CAPÍTULO XX.

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Una vez consigo aparcar frente a casa, suspiro con alivio; aunque el barrio de Shira no se encuentre muy lejos del mío, la llegada del buen tiempo, y la elevación de sus temperaturas, me reculan de experimentar el abrasante calor y a la multitud que empieza a acumularse por las calles.

La tarde con ella ha transcurrido animada y repleta de diversas conversaciones que han sido acompañadas por el vino; no obstante, al tener que conducir, he diferido de continuar con él después de dos copas.

Recojo mis cosas y salgo del coche, distinguiendo una motocicleta de carretera sobre la acera que no reconozco. Gesticulo un mohín dubitativo, mas decido ignorarla y me adentro en mi edificio; no puedo evitar fruncir el ceño cuando, dentro del ascensor, su familiar —y fresco— aroma acaricia mis sensores olfativos.

Suspiro; la verdad es que quiero verle.

Dejo el bolso sobre el mármol de la cocina y prendo las cálidas luces; la tarde con mi preciosa amiga ha sido tan fugaz que ni siquiera he percibido la caída de la noche. Y, aunque Shira ha insistido en que me quedase a cenar con ella, he tenido que negarme rápidamente; conociéndome, aceptar su tentadora petición me hubiese amarrado en su sofá hasta el amanecer del día siguiente. Merendar ha sido más que suficiente por hoy.

Me prendo un cigarro y ojeo nuevamente el móvil: nada.

Maldita sea, debería dejar de ser tan ansiosa, pienso mientras me prendo un cigarrillo y direcciono mis andares hasta el pequeño salón; por mucho que haya distraído mi mente esta tarde, me es inevitable no evocar a Tom en mis pensares reiteradamente. Y soy consciente de que no existe nada malo en ello; a fin de cuentas, oficialmente es mi pareja. Mas sus ausencias me abruman más ahora que conozco un pedacito de su mundo.

Inspiro hondo y me doy unas palmaditas en las mejillas, decidida a espabilarme:

—Deja de pensar tanto, Sigrid —murmuro en un gruñido, mientras enciendo la lamparita para iluminar el salón.

—¿Qué tanto transcurre por tu mente?

Me sobresalto rápidamente, percibiendo mi corazón a un pálpito de desbocárseme del pecho; mis pestañas revolotean inquietamente una vez giro en mis pies y atisbo su atractiva figura reposando cómodamente sobre el sofá, mientras Sora se mantiene dormida en su regazo y es acariciada suavemente por sus dedos. Su ancha camiseta negra, junto a sus vaqueros sueltos y sus zapatillas oscuras, parecen camuflarlo entre la ligera oscuridad que acecha en el salón.

PPero ¿qué...?

Transcurren unos segundos hasta que me cercioro de la situación y logro apaciguar la inquietud de mi pulso, entretanto escucho su risita burlona acariciando mi oído; acojo aire profundamente y, tras localizar el cojincito del rascador de Sora y tomarlo, me envalentono a lanzárselo sin preámbulos.

—¡Maldito hijo de...! —vocifero.

—¡Eh! —ríe, cubriéndose del blando misil arremetido; su propio movimiento, asusta a Sora y la ahuyenta avispadamente del sofá—. ¿Así es cómo me demuestras lo mucho que me has extrañado? Qué feo por tu parte, cervatillo.

Mis ojos se desorbitan ligeramente, alentándome a exponerle una mueca indignada.

¡La osadía!

—¡Casi muero del susto! —recrimino, oyéndole carcajearse sin ningún ápice de escrúpulo; sus felinos y amenazadores ojos castaños se fruncen al reír, ofreciendo una imagen más adorable a su rostro.

Respiro profundamente y emito un ligero gruñido, observando cómo se endereza del sofá y aproxima sus andares juguetonamente hacia mí; sus brazos me atraen hacia él desde la cintura, antes de que una de sus manos acune mi rostro y me exija a posar la mirada sobre la suya. Por un efímero segundo, todo el oxígeno de mi cuerpo parece esfumárseme, desamparándome a un estado nervioso y abochornado.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora