Intentarlo de nuevo

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Audrey

Una montaña de cajas que claramente no son mías me da la bienvenida cuando llego a casa. Sé que no son mis cajas porque las dejé ordenadas en el salón, listas para desempaquetar, pero estas cajas están esparcidas por todas partes. No me cuesta mucho entender que se trata de las pertenencias de Jayce. ¿Al final las encontró? Deduje que Harrison se habría deshecho de ellas.

Me dirijo al salón, sorteando las cajas como puedo, y allí me encuentro a Jayce organizando sus cosas. No está vestido con traje; lleva unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca de manga corta. Maldición. ¿Por qué los hombres se ven tan atractivos vistiendo ropa casual de estar por casa?

—¿Has reemplazado el cuadro de los gatitos por esa cosa ridícula? —pregunto señalando un cuadro en la pared. Se trata de una pieza abstracta, sin gracia y bastante sosa. Yo había colocado ahí uno adorable con gatitos bebé jugando con un ovillo de lana.

Jayce encoge los hombros como respuesta.

—He recuperado mis cosas y simplemente las estoy volviendo a colocar en su lugar.

Hago un rápido vistazo al salón. Ha quitado lo mío para poner lo suyo. Donde antes había elementos llenos de color, ahora solo hay objetos grises y sin vida, lo que hace que este lugar sea mucho menos acogedor.

—Dado que tengo un contrato de alquiler válido, exijo que mis cosas regresen donde estaban. —Me cruzo de brazos con los ojos convertidos en dos sopletes, apuntando en su dirección.

Jayce suspira.

—Oh, venga, Audrey. Acabemos con esto de una vez. — Deja unos libros amontonados a un lado y se sienta en el sofá—. Siéntate. Hablemos.

Aunque odio que me hable usando el imperativo, hago lo que me pide. Me siento a su lado en el sofá, pero tiesa como una tabla, sin relajar los hombros.

—¿De qué quieres que hablemos?

—De esta absurda cruzada que has iniciado para quedarte en mi piso. Sinceramente, no sé qué es lo que pretendes. ¿De verdad quieres que vivamos juntos durante los 60 días que estipula el contrato?

Habla con serenidad, y el hecho de que parezca un hombre maduro y no un niñato en medio de una rabieta, me pilla por sorpresa. Intento sonar igual de relajada que él, pero el resentimiento se nota en la vibración de mi voz:

—Preferiría que tú no estuvieras en la ecuación, pero si no queda más remedio, compartamos piso. A fin de cuentas, ambos trabajamos muchas horas, no tenemos por qué coincidir demasiado.

Él se pasa una mano por el cabello oscuro, reflexionando sobre mis palabras.

—¿Y si te ofrezco la mejor suite del mejor hotel de la ciudad? 60 días de ensueño sin tener que preocuparte absolutamente de nada. ¿Qué me dices a eso?

Abro mucho los ojos. Mentiría si dijera que no suena tentador. Vivir en un hotel llena de lujos, con servicio de habitaciones, es el sueño de cualquiera. Pero una parte de mí se niega rotundamente a aceptarlo. Sería como dejarlo ganar, y a Audrey Simmons no le gusta perder, y menos contra Jayce MacKinnon.

—No quiero, gracias, prefiero quedarme aquí.

—Pero ¿por qué? —pregunta con la frustración brillando en sus ojos claros—. Es una oportunidad fantástica.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora