Respiro hondo y frunzo el ceño, antes de revolotear las pestañas y situarme en el lugar dónde me encuentro. Si bien, cuando abro los ojos y cobro la nitidez de mi alrededor, un desconocido —y extraño— revuelco se proclama en mi estómago; su precioso rostro, sosegadamente adormecido ante mí, me instiga a tragar saliva. Joder. Sus delicados rasgos descansando y siendo acariciados por los tenues rayos solares, provocan que se asemeje a un ángel desterrado del puto infierno.
Acojo aire, acariciando su mejilla sin escrúpulos; su aura está del color más blanco y puro que jamás he visto, brillando como una neblina montañosa, pese a que el rojo carmesí se sitúe sutilmente en la línea de su silueta.
Me cago en la puta.
—¿Qué coño estoy haciendo contigo, cervatillo? —mascullo; mas únicamente oigo un suave murmullo suyo que me instiga a sonreír como un imbécil.
Joder.
Gesticulo una mueca incrédula, percibiendo la súbita alteración que está golpeándome el pecho con brío e infundiéndome un ligero tembleque. Frunzo el ceño, aunque decido pasar y me enderezo de la cama en un bostezo, estirándome y crujiéndome la espalda; la verdad es que he dormido de fábula, mas me desconcierta el haberlo hecho.
¿En qué momento me he quedado sobado?
La miro y ladeo la cabeza con curiosidad; es la primera vez que duermo con un ser vivo y no con un cadáver. Usualmente, después de hacerlo, a Sigrid le absorbo la energía hasta que se desmaya en mis brazos; así su vitalidad me proporciona la subsistencia necesaria para mantener el hambre bajo dominio, y evito descontrolarme. Seguidamente, la acuesto en su cama, y me largo tras asegurarme de que Sora se duerme con ella; en un principio, me bufaba y desafiaba con los dientes cuando Sigrid no miraba, pero ahora parece haberse acostumbrado a mí.
De todas las mujeres, he tenido que encapricharme con la que tiene más protección.
Deliro los ojos hacia la cama de nuevo y analizo su dormida silueta; hay que joderse, pienso, sin querer reflexionar demasiado y buscando mi ropa. No tardo en situarla en la cómoda y me dirijo hacia ella, percibiendo un suave aroma a flores y avistando el cepillo de dientes.
Gesticulo un mohín titubeante.
¿Me ha lavado la ropa?
Las pestañas me revolotean, no dando crédito a la situación, y me cohíbo de reír mientras refuto con la cabeza y tomo dos toallas de uno de los cajones, adentrándome directamente en su baño para darme una ducha.
Jodida mocosa.
Vistiéndome únicamente con los calzoncillos y los pantalones, direcciono mi andar hacia la nevera; tengo la boca extrañamente seca y demandándome un ápice urgente de hidratación. Agarro una cerveza y me prendo un cigarro, entretanto oteo sin atención el apartamento hasta oír la vibración del móvil de Sigrid. Sin dudar, tomo su teléfono del bolso y fisgoneo la notificación tras introducir el pin; el que me lo hubiese dado una vez para poder llamar a Bill porque me quedé sin batería, fue suficiente para recordarlo. Es demasiado simple y específico.
Ladeo la cabeza, distinguiendo el número desconocido en su chat:
‹ ¡Hola, soy Draven! Quería decirte que me encantó conocerte y charlar, ¡espero que volvamos a vernos y siga en pie lo del café! ›.
Inspiro hondo y curioseo su foto, mientras doy una profunda calada al cigarro y doy otro sorbo a la cerveza.
Con dinero y carisma, los preferidos de Bill, reflexiono, examinando al puto rubiales de ojos claros y sonrisa despampanante que posa absurdamente sobre un yate de lujo. No puedo evitar imaginármelo siendo torturado por mi dulce hermano gemelo, y ser devorado por mí posteriormente. Si bien, mis pretensiones son desechadas con rapidez en cuanto desvío la mirada hacia el cuarto; no le haría mucha gracia, por mucho que se trate del imbécil que intenta seducirla y llevársela a la cama.
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DAEMONIUM [Tom Kaulitz]
Teen FictionElla se encontraba en el mejor momento de su vida; después de tanto esfuerzo y trabajo duro, había alcanzado el éxito esperado. Él rozaba su límite de inmortalidad tras tantos milenios, y se había convertido en un magnate de los barrios bajos de Pa...