Mis pestañas revolotean con agilidad, tratando de amoldarse a la inminente oscuridad angustiosa que nos rodea.
—¿Siempre ha sido tan sofocante? —expresa Bill, irguiéndose lentamente del suelo y ojeando de manera crítica todo nuestro alrededor.
Inspiro hondo y me incorporo junto a él, crujiéndome la espalda y dejando escapar un ligero gruñido antes de imitarle.
—Será la falta de costumbre —comento, avistando cómo el cielo del Subsuelo destella tonos violáceos entre la humareda que lo compone; mas sólo advierte de las idas y venidas de los demonios que traspasan la Frontera. Si hubiésemos venido en nuestros cuerpos reales, la escasez de oxígeno nos habría dificultado la movilidad. Sobre todo, a mí; la humanidad que me precede, complicaría mi permanencia en este lugar, pero al albergar aún cierta esencia demoníaca, ambos hemos podido llegar en nuestra forma más verídica.
Chasqueo mi lengua y atiendo a los lejanos ecos que generan los gritos de las almas que han sido cazadas, además del aroma a sangre que se inmiscuye en lo más profundo de mis sensores olfativos.
No ha cambiado nada.
—Continúa igual de divertido que siempre al parecer —divierte mi hermano.
No digo nada y asiento, centrándome rápidamente:
—Debemos encontrar a Sigrid cuanto antes.
Él suspira suavemente y examina de nuevo el entorno, precedente a dar un par de pasos y fijarse en la cumbre más alta del Subsuelo; justo en donde se halla el alcázar donde habita nuestro padre.
—¿Crees que la tenga cautiva en La Llanura? —pregunta sin apartar su vista de la cima, la cual roza superficialmente el límite de la Frontera.
Ladeo la cabeza con curiosidad.
—Si anhela una visita, es lo más probable —aseguro.
Simula una sonrisa y me mira.
—Qué emocionante; reencuentro de familia después de... ¿cuánto?
—Tres milenios.
Ríe.
—Nos ha salido cara la insurrección.
Elevo mi comisura pícaramente.
—Y lo volvería a hacer.
—Sin lugar a dudas.
Sin decir nada más, nos aventuramos hacia los adentros del Subsuelo; el calor aquí es sofocante, con la vigorosa capacidad de extinguir cualquier flora alentada a crecer en esta tierra infértil y rebosante de rocosidades rojizas sin alguna forma definida. Los únicos riachuelos que se advierten, son aquellos emergidos por la sangre de las almas cebadas con sus miedos, cuyos esparcen el hedor del agónico final que no han podido evitar experimentar, y el resto de cenizas calcinadas.
Suspiro.
Lo que anteriormente agravaba mi apetito, ahora se ha convertido en un hastío que revuelve mi estómago; distingo el rechazo en cada partícula de mi ser, incitándome a respirar e intentar mantener la compostura. Sin embargo, cuanto más camino entre las laderas, más inquietud me ensimisma; el deseo por encontrar a Sigrid aumenta, agitando mi razonamiento. No he sentido su alma en todo lo que llevamos recorrido, instigándome a conjeturar miles de hipótesis sin trasfondo; desconozco si nuestro padre ha podido ser la causa de que no pueda percibir su luz, o el si realmente ambos han llegado a toparse en un inicio. Mas, sea lo que sea que haya ocurrido en cuanto su alma ha bajado, me sulfura; el no poseer ninguna certeza de si está, me ofusca de muy mala manera. Y más siendo consciente de lo que puede incentivar su luz en un lugar como éste; a cada paso que damos, el número de ojos acechándonos entre las sombras se agrava. Por mucho que nuestra esencia ya no aporte —actualmente— la impetuosa presencia que apreciaba antaño, nuestro aroma es demasiado particular para pasar desapercibido; sobre todo, cuando el ser que reina este pandemonio, es también quien lo detenta.
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DAEMONIUM [Tom Kaulitz]
Ficção AdolescenteElla se encontraba en el mejor momento de su vida; después de tanto esfuerzo y trabajo duro, había alcanzado el éxito esperado. Él rozaba su límite de inmortalidad tras tantos milenios, y se había convertido en un magnate de los barrios bajos de Pa...
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