CAPÍTULO III.

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Observo la cantidad de licor que queda en mi copa, antes de ofrecerle otro trago y demandar una cuarta ronda. Ignoro por qué he acabado alcoholizándome en día laboral, mas no puedo olvidarme de la situación que ha ocurrido con Shira; me inquieta no saber si ha sido fruto de mi imaginación o una realidad.

Demasiado alcohol y aún arrastro el del viernes pasado, maldita sea.

Suspiro, pago y me apoyo en la barra, observando mi alrededor; he de agradecer el haber escogido el vestido tank de canalé beige, junto a la rebeca y mis deportivas.

Nada como ir elegantemente cómoda.

Sin quererlo, he terminado en uno de los bares más excéntricos y caros de Palm Springs, mas decido no preocuparme. Ni siquiera me he detenido a pensar hacia dónde ir tras lo ocurrido; simplemente, he aparcado el coche y he terminado aquí. Si bien, no me dignaré a ver mi cuenta bancaria mañana por la mañana.

Un día es un día, intento consolarme.

Me acicalo el cabello y lo retiro hacia mi espalda, estirándome con ayuda del apoyo que obtengo de la barra; percibo que el alcohol empieza a hacer de las suyas y, dado que ya no estoy dotada en el arte del beber —o no tanto como antes—, no tardo mucho en advertir la danza que se genera en mi cerebro cuando cierro los ojos y respiro profundamente.

—¿Qué festejas para estar bebiendo en un día laboral?

Oh, esa voz de nuevo...

Abro los ojos, desviándolos hacia mi izquierda; me observa con atención, junto a una copa de whiskey doble que precipita en beberse a medida que me examina. Frunzo el ceño cuando, nuevamente, el aroma abundantemente refrescante embiste contra mis sensores olfativos, inquietándome en la necesidad de reiterar mi pregunta acerca de la colonia que utiliza.

Imposible que no utilice alguna, me digo.

—Dos veces en un día, ¿dirías qué se trata de destino o mera casualidad?

Mi retintín burleta, le genera gracia; desvía efímeramente su felina mirada de mí al reírse y aproxima su copa a la mía, incitándome a brindar con él y a beber.

—Dicen que las casualidades no existen.

Su respuesta, me estimula a sonreír con cierta ironía.

—Y el destino tampoco —destaco, dando otro sutil sorbo—. Además de la suerte y la desdicha.

Ladea la cabeza, curioso de mi comentario, y gira su cuerpo hacia mí, apoyándose en la barra mediante el brazo que sujeta su bebida. Percibo sus dedos retintinear en el vidrio, a medida que sus oscuros (y feroces) ojos me observan con detenimiento.

—Entonces, si no existe destino ni casualidad, además de suerte ni desdicha, ¿qué nos ha llevado a encontrarnos?

Reflexiono su pregunta y acaricio el borde de mi vaso con los labios, buscando el cómo desarrollar mi explicación sin que pueda notárseme los efectos del alcohol. Giro hacia él, mas cuando una pareja reclama el espacio que estoy ocupando para demandar más bebida al camarero, me siento obligada a aproximármele y a quedarnos en un frente a frente. Sin duda, es guapísimo y muy atractivo; demasiado quizá. Sus ojos parecen ser tan profundos que, cualquiera que me viese, diría que estoy a punto de cagarla hasta lo más hondo; nadie en su sano juicio debe hablar con alguien que no conoce, mucho menos si lo ha visto tres veces e ignora su nombre. Mas aquí estoy yo, sin temor y repleta de insaciable curiosidad; aprender de desamores ayuda mucho a la hora de enfrentarse a cualquier tipo de contacto que derive a otra persona. Y más cuando ese alguien parece extraído de un pergamino de la antigua Grecia; si bien, peinado con trenzas y con un piercing en el labio, con el que está jugueteando pícaramente con su lengua.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora