Quiero matarlo

335 15 2
                                    

Jayce

Al día siguiente, despido a Philip Collins en la puerta de mi despacho con un apretón de manos y la promesa de ayudarlo con sus problemas. Philip quiere que me encargue personalmente de su proceso de divorcio. A pesar de que no es mi especialidad, le digo que sí. Parecía muy afectado y ansioso, así que no he podido negarme.

Con un bostezo, regreso a mi escritorio y me froto los ojos. Me moría de ganas de volver a estar en estas oficinas, rodeado de mis cosas y mi gente, pero estoy tan hecho polvo que ni siquiera he podido disfrutar el regreso como es debido. De hecho, me cuesta mantener los ojos abiertos. Por segunda noche consecutiva, apenas he pegado ojo por culpa de Audrey. Una vez más, se ha apoderado de mi dormitorio y me he visto obligado a dormir en el sofá. Un sofá que, por cierto, puede ser muy bonito y caro de narices, pero cómodo lo que se dice cómodo, no es.

Paseo unos segundos la mirada por este despacho amplio y luminoso con vistas a Manhattan, ¡cuánto echaba de menos estar aquí! El bufete de MacKinnon & Asociados está ubicado entre la planta veintisiete y veintinueve de un edificio altísimo en el Upper East Side. Adoro Nueva York. Da igual los lugares que visite; solo esta ciudad me hace sentir en casa.

Miro la agenda y veo que tengo una hora libre antes de la siguiente reunión. Decido pedirle a mi secretaria que me traiga el almuerzo. Con un poco de suerte me dará tiempo de comer algo y echarme una siesta antes de enfrentarme al siguiente cliente de hoy. Sin embargo, esa idea se desvanece en cuánto fijo mi mirada al frente y veo aparecer a través de las paredes acristaladas del despacho a mis cuatro hermanos.

Así, desde la distancia, ver a cuatro hombres altos, de complexión grande y vestidos con trajes, con expresiones impasibles, avanzar hacia mí, es un tanto intimidante.

La puerta del despacho se abre y entran. Will y Aiden se sientan en las dos sillas aposentadas frente a mí. Oliver y Dean cogen dos de las sillas auxiliares colocadas en los laterales para ocupar un sitio a lado y lado.

Digo adiós a la posibilidad de dormir un poco.

—¿Habéis venido a verme en grupo? ¿Tanto me habéis echado de menos estas semanas? —pregunto con ironía. Estiro las piernas, pongo los pies sobre la mesa del escritorio y me acomodo en el sillón.

—Corta el rollo, Jay —dice Oliver, quién hasta hace un par de años fue mi compañero de juergas nocturnas. Él y yo éramos los hermanos fiesteros. Ahora... está casado con su secretaría y tiene un bebé. Los días de fiesta quedaron atrás hace tiempo—. Cuéntanos la verdad sobre lo que ocurrió ayer.

—Si no querías ver a nuestra madre, no pasa nada, pero ¿hacía falta inventarte toda esa historia sobre una desconocida en tu casa? —pregunta Aiden, otro cuya mujer también reformó, pues durante un tiempo formó parte del equipo fiestero. 

Por lo visto, los MacKinnon nos convertimos en unos calzonazos en cuanto nos enamoramos.

Resoplo y abro la boca con intención de explicarme, pero Dean, mi hermano pequeño, se une al acoso y derribo.

—No vamos a obligarte a aceptar a mamá en tu vida si no quieres, pero no nos tomes por tontos. —¿No debería estar de vuelta a la universidad?

—Eso, sincérate, tío. No te vamos a juzgar —insiste Oliver.

—Aunque alguien tiene que decirte que tienes un aspecto lamentable. —Will me da un repaso visual con el ceño fruncido.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora