45. La pareja más linda

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⚠️ Este capítulo puede contener escenas explícitas. Se recomienda discreción ⚠️

No supe que era tu novia, en serio lo siento —dijo tan arrepentida que suspiré.

— No te preocupes, Mia, ya pasó.

La próxima voy a medir mejor mis palabras —me reí— ¿Está todo bien allí? Asumo que dijo algo por lo de tu cumpleaños.

— Discutimos un poco y... también se enteró que fui a un club de strippers, lo cual fue el verdadero detonador —apoyé el teléfono en la mesa de noche con el altavoz puesto, así podía seguir ejercitando.

Ay, no... ¿Eso también fue mi culpa? No recuerdo haberlo mencionado.

— No, fue de Andrew —me recosté en el banco para sujetar la pesa y comenzar a levantarla.

Que tipo más pesado —suspiró— ¿Tus papás aún no aceptaron tenerlo en casa? ¿Por cuánto tiempo tendrás a ese idiota contigo?

— Se fue el sábado.

¿Qué? ¿Cómo?

— Se burló de que Leyla se enojó conmigo y terminamos peleando —respondí intentando controlar mi respiración al bajar lentamente la pesa.

¿Peleando en qué sentido? ¿A los golpes?

— Sí.

Debes estar jodiéndome. ¿En serio, James? —preguntó decepcionada— Creí que ya estabas grande para esas cosas.

— A mí tampoco me pone contento, pero se lo tenía merecido, y valió la pena, ahora no está más en mi casa.

Es decir... sí, pero... ¿Qué tan mierda se hicieron?

— Neutro.

James —me nombró como advertencia— ¿Qué tan mierda se hicieron?

— Como la última vez.

Algún día de estos voy a matarte —alcé mis cejas sin respuesta— ¿Trataste las heridas?

— Sí, no soy un salvaje.

De repente sonó el timbre por lo que dejé la pesa con cuidado y me senté.

— Ahora vuelvo —le avisé a Mia.

Claro.

Colgué la llamada y tomé una toalla para secarme el sudor rápidamente, así salir de mi habitación y bajar a abrir la puerta.

— Holis —me sonrió Leyla.

— Hola —reí enternecido por su sonrisa— ¿Qué haces aquí? No sabía que venías.

— Pensé en avisarte, pero estaba muy impaciente por verte. ¿Qué hacías?

— Ejercicio —ella frunció su ceño.

— ¿Por qué? No deberías, aún tienes dolores de espalda.

— Sí, pero no puedo estar sin ejercitar.

— Luego me decías terca a mí —se cruzó de brazos— ¿Quieres dejar el ejercicio para otro momento y te hago masajes? —suspiré.

— Sí, tus masajes me vienen bien —ella se rio.

[...]

Me quité la remera y la dejé al otro lado de la cama para recostarme boca abajo, acomodando mis brazos bajo mi mentón esperando a que Leyla comience.

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