DAEMONIUM [Tom Kaulitz]

CAPÍTULO XVIII.

No puedo concentrarme; no tengo la capacidad necesaria para concentrarme. Inspiro hondo, antes de desprenderme de un resoplido y lanzar el fino libreto sobre el escritorio. Me llevo las manos a la cabeza, abrumada y hastiada de todo el revuelo que está generándose sin cesar en mi mente.

¿Cómo se te ocurre Sigrid?

No llevo, a duras penas, un mes desde que se ha formalizado nuestra relación y, a la semana de hacerlo, se me ocurre la gran idea (fomentada por el jodido Baileys de esa noche en la discoteca) de expresarle a Tom que le quiero.

Es cierto que no fue una confesión en sí, pero estoy segura de que captó el mensaje rápidamente. Y, aunque sus declaraciones sentimentales son más distinguidas de las que yo puedo ofrecerle, la mía fue como mostrar una pancarta de anuncio por lo alto.

Desde aquella noche, me siento naufragando sobre una marea impredecible repleta de toda clase de sentimientos abrumadores. Y, aunque tras dicha declaración nos fundimos en un pasional momento íntimo —grotescamente sensual y de lo más excitante—, me es inevitable no reflexionar sobre ello. Si bien, Tom no ha comentado nada nuevo desde ese "mierda".

"¿Mierda?"

¿Qué significa eso? ¿Es bueno o malo?

Maldita sea.

¿Cómo debería tomarme esa expresión?

Sí es verdad que, aunque estas semanas he descubierto más acerca de su entorno y el cómo se desenvuelve por él, no puedo evitar seguir intentando mentalizarme de toda la información recientemente adquirida y de esa confesión tan precipitada por mi parte. Todo está siendo demasiado apabullado como para poder esquematizarlo en mi cabeza; primero lo ocurrido en la discoteca y, después, conocer que Tom no es sólo un magnate de una red de narcotráfico, sino el cabecilla que mueve los hilos. No sabía que, tanto Bill como él, se convirtieron en los líderes después de deshacerse de la "familia" previa en el poder; una "secta" que causó grandes estragos en los barrios bajos y agravó la tasa de criminalidad a unos niveles desorbitantes. La aparición de ellos, y el exterminio que ofrecieron (en su expresión más literal y fiel de la palabra), parece haberlos endiosado de cara a los habitantes de los suburbios.

También me explicó que los barrios bajos representan una especie de comunidad, donde la peligrosidad está controlada, así como los negocios clandestinos y las redes de narcóticos, y que no se permiten ciertos crímenes penales. Además, un pequeño porcentaje del dinero mensual recaudado de los comercios, se destina para obras sociales y emergencias civiles por la falta de ayudas del ayuntamiento. Según Tom, un "pueblo" contento y protegido, no delata a la mano que le da de comer.

Inspiro hondo y abro el ventanal del despacho, precedente a tomar un cigarro del paquete de tabaco y prendérmelo, mientras observo detenidamente el anillo de mi anular derecho. Soy consciente de que, la honestidad con la que me ha brindado Tom explicándome acerca de todo lo que hace, aguarda más peligrosidad de la que expresan sus palabras. Y, por mucho que me sienta ansiosa por descubrir más de él, debo ser paciente y cuidadosa; a fin de cuentas, únicamente me ha puesto al día del cómo llegaron aquí con un objetivo, y terminaron haciéndose amos de los barrios bajos. Si bien, con su naturaleza, imposible conseguirlo (en todo caso) no era.

Expulso el humo restante que mis pulmones no han conseguido absorber, y suspiro; realmente, nada ha cambiado desde que formalizamos nuestra relación. No obstante, ahora sé a qué son debido sus ausencias; supongo que el ser un reconocido jefe, tiene sus cosas.

—Jefa.

La súbita voz de Alaric en el despacho, me avispa a reaccionar y a esconder el cigarro en el suelo, mientras ventilo el humo con la mano y giro apuradamente en mi butaca para encararle.