Treinta y cinco

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Jeon Jungkook

Quizá, esta ha sido la escena más desgarradora que he vivido y desearía que solo se tratara de un sueño más.

Seguí a Jimin, quien lejos de querer tranquilizarse, parecía que perdió la paciencia por completo, y aquellos sentimientos negativos también llegaban a a mí como ondas magnéticas.

Insistí en saber qué estaba pasando, pero el chico se limitaba únicamente a tirar maldiciones al viento, una y otra vez.

Sorprendentemente la noche cayó en un sencillo parpadeo, y la luna había llegado a su punto máximo. Y algo dentro de mí se sacudió cuando noté el color de ella.

Era intensamente roja, y eso me hizo recordar un evento de mi pasado.

De ese mismo color se tiñó el cielo aquel
día en que Atil utilizó la primera bala dorada. La causante de que Aria fuese condenada a un sueño profundo.

Entonces, miré con un poco de desconfianza el rojizo de la luna que me evocaba una extraña sensación en el pecho, y aquella misma desesperación que me invadía provocó que me desatara la corbata de mi traje, como si el mismo quemara todo mi cuerpo a contrarreloj.

No estaba entendiendo, pero de alguna manera sé que solo hay un ser capaz sembrar incertidumbre en la tierra, por esa razón temí por la seguridad de Aria. Entonces, me detuve con la intención de volver al banquete para asegurarme de que la mujer siguiese intacta.

Pero de pronto, unos gritos masculinos me erizaron la piel, eran los de Jimin que provenían del jardín central.

Fue por esa razón que me adentré a la oscuridad del lugar, donde las ramas de los árboles se mecían y las hojas caían como gotas de lluvia. E incluso las aguas del pequeño estanque se encontraban agitadas por una extraña fuerza.

Sin embargo, cuando llegué al lugar donde ocurría todo, aquella escena me paralizó a tal grado de querer estar muerto.

Seokjin se mantenía erguido mientras sostenía la famosa arma de Adair, y a sus pies estaba Aeri rodeada por un charco de sangre totalmente inconsciente.

Ni Jimin, ni yo dábamos crédito a la tragedia que estábamos presenciado ahora mismo.

El pecho de Aeri tenía una enorme herida de bala que era la causante de una hemorragia que necesitaba ser atendida o sería fatal para ella.

—No, no, no.—aparentemente después del shock, Jimin fue el primero de los tres masculinos en reaccionar, pues tanto Seokjin y yo perdimos el sentido de la realidad, como si esto no es algo que haya estado escrito.

A Jimin no le importó embarrarse las manos con la sangre de Aeri para tomarla en su regazo y suplicarle que abriera los ojos, mientras intentaba desesperadamente detener la hemorragia de su pecho con sus manos.

—Mamá, escúchame.

¿Mamá?

Escucharlo decir aquello fue el detonante que Seokjin y yo necesitábamos para reaccionar.

—¿Mamá?—me atreví a preguntar con voz temblorosa.

—Así que ella no mentía.—Seokjin dijo.—Tú...eres Demir ¿Cierto?

Entonces, como si un rayo me estuviese partiendo por la mitad entendí. Por fin entendí mis sentimientos, por fin entendí cuál era la razón por la que me sentía como un loco cada vez que estaba cerca de Aeri. Por fin entendí por qué me aferré a ella desde que era una niña, porque mi corazón latía cada vez que estaba a su lado, entendí por qué ella era todo para mí, y también, porque yo quería entregarle el mundo entero de ser posible. Y por si fuera poco, no solo la había encontrado a ella, Demir también estaba aquí y en sus ojos podía ver el remedio a todos los males del mundo.

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