CAPÍTULO XXI.

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Percibo mi cuerpo estremeciéndoseme cuando el chirrido del cerrojo acapara mis oídos. No demoro en ensordecerme con la alteración de mi pulso, entretanto me mantengo encogida en mí misma y con la mirada fija en el frívolo suelo cementado.

Hace fresco, pese a que estamos a finales de verano.

O quizá es la sensación que tengo; la verdad es que lo ignoro.

Mi mente se mantiene completamente en blanco, sin reacción y con una sola imagen en ella que me genera un ardiente e insufrible nudo en la garganta que me entorpece respirar con coherencia.

Cuando escucho la pesada puerta abriéndose, alzo mi inerte vista hacia la femenina figura que me observa con un gesto petulante, mientras se apoya en el umbral y ladea divertidamente la cabeza.

—Vaya... pero mírate, princesa; no pareces tan feroz ahora.

Su irritante y burlona voz me incita a inspirar hondo y a contenerme.

Porque debo contenerme.

He de hacerlo.

Por mi propia cordura.

Aunque eso signifique perder la capacidad de esconder la cristalización de mis ojos.

Respira.

Súbitamente, otra silueta aparece detrás de ella y se me aproxima con un aire atroz y perturbado; ni siquiera me resisto cuando me toma bruscamente del brazo y me exige a erguirme del suelo para arrastrarme junto a él. Mas, antes de que me saquen del minúsculo y sofocante cuartillo sin ventanas ni iluminación, Lorraine me detiene y me obliga a encarármele, sonriendo con mayor satisfacción.

Sin preverlo (o quizá sí), un fuerte manotazo me gira deliberadamente la cara.

—No iba a quedarme con las ganas después de lo de la última vez, ¿sabes?

Inspiro hondo; lo más lógico es reaccionar y devolvérselo, por mucho que eso pueda suponer empeorar con creces la situación en la que me hallo sometida. Pero estoy inapetente de hacerlo. Aburrida de —siquiera— intentarlo, aun cuando percibo mi corazón a un pálpito de desbocárseme del pecho y los nervios a flor de piel.

Aun cuando mi serenidad se está tambaleando.

Mas dudo que el ápice de racionalidad a la que me estoy aferrando (como si la vida me fuese en ello) perdure mucho más; lo sé porque no puedo evitar relamerme los labios y simular una cínica sonrisa, mientras poso la mirada fijamente sobre la suya.

Debería callarme, mas no quiero.

Ladeo la cabeza y suspiro con calma.

—Te mataré —prometo plácidamente, incitando a que sus alargadas pestañas revoloteen y una risilla se escape de entre sus labios.

En cuestión de un milisegundo, otra bofetada me gira con mayor ferocidad la cara, partiéndome el labio inferior; el intenso dolor en la mandíbula y mejilla me alientan a apretar los párpados y a escupir la sangre acumulada en la boca, entretanto intento recuperar el aliento y no acceder a la rigidez que empieza a palpárseme en todos los músculos.

Vaya.

—Esta vez no tienes a Tom para que te salve, zorra.

Su enervado comentario me estimula a reír y acoger aire en un retumbante bramido.

Danzo mis ojos desorbitados hacia ella y sonrío con mayor ironía.

—Y cómo voy a disfrutar cuando te mate, te lo aseguro —deliro en un bufido incontenible—. Voy a regocijarme en tus jodidos gritos de rata... tanto... tantísimo...

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora