CAPÍTULO XV.

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—Podría alguno traer el vino, ya puestos.

Mi voz aclama la atención de ambos; ignoro qué tipo de charlas y blasfemias se están desbordando de sus bocas, pero no estoy dispuesta a esperar que las terminen para comenzar a comer.

Me siento y les observo desde la lejanía; sus desafiantes miradas me incitan a rodar los ojos con cierto aburrimiento. Si tan sólo me hubiesen permitido expresarme, de seguro esta primera toma de contacto entre ambos hubiese encaminado otro curso. No soy tan frágil como para necesitar tanta protección.

Shira se dirige al salón y deja la bolsa sobre el gran sofá, antes de direccionarse hasta la mesa y tomar asiento; Tom, por su parte, se presenta con una maravillosa botella de vino blanco y tres copas.

—Tirártelo fue una locura, pero ¿volver con él? No estás en tus cabales.

La expresión de la ojiverde, me estimula a rodar los ojos y reprimir la gracia que me causan sus gestos. Me encojo de hombros con cierto pudor; actuar discretamente, no está introducido en su mecanismo de funcionamiento.

—Shira...

—¿Qué? ¡Es cierto! —reclama, mirándole con recelo; Tom acaricia sus labios en un sutil lametón y se cohíbe de reír, tomando un sorbo de su copa y engullendo una pieza de sushi posteriormente—. Estás completamente loca.

Suspiro.

Tiene razón.

—Siempre lo has sabido, ¿de qué te sorprendes ahora? —burlo, apaciguando toda la inquietud que me ha estado envolviendo hasta el momento. En ocasiones, la labia de mi dulce amiga es impredecible. Si bien, sé que intenta comportarse.

—No sé, quizá que decidieras tirarte a alguien humano —recalca—. No a un psicópata devorador de almas.

El suspiro aburrido de Tom, acaricia mi oído; inspira hondo y ladea la cabeza, antes de entornar sus ojos fijamente sobre Shira:

—Sí, mejor tirarse a ese rubiales de intenciones, ciertamente, dudosas.

Por un segundo, tengo el impulso —cuyo reprimo ágilmente— de escupir el vino que estoy tomando de la copa, avivándome a movilizarme para no derramarlo sobre mi ropa. Deliro desorbitadamente mi atención hacia Tom en un ademán fulminante que ignora a total conciencia.

Pero será...

—¿Se refiere a Draven? —interpela con sorpresa Shira, buscando con aprisa una explicación por mi parte con su mirada—. ¿Por qué sabe de él?

Mis pestañas revolotean, desorientándome por un segundo; no sé cómo explicarle que, mi (ahora) pareja—demonio, tiene una exuberante tirria al hombre con el que trató de juntarme y, cuyo cual, me robó un beso que detonó todo esto.

Tom se encoge de hombros con frauda inocencia.

—Te lo he dicho, no permitiré que nadie trate de alejar a Sigrid de mí.

Shira se inquieta lo suficiente, como para aligerarse en erguirse del asiento y tratar de abalanzarse contra él.

—¡Cómo se te ocurra hacerle algo, te juro...!

—¡No le ha hecho nada, tranquilízate! —altero, incorporándome con apuro para detener sus pretensiones de agredirle. Tom sonríe con descaro, incitándome a darle un sutil golpe en el brazo—. Basta.

Él rueda los ojos y suspira, terminando de comer e ignorando a Shira, quien se agiliza en dirigirse hasta el sofá y rebuscar en su bolsa, antes de extraer aquel majestuoso Grimorio y otro libro más fino. Rápidamente, vuelve a la mesa y se crea espacio entre los plásticos vacíos. Resoplo con amargura y recojo lo que se ha consumido, después de darle un último bocado a mi pieza de sushi.

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora