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Inspiro hondo, observando con atención el cómo se despide de sus padres y cierra la puerta del apartamento antes de suspirar. No puedo evitar simular una sutil sonrisa cuando mis pensares se trasladan a lo que recientemente ha ocurrido en su habitación; el que haya accedido a danzar nuevamente entre las fogosas llamas de mi infierno —aunque eso signifique no poder retractarse—, me encanta.

Tras lo de anoche, percibo un extraño embelesamiento envolverme; desconocía por completo mi anhelo de volver a tenerla junto a mí hasta que decidí besarla, y ¡oh, joder! Tastar sus labios de nuevo ha sido como revivir un estado de éxtasis que creí haber olvidado. Además, reavivar el peculiar brillo de su aura (el cual se adentró en mi ser) cuando se ha entregado a mí, del mismo modo que yo me he entregado a ella, ha sido inusualmente fantástico. Un deleite de lo más inigualable.

Me ha parecido gratificante —y curiosa— su reacción al expresarle a sus padres que somos pareja; el rubor en sus mejillas ha opacado (y ocultado) la palidez de su piel, asimismo como sus ropas cómodas, que han escondido la falta de nutrientes que su —ahora— debilitado cuerpo necesita.

La analizo cautelosamente mientras termina de recoger las tazas de café y las vierte dentro de la pica. Sin duda, Sigrid ha heredado la apariencia de su preciosa madre Clarion, quien posee unos rasgos dulces y semejantes a los de una niña. Además, su alargada cabellera castaña acariciada por delicados mechones canosos, la exhiben con una edad más juvenil. La apariencia de su padre, sin embargo, me recuerda a Garren; su corpulencia y tez morena, de igual modo que su rizado cabello azabache, causa que exhiba una imagen intimidante que se derrumba al momento que decide hablar. Leander es amable y su firmeza me recuerda impetuosamente a mi cervatillo.

El color que desprenden sus auras me ha instigado a comprender el por qué Sigrid es tan pura; rodearme de colores que no expresan la putrefacción humana durante una reunión familiar, ha sido extrañamente cómodo.

—¿En qué piensas?

Su voz me desvía de mi ensimismamiento. Poso mis ojos sobre ella e inspiro hondo; me es inevitable no sentir una ligera molestia envolverme al atibar la sombra ojerosa que decora su mirada. Suspiro y me incorporo del mármol de la cocina, a la espera de que su preciosa silueta se sitúe ante mí y me regocije con su aroma floral.

—En cuánto más tardará la comida.

Mis palabras la incitan a fruncir el ceño con cierto titubeo.

—¿Comida? ¿Has pedido comida?

Asiento, encogiéndome inocentemente de hombros.

—Sí, justo cuando he venido a la cocina para fumar —confirmo, examinando su conducta dubitativa—. ¿No tienes hambre?

Sigrid inspira hondo y me elude los ojos efímeramente. Elevo mi comisura; soy muy consciente de que trata determinadamente de no exhibirme cómo han transcurrido estas últimas semanas para ella.

—¿Qué has pedido?

Sonrío.

—Sushi.

Mi respuesta genera un reluciente destello en sus ojos, el cual me estimula a tomar su mano derecha y atraérmela delicadamente hacia mí, agraciándome con el anillo que decora su fino y tatuado anular. Ladea la cabeza con curiosidad y me mira, antes de desviar su atención sobre las piedras incrustadas.

—Es demasiado bonito, incluso para mí.

—Está elaborado y perfeccionado únicamente para ti —aclaro, distinguiendo un ápice de inquietud en ella—. Es sólo tuyo.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora