que la noche antes le depositó un beso sobre su mano, y la trató como la segunda venida de Jesús. Así que no era para menos que se sintiera de nueva cuenta impresionada por su repentina presencia, entonces, la chiquilla calculó tan mal sus acciones que estuvo a punto de caer en el riachuelo, pero los reflejos de Killian fueron mucho más veloces que ella, terminando por atraparla y provocando que ésta cayera sobre su pecho.

Aquel encuentro bastó para que Killian sonriera en sus adentros, porque paradójicamente no solo atrapó a la ahora agraviada princesa, sino también, capturó su corazón como un completo forastero.

No, no era un efecto temporal por la adrenalina del momento al saber que Aria pudo caer en el riachuelo, y exponer su vida. Era algo más que Killian ansiaba descubrir.

—Creo que te he atrapado.

Y no de manera irónica.

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