CAPÍTULO VI.

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Aguardo pacientemente en la sala de espera; después de lo ocurrido con Tom y nuestra pequeña —e interesante— charla en la cafetería (que inducía a terminarla con el mismo comienzo de nuestro encuentro), hemos sido obligados a frenar el ansia debido a una llamada procedente de su móvil.

Inspiro hondo. Aún arrastro el deseo en mi cuerpo, anhelando ser mitigado; sin embargo, su prisa por atender a quien se encontraba al otro lado de la línea, parecía rozar la vital urgencia para ser atendida, finalizando así nuestra conversa y pretensiones.

Suspiro y miro mi teléfono; no entiendo por qué he accedido a darle mi número en cuanto me ha preguntado por él. No me seduce sentir que estoy a su disposición, y más cuando conoce parte del entorno por el que me movilizo.

Esto no puede traer nada bueno, pienso.

Suspiro, deshaciéndome de mi inquietud.

—¿Amigos y familiares de la señorita Bell?

La voz de la enfermera, me despoja de mi ensimismamiento; alzo mis ojos hacia ella y me incorporo inmediatamente, asintiendo con energía.

—Yo misma.

—Por aquí —dice, acompañándome hasta la puerta que se halla al final del pasillo; pica y avisa de mi presencia: —. Shira, tienes visita.

La enfermera me sonríe y me cede el paso para entrar en la habitación; el dulce aroma a incienso no demora en acariciar mi olfato. Distingo su figura meditando sobre la camilla mientras, frente a ella, hay una filera de minerales. Justo los que llevaba consigo anoche.

¿Cómo...?

Entro en silencio al cuarto y dejo el ramito de flores sobre la mesilla, acomodándome en el sillón para extraer el libro que guardo en mi bolso. Pocos minutos después, los verdes ojos de Shira se abren y se posan sobre mí atentamente, antes de simular una sonrisa.

—¿No deberías estar trabajando?

Me encojo de hombros, irguiéndome del asiento y aproximándomele para darle el libro.

—He venido a ver cómo te encuentras y a devolverte esto.

La dulce sonrisa de mi amiga se esfuma al reconocer aquello que le entrego; es consciente de mi curiosidad y la cantidad inigualable de preguntas que acechan vigorosamente por mi cabeza. Mas sé que rememorar lo de anoche, la perturbará si decide explicármelo.

—Te juro que no tuve nada que ver con aquella cosa —apresura en decir.

Me limito a ladear la cabeza y a fruncir el ceño.

—Lo sé, aunque me debes una charla.

Sus labios desprenden un suspiro aliviado; asiente y se avispa en recoger los minerales, posicionándolos delicadamente sobre la mesita, junto a su bolso.

La observo en silencio, aguardando pacientemente un incentivo para sentarme a su lado, al borde de la camilla.

Shira coge el libro y lo deja sobre su regazo.

—No sé por dónde empezar...

Simulo una sonrisa empática y apoyo mis manos sobre las suyas.

—Comienza por decirme cómo te encuentras.

Sonríe y suspira.

—Estoy bien. Por suerte no tengo nada por lo que preocuparme, aunque querían que me quedase esta noche por el traumatismo de la cabeza. Tenía intención de meditar e irme a casa.

—¿Te apetece comer por ahí?

Sus ojos, súbitamente, se iluminan con fervor.

—¡Sushi!

DAEMONIUM [Tom Kaulitz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora