CAPÍTULO XXIV.

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Suspiro con vehemencia y permito que mis pestañas revoloteen, cediendo a que la calidez que está envolviéndome me despierte; ignoro en dónde estoy, mas el cuerpo y el corazón ya no me pesan ni martirizan.

Cuidadosamente, me incorporo y oteo superficialmente mi entorno, hallándome en una frondosa oscuridad que es vagamente acechada por ligeros destellos flameantes y rojizos, similares a la luz que proporciona las llamas de una fogata. Decido izarme del suelo y analizar la infinita lobreguez en la que me encuentro; mis memorias están borrosas, sin lagunas específicas que puedan ofrecerme algún ápice de conocimiento sobre el cómo he llegado aquí. Si bien, no demoro en oír un barullo lejano, afín a un eco indistinguible, aunque temible. Y, pese a que no consigo visualizar nada, aprecio la vaga sensación de haber estado en este lugar anteriormente.

Inspiro hondo; nunca me ha gustado la oscuridad. Es más, me aterroriza; el no poder reconocer —ni un ápice— de lo que me rodea, me inquieta.

—Así que tú eres la famosa Sigrid —Oigo decir, precedente a que una densa humareda sin forma definida se manifieste frente a mí—. Al fin puedo conocerte.

La rapidez de su aparición provoca que dé un brinco y recule en mis pasos por pura inercia, antes de intentar distinguir su rostro entre la nebulosa que lo compone; sin éxito.

Las pestañas me revolotean.

—¿Nos conocemos...?

No responde, limitándose a zarandearse rítmicamente alrededor de mí y estudiarme con decoro. Le persigo con la mirada, resguardando una distancia moderada entre ambos; desconozco el motivo, pero su presencia me resulta vagamente familiar.

—Tu existencia está dándome muchos problemas, criatura —alude, frenando su análisis a mis espaldas y alentándome a girar sobre mis talones para encararle.

Frunzo el ceño, desconcertada.

¿Qué?

—¿Mi existencia...?

La oscura y negruzca humareda que lo constituye, repentinamente se moldea hasta que su ser aprecia una apariencia más humana. Su corpulencia se cubre a través de la frondosa nebulosa, mas me permite diferenciar su rostro cadavérico y refinado, cuyo me expone la profundidad de una mirada felina y de un color rojizo similar al del carmín más puro.

Sin decir nada, posa sus ojos sobre mí.

Me estremezco.

Este ser...

—Hace mucho tiempo, antes de que la Luz que alberga el mundo otorgase el equilibrio que lo sustenta, éste se veía envuelto en una ilustre noche infinita que era retroalimentada por la existencia del ser. Todas las criaturas que existían en estas tierras ignoraban lo que vosotros, los humanos, catalogasteis más adelante como fe; y convivían con unos instintos básicos que les proporcionaba lo justo para sobrevivir y coexistir, hasta que la Muerte se las llevase consigo llegada su hora. Pero vuestra aparición en la cadena alimenticia, resquebrajó este equilibrio que por tantos eones se había establecido, provocando que todas las formas de vida que se fundaron aquí se viesen en la obligación de hallar nuevos métodos que se amoldasen a vuestras acciones, para así continuar subsistiendo —delibera—. Vuestra incesante necesidad por evolucionar, ha despojado a los ecosistemas principales previos de su naturaleza primaria, debilitándolos de dichos instintos —acusa, dándome la espalda finalmente y zarandeándose pausadamente entre la oscuridad, mientras sus ojos se pierden en la silueta de la caquéctica mano que recrea el humo que lo compone—. Consideré que desprendérmelos del interior para recolectarlos, abarcaría una mayor y longeva conservación de mi ser; mas, el precio a pagar por el uso de unas naturalezas tan púdicas, terminó desequilibrando la fuente de mi propia existencia hasta el punto de llevarla al borde de la extinción —sincera, tornándose de nuevo hacia mí y ladeando ligeramente la cabeza: —. Pues la clave de la vida es la prevalencia de un equilibrio que la sustente.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora