30. Sucesos caóticos

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⚠️ Este capítulo puede contener escenas explícitas. Se recomienda discreción ⚠️

Llegué de inmediato a la casa del profesor, pero por más que tocara el timbre como una desesperada él no me abría la puerta.

Me preocupaba que ya se hubiera echado a dormir y que yo haya venido por nada, así que se me ocurrió llamarlo por teléfono. Y eso sí lo contestó.

— Hola, Leyla —balbuceó emocionado con el tono algo agudo— ¿'tas bien? —me reí.

— Profesor, estoy afuera de su casa. ¿Por qué no abre la puerta?

— ¿Afuera?

Al rato vi la cortina de una de las ventanas moverse y el profesor se asomó, que al verme se sorprendió.

— Leyla.

La llamada se cortó y la puerta de la entrada se abrió en un instante, teniendo al profesor completamente inestable frente a mí. 

Se sujetaba de la puerta para tener un soporte ya que le costaba mantener el equilibrio y sus párpados caían lentamente como si se estuviera quedando dormido, pero no parecía tener sueño, si no pereza. Traía el uniforme puesto, pero desarreglado. Su corbata estaba abierta y su camisa también, exponiendo esos divinos abdominales marcados que tiene.

Mi primera reacción fue distraerme con el sagrado cuerpo del profesor, pero luego reí al percatarme de su poca estabilidad.

— ¿Cuánto bebió? —pregunté aún riendo.

— Poquito —hizo una seña con su mano al acercar dos dedos, demostrando la supuesta "poca" cantidad que tomó de alcohol. Aunque era obvio que mentía— ¿Quieres pasar?

Asentí y el profesor me cedió el paso, todavía aferrado a la puerta como si ésta fuera un bastón. Al entrar se vio obligado a cerrarla y ahora de lo que se sostenía era de la pared. Quería seguir divirtiéndome al ver como Kelly no podía mantenerse parado, pero ver el interior de su casa me dejó boquiabierta.

Estaba todo hecho un desastre. Las sillas del comedor esparcidas por todo el lugar, una incluso tirada en el suelo. El sofá de la sala totalmente torcido mirando hacia las escaleras, la televisión caída, aunque no parece estar rota, sólo boca abajo sobre la alfombra. Varios libros de los muebles del profesor tirados, algunos abiertos y con dobleces en las hojas.

Corro hacia la cocina para asegurarme de que el terror del desorden no continuaba, pero la cocina estaba aún peor. El suelo estaba lleno de salsa, las paredes también y había una cacerola sobre la encimera. Parece que estuvo cocinando, pero estalló toda la comida. Había harina desparramada por todos lados, cubiertos tirados, un vaso roto en el suelo, jugo de naranja derramado en la mesa del comedor (mesa que estaba repleta de botellas de alcohol) y la nevera abierta. No entiendo si hubo una fiesta o un maldito tornado aquí.

— ¿Qué carajos pasó? —pregunté con los ojos abiertos como platos sin poder quitar mi vista del desastre.

— Puess... fue Abril —se acercó mientras rascaba su nuca— Invitó a muchas chicas.

Mi expresión de sorpresa cambió en un instante, y ahora miraba fulminante al profesor, que estaba mirando como el jugo de naranja goteaba de la mesa.

— ¿Qué mierda dijo?

— ¿Eh? —me miró— No insultes, eh —alzó su dedo señalándome— Soy mayor. Respeta.

— ¿Vinieron chicas a su casa? —ignoré la idiotez de hace un segundo.

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