Movimiento infalible

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Audrey

—Dime, Minerva, ¿De verdad no parezco una buscona? No suelo llevar canalillos tan pronunciados.

Unos días más tarde, después de la firma del contrato de convivencia, estoy de pie frente al espejo de uno de los baños de MacKinnon & Asociados, el bufete de abogados de Jayce, comprobando mi atuendo. Antes de venir hacia aquí me he tirado un café encima, y como la blusa que tengo de repuesto para estas ocasiones estaba en la tintorería, Ruby, mi secretaria, me ha ofrecido la blusa de color crema que llevaba ella. Estaba un poco mosca por no poder acompañarme al bufete de los highlanders más buenorros de la ciudad (dicho por ella misma). El día que se entere que vivo con uno le da un jamacuco.

La cuestión es que la blusa que yo había elegido para hoy tenía un sostén incorporado, y Ruby tiene una complexión más grande que la mía y tiene mucho más busto que yo, por lo que el escote de su blusa se me desboca una barbaridad.

—Para nada, querida. Estás estupenda.

Las palabras de Minerva deberían relajarme, pero no lo hacen. A fin de cuentas, no es que tengamos la misma visión de la moda. Hoy ella lleva un vestido tan corto que podría pasar por una camiseta larga.

—En ese caso, vamos allá.

Salimos del baño y avanzamos por el pasillo hacia la sala de reuniones que nos ha indicado la recepcionista al llegar. Camino con paso firme sobre mis zapatos de tacón. Tengo la sensación de que todo el mundo me mira y me señala por exhibicionista a causa de mi escote exagerado, lo que obviamente es solo fruto de mi imaginación.

Entramos en la sala, una sala amplia y luminosa con una enorme mesa de vidrio y unas vistas impresionantes de Manhattan, y mis ojos enseguida se encuentran con Jayce que está entretenido hablando con su cliente, un hombre de unos cuarenta años con aspecto de empresario y bastante atractivo. Nuestra presencia llama su atención y Jayce levanta el rostro para fijar su mirada en nosotras. La boca se le desencaja al reconocerme. Es gratificante verlo tan desconcertado, aunque el hecho de que me mire tan fijamente despierta en mí una mezcla de vergüenza y autoconciencia. Debía haber comprado algo de ropa de camino aquí. Me subo la blusa para disimular un poco el escote y avanzo hacia él. Con actitud profesional y le tiendo la mano:

—Audrey Simmons, la abogada de Minerva Collins.

Jayce estrecha mi mano sin parpadear. Mentiría si dijera que su tacto no me provoca un hormigueo caliente que se expande por mi nuca hacia todas direcciones.

Ignoro esa sensación y tras las presentaciones y saludos correspondientes Minerva y yo tomamos asiento. Hay mucha tensión en el ambiente. El señor Collins es el tipo de hombre que parece vivir con el palo de una escoba insertado en el culo. Tiene pinta de arrogante, inaccesible y, en este momento, incómodo y tenso ante la presencia de Minerva. Jayce tampoco parece demasiado relajado teniendo en cuenta la forma en la que aprieta la mandíbula y me atraviesa con sus ojos.

—Señorita Simmons... no la esperaba —dice con rencor Jayce, colocando los codos sobre la mesa sin dejar de mirarme—. Hubiera agradecido saber de antemano que estaría hoy aquí.

—¿Os conocéis? —pregunta Minerva en un susurro intrigado.

Yo me limito a sonreír mostrando los dientes, en una sonrisa que probablemente sea parecida a la del Joker de Batman.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora