CAPÍTULO XII.

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Me abrazo a la almohada; huele a él. Me regocijo entre las sábanas y estiro el brazo, advirtiendo de su ausencia en la cama, la cual me incita a entreabrir los ojos y a observar vagamente mi entorno.

¿Cuánto he dormido?

Perezosamente, me enderezo del enorme colchón y analizo el espacioso dormitorio, cuyo está abastecido únicamente con una gigantesca —y anticuada— cómoda, justo al lado de la puerta que está a mano izquierda. Mientras, al frente se encuentran algunas guitarras clásicas y eléctricas, posicionadas minuciosamente cerca de un alargado sofá tradicional postrado contra la pared; al lado, lo acompaña una fina lámpara de pie cubierta de una tela retro con flecos. Y, finalmente, está el enorme ventanal que ocupa casi toda la parte derecha de la pared; sus ventanas, ligeramente tintadas, permiten una liviana —aunque suficientemente notoria— luminosidad en el cuarto.

Es como estar dentro de un aposento real, aunque sin mucha exageración decorativa.

Ladeo la cabeza, y permito que mis pestañas revoloteen, para cerciorarme de que no estoy en casa.

¡Oh, Sora!

Sin demora, me levanto y recojo las dos toallas y el cepillo de dientes, que están sobre el reposapiés clavado en la cama, para trasladarme con todo hacia el majestuoso baño, el cual se halla a unos metros de donde me encuentro, en la esquina izquierda de enfrente.

Minutos más tarde, ya vestida con mis prendas de recambio, ladeo la cabeza hacia la puerta, atendiendo a los murmullos lejanos que oigo al otro lado; me aligero en salir de la habitación y desciendo las metálicas escaleras, hasta (lo que considero que es) el salón.

—¿No encontrasteis nada, entonces?

La voz de Tom retumba en el lugar, generando un sutil eco que me avispa en agilizar mis andares, localizando su atractiva figura sentada sobre un escalón que separa el gran salón de la espaciosa entrada, a través de dos columnas vagamente desgastadas. Entre ellas, se expone un vestíbulo cementado hasta la enorme puerta.

Su pose de poder ostenta los colores claros de su vestimenta, atrayendo totalmente mi atención; la camiseta blanca y los tejanos celestes, con las deportivas, y la bandana nívea que cubre parte de sus dilataciones, resalta el bronceado de su piel y sus rasgos felinos.

Madre mía.

Juraría que es la primera vez que le contemplo con este tipo de ropa y, por la inquietud tan extraña que emerge desde mi pecho, puedo asegurar que es un deleite verlo.

¡Oh, por favor! Relájate y céntrate, Sigrid.

—Es curioso como algo tan grande puede escabullirse con tanta facilidad.

Mis ojos danzan hacia la extravagante figura del muchacho que está a sus espaldas; su cabello azabache, está perfectamente acicalado en un tupé punk, que rebela la insurgencia intencionada de los mechones sueltos del flequillo y ocultan sutilmente sus depredadores ojos, maquillados con sombras oscuras que los perfilan impecablemente. En su ceja, puedo distinguir la presencia destellante de un piercing.

No puedo evitar asombrarme cuando simula una sonrisa burlona, permitiéndome atisbar el parecido inigualable que tiene con su hermano.

Mis pestañas revolotean.

Oh, madre mía... Son gemelos.

—Hemos buscado hasta en los rincones más aislados de los barrios, pero no hemos encontrado nada —expresa la voz del gigantesco hombre que está situado frente a él; viste una cazadora de cuero y puedo apreciar la ausencia de uno de sus ojos en su penetrante mirada, revelando la gran cicatriz que le atraviesa parte del rostro—. No sé, jefe, creo que lo sensato sería esperar hasta que decida aparecer de nuevo. Ya me he encargado de avisar a los muchachos, y de reforzar las guardias sin tener riesgos de pérdidas en los negocios.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora