Podemos hablar

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Audrey

Entro en la cafetería y busco a Minerva Collins con la mirada. Esta mañana cuando me he despertado me he encontrado un mensaje suyo pidiéndome vernos hoy aquí. Parecía urgente. No me apetecía mucho salir de casa después de lo que ocurrido ayer. Sigo molesta con Richie por haber armado un show a mi costa, y sigo dolida con Jayce por haber creído en ello sin dudarlo. Pero Minerva ha insistido y no me he podido negar.

La localizo en una mesa apartada. Llama la atención de forma poderosa, con su ropa impoluta, su rostro de rasgos fuertes y su pelo liso y moreno sobre los hombros. Es imponente. Me acerco a ella, me siento en la silla de enfrente y tras pedir un café le pregunto sin andarme por las ramas de qué quiere hablar.

—Philip y yo no vamos a seguir adelante con el proceso de divorcio. Hemos decidido volver a intentarlo.

No puedo evitar quedarme perpleja ante su anuncio.

—¿Tu marido ha recapacitado? 

Asiente despacio.

—Se presentó hace unos días en casa para decirme que me echaba de menos. Que lo había meditado mucho y que quería darnos una oportunidad. Incluso propuso que fuéramos a terapia de pareja.

—Vaya... —murmuro incrédula—. Eso es... ¿estupendo? 

Al ver mi cara de desconcierto, Minerva se ríe.

—Cuesta de creer, ¿verdad?

—Oh. No, no. Es decir, me choca porque parecía muy seguro de querer divorciarse. Pero todos tenemos derecho a cambiar de opinión.

—Sé que no va a ser fácil. Él aún está tratando de asimilar mi pasado. Y no le culpo. Philip creció en un ambiente profundamente conservador. Sé que su padre era misógino, homófobo y que creía que los transexuales éramos enfermos mentales que debíamos permanecer encerrados en un manicomio. Le costó romper los esquemas mentales que le inculcaron de pequeño y aceptar que me amaba pese a todo. Hablamos durante horas y sé que él aún tiene muchos demonios que derrotar, pero quiero darle una nueva oportunidad a lo nuestro, porque lo amo.

Escucho atentamente lo que dice, comprendiendo. A fin de cuentas, Philip se enamoró de Minerva por quién es. Y ella siempre fue ella, más allá del cuerpo con el que nació.

Coloco una mano sobre la suya y la aprieto con cariño.

—Me alegro de que Philip y tú hayáis encontrado la forma de superar los problemas y volváis a intentarlo. Ojalá salga bien porque lo mereces.

***

Una hora después, llego a casa con intención de meterme en la cama y no salir de ella en lo que queda de día. No quiero saber nada del mundo, solo desconectar y olvidar lo ocurrido las últimas horas. Aunque lo de Minerva es algo bueno dentro del caos y me alegro por ella, todo lo malo sigue pesando demasiado. Por desgracia, la posibilidad de descansar se esfuma al instante, cuando al llegar al edificio donde vivo me encuentro a alguien esperando frente al portal.

Es Jayce. Jayce MacKinnon.

Siento un tirón en el estómago y los nervios y la emoción contenidas se desbordan. Unas lágrimas se enredan en mis pestañas y me acerco a él sin saber muy bien cómo actuar. Una parte de mí quiere golpearlo aún dolida por su desconfianza, pero la otra se muere de ganas de arrebujarse entre sus brazos y respirar, aliviada, al fin.

Opto por acercarme a él con cautela. Hoy no está borracho y se ha puesto su mejor traje, uno con rayas y chaleco que es mi preferido, y está... arrebatador. Tan arrebatador que mi primer impulso es mirarlo de arriba a abajo como si fuera un enorme tarta de chocolate que me muero por probar. Él se da cuenta de lo que ha provocado en mí y sonríe pagado de sí mismo antes de dar un paso al frente para acortar la distancia que nos separa y decir:

—Audrey, ¿podemos hablar?

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora