9 años antes

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Audrey

9 años antes

Hace muchos años, mi padre fue acusado injustamente de causar el incendio que arrasó la fábrica donde trabajaba. Dos personas perdieron la vida y las instalaciones quedaron destrozadas a causa de ese incendio. A pesar de no ser el responsable, papá acabó cumpliendo una pena de 7 años de prisión, porque provenía de una familia muy humilde y no pudo permitirse pagar un buen abogado. Todo eso sucedió cuando él era muy joven, antes de conocer a mamá, pero marcó su vida para siempre. El día que mi padre me contó esta parte de su historia, de la que se avergonzaba mucho, tomé una decisión: me convertiría en abogada y ayudaría a las personas sin recursos que se encontraran en su misma situación.

Por eso estudié duro durante años; quería ingresar en una buena Facultad de Derecho y lo logré. Entré en Harvard, la mejor de todas.
Conocí a Jayce MacKinnon en mi primer día de clase.

Aquella mañana, por una serie de catastróficas desdichas ocasionadas por la lluvia, llegué tarde a clase. No vivía en la residencia de estudiantes como muchos otros, sino en un piso cercano. Por aquel entonces tenía un coche viejo y destartalado que decidió dejarme tirada en la entrada de la universidad, a una distancia considerable de mi facultad.

Tuve que correr bajo la lluvia el trayecto que me separaba del coche hasta el aula donde se impartía la clase, y lo hice usando mi bandolera como paraguas, lo que no impidió que acabara mojada de pies a cabeza.

Dentro del edificio los pasillos estaban desiertos. Subí rápidamente las escaleras hasta el primer piso, y cuando llegué frente a la puerta del aula en cuestión, intenté tomar el picaporte, pero alguien se me adelantó. Una mano surgió de la nada detrás de mí y lo agarró primero, por lo que mi mano acabó asiendo la suya y... sentí una sacudida eléctrica que me atravesó el cuerpo de arriba a abajo.

Confusa, aparté la mano, me giré para enfrentarme a la persona en cuestión y mi nariz chocó con un torso masculino. El aroma de maderas exóticas y especias sutiles llenaba el aire. Aturdida, levanté la barbilla en busca de los ojos del propietario de aquel torso tan firme y aquel olor tan atrayente. Era irritablemente alto, por lo que tuve que tirar la cabeza hacia atrás para conseguirlo. Debo admitir que no esperé toparme con alguien como él. Tan guapo, con unas facciones tan viriles y atrayentes, que te dejaban impactada. Tenía el pelo moreno un poco mojado y sus ojos azules brillaron con diversión cuando se encontraron con los míos.

—Vaya, así da gusto ir a clase. —Torció su sonrisa mientras clavaba su mirada en mi camiseta.

Bajé el rostro sin entender y entonces lo vi: la blusa blanca que me había puesto aquella mañana se había humedecido revelando el sujetador que llevaba debajo. Uno nada sexy, todo hay que decir. Con dibujitos de abejorros. Avergonzada, me cubrí con la bandolera.

—Ese comentario ha estado fuera de lugar.

—Perdón, soy directo cuando veo algo que me gusta.

Debió captar mi desaprobación porque suavizó su sonrisa y me tendió la mano, lo que fue un poco incómodo porque seguíamos tan absurdamente cerca que sus dedos me rozaron el vientre. Di un paso hacia atrás para alejarme de él y mi espalda chocó con la puerta.

—Jayce MacKinnon.

Seguía sonriendo como si nada y a pesar de que era un desconocido y que acababa de hacer un comentario inapropiado sobre mí, la estreché. Su apellido me resultaba familiar.

—Audrey Simmons —musité. De nuevo sentí una chispa entre nuestros dedos al tocarse. Y un destello de entendimiento me atravesó al reconocer ese apellido. MacKinnon y asociados era, de lejos, el mejor bufete de abogados de la Costa Este y para entonces ya se hablaba de los cinco hermanos MacKinnon que heredarían en un futuro el imperio de la ley fundado por su abuelo.

No estaba segura de que Jayce fuera uno de esos MacKinnon, ya que en aquel entonces no había fotos suyas circulando, pero tenía una intuición. Quizás fuera por su forma de mirar. Había algo en ella que denotaba un tipo de confianza y seguridad que solo aquellos que nacen en el seno de una familia privilegiada poseen.

—Deberíamos entrar. Llegamos muy tarde —musité.

Era ridículamente atractivo y eso me molestaba. La gente con suerte en la vida no debería ser tan físicamente perfecta. Hombros anchos, facciones masculinas, labios mullidos y ojos azules como un cielo despejado.

—Cierto. Creo que ayer trasnoché demasiado y hoy no he oído el despertador. —Jayce me sonrió despreocupado.

Arqueé una ceja con reprobación y le hice un gesto para que me diera un poco de espacio. Seguía estando enjaulada entre él y la pared. Entendiendo, Jayce dio unos pasos hacia atrás. Una sensación de perdida me sobrevino. Fue como si mi cuerpo reclamara de nuevo su cercanía.

Sacudiéndome esos pensamientos, me giré para abrir la puerta. Jayce detuvo el movimiento cogiéndome del codo. Irritada, volví a enfrentarlo. Me estaba ofreciendo la sudadera que, hasta hace unos instantes, llevaba puesta. Una azul marino con el nombre de Harvard en el pecho, con capucha y cremallera. Se había quedado en camiseta de manga corta, mostrando sus fuertes brazos cuyos músculos se tensaban en mi dirección.

—Será mejor que te pongas esto, si no quieres convertirte en el centro de atención de todos durante las clases.

Pensé en rechazar su ayuda, pero antes siquiera de que pudiera negarme, hizo volar la sudadera sobre mi cabeza y la dejó caer sobre los hombros. Su olor me envolvió y tuve que hacer un gran esfuerzo de contención para no cerrar los ojos y esnifar la tela como una drogadicta ante su dosis. Había algo narcótico en su olor. Algo... difícil de describir con palabras. No era perfume, era olor personal. Un olor personal que me hubiera encantado encerrar en un frasco para llevarlo siempre conmigo.

—Venga, Audrey Simmons, vayamos a aprender sobre leyes.

Después de eso, entramos en el aula, nos sentamos juntos y comenzó nuestra historia.

Por aquel entonces llevaba unos años saliendo con Richie. Nos habíamos conocido en un bar donde dio un concierto y me quedé prendada de él al instante. Fue un flechazo. Un amor a primera vista.

Sin embargo, no serían pocas las veces en las que me cuestionaría nuestra relación en los siguientes años por culpa de cierto highlander de ojos azules y olor delicioso.

Fue duro aceptar que me sacara de su vida después de la discusión en aquel hace seis años.

Nunca imaginé que Jayce reaparecería en mi vida de una forma tan inusual. Supongo que tenía que haberlo previsto. Entre Jayce y yo las cosas siempre fueron así, inesperadas y sorprendentes.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora