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No pude evitar dar otro sorbo a mi whiskey cuando advertí del cómo se estiraba, al apoyar los brazos y la espalda sobre la barra de bar; el vestido le remarcaba las caderas, ofreciendo una panorámica reluciente de su cuerpo, afín a los tan incontables retratos de Venus. Su largo cabello castaño, se había ondulado debido al moño maltrecho que se lo recogía, generando unos tirabuzones superficiales en sus puntas.

Por la gesticulación de su cara —tan fina como blanquecina—, estaba bastante seguro de que no era común en ella beber en día laboral.

Vaya, ¿qué la traerá por aquí?

Llevaba cuatro rondas de licor, y no demoré en advertir rápidamente algunas que otras esencias perturbándose por todo su alrededor; más de uno se había fijado en ella y en las condiciones en las que se encontraba, estimulándome a sonreír.

—¿No irás a echar un vistazo? Se la llevarán como continúes de espectador, querido hermano.

Los brazos de Bill me rodearon el cuello desde atrás, mientras su risa acariciaba con suma ironía mi oído. Inspiré con profundidad ante su provocación, dándole otro sorbo a mi copa; mi hermano gemelo conocía demasiado mis intenciones y mis límites.

—Puedo esperar.

Bill dejó escapar una risilla.

—Oh, ¿de verdad? Te recuerdo que estamos aquí por ti.

Cierto.

En nuestro camino de celebración, no pude evitar frenar el coche frente a la puerta del bar en cuanto su aroma acarició mi olfato; flores blancas. Juraría que no la volvería a ver tras aquella noche. Fue intrigante descubrir un aura tan extraña como la suya, en mitad de una discoteca; un halo tan blanco como la mismísima pureza y fragilidad de un niño, envuelto en leves destellos rojizos tiñéndola debido a una rabia interiorizada.

¡Oh! ¿Qué sabor podría tener alguien tan frágil y poderoso al unisón?

—Ahora vuelvo.

Mi hermano gruñó, y continuó comiéndose la boca con la pareja que nos había ofrecido un sitio tras su inconfundible persuasión.

Me aproximé y le hablé, despertándola de su trance; simuló una leve sorpresa ante nuestro segundo reencuentro, mas no demoró en sonreírme con dulzura. Intercambiamos un par de frases referente al por qué de nuestro encuentro, mas no dudé en eludir el tema invitándola a otro trago; por un momento pareció pensárselo, aunque accedió sin mucha resistencia. Fue curioso lo fácil que fue convencerla, aunque no se retrasó en insinuar que quería fumar; supuse que debido al agobio que provocaba el antro. Había tantas personas que —por un segundo— creí que la perdería de mi vista. Si bien, ella, con toda su cándida amabilidad, me esperó y me ofreció su mano para no alejarnos. Es entonces que lo percibí: un campo protector la rodeaba, rechazándome el aceptársela con un chispazo que hirió mi palma con quemaduras superficiales. Intenté no gesticular ni emitir alguna queja, aunque la curiosidad precedía en su mirada antes de que alcanzase a sus pensares; improvisar con la manga fue una buena táctica, y más cuando ella imitó mi gesto.

Sonreí; su soltura era interesante.

Localizamos un lugar medianamente íntimo y retomamos nuestra charla; no pude evitar reírme cuando se preocupó por ser una molestia en la celebración de mi dulce hermano menor. Ante todo, porque él no demostraba mucha más importancia, que la de alimentarse de cada persona que se le posicionara al frente.

Fumamos entre un apacible silencio que me permitió percibir el ligero desequilibrio de su cuerpo; si bien, para cuando me dispuse a sujetarla para que no cayese, un grupo de tíos me empujó y me exigió a aproximármele. Me quedé quieto para no incomodarla, aunque sonreí cuando noté su tirón en mi camiseta para que me le acercase. Sus marrones ojos, brillantes a causa de la embriaguez, me observaban con curiosidad; me hubiese encantado descubrir qué era aquello que transcurría por su mente, pero dicho poder fue el primero en serme arrebatado al terminar aquí, por lo que, ahora, únicamente podía limitarme en conocer las intenciones de los humanos a través de sus ojos.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora