Audrey
—¿Estás segura de querer tomarte otro café? Llevas cinco — dice Ruby, mi secretaria, tendiéndome el café no muy convencida.
Le gruño como respuesta.
—Puede que ahora mismo en mi sistema haya más café que sangre, pero lo necesito.
Ruby hace un mohín, juntando sus gruesos labios pintados de rojo. Ruby es una mujer muy atractiva, de pómulos altos, nariz recta y ojos en forma de avellana que transmiten muy bien sus emociones. Lleva el pelo recogido en un moño tirante y un vestido de color verde que se ajusta perfectamente a su cuerpo largo y estilizado. Nadie diría al verla que es una mujer trans y que ha tenido que recorrer un largo camino para conseguir sentirse en armonía con su propia identidad.
—¿Es por Richie? —Ruby se sienta en el sillón que hay al otro lado del escritorio, mirándome con preocupación.
Ruby, además de ser mi secretaria, es una buena amiga. Fue una de mis primeras clientas cuando abrí el despacho en la ciudad. Su antiguo jefe la echó de la empresa por ser trans y juntas pudimos denunciarlo y ganar un juicio por discriminación. Después de eso le ofrecí ser mi secretaria y ella aceptó muy agradecida. ¿Y qué puedo decir de Ruby? Que es leal y competente como ninguna otra.
—No, no es por Richie —respondo después de vaciar mi taza de café y sentir el chute de la cafeína recorriéndome por dentro. No es posible morir por exceso de cafeína, ¿verdad?
—Entonces, ¿por qué tienes esa cara de muerta viviente? —Ruby entrecierra los ojos y los convierte en dos rendijas oscuras, enmarcadas por unas largas y espesas pestañas postizas.
—Es solo que estos días me cuesta conciliar el sueño. — Me encojo de hombros con una sonrisa tan falsa como mi respuesta, pero es que no puedo contarle a Ruby la verdad. La adoro, pero es una bocazas. Si le dijera que estoy compartiendo piso con Jayce MacKinnon se pondría histérica y al día siguiente al amanecer ya lo sabría toda la ciudad. Además, Ruby idolatra a los hermanos MacKinnon. Sufriría un ataque cardiaco si supiera que conozco a uno. Hace unos años, cuando salió un reportaje de Los highlanders de Nueva York en una revista femenina, recortó las fotos del artículo para pegarlas en su espacio de trabajo. Un día, harta de ver a Jayce vestido en kilt cada vez que llegaba al trabajo, cogí las fotos y las tiré. A Ruby le dije que había sido la señora de la limpieza.
—Por cierto, hay una cosa que me gustaría comentar contigo —dice ella mirándome muy seria, repiqueteando sus uñas de manicura perfecta sobre la mesa. Con un movimiento le pido que se explique—: Una amiga de la asociación está buscando a una abogada que lleve su demanda de divorcio. Como has llevado casos de otras integrantes me ha preguntado si estás disponible.
Ruby participa en una asociación de hombres y mujeres trans y yo me he convertido en su abogada de referencia. De hecho, a eso me dedico desde mi pequeño despacho: a ayudar a colectivos vulnerables y personas sin recursos. Ofrezco servicios legales a un precio muy asequible. Incluso hay ocasiones en las que no pueden pagarme con dinero y lo hacen de otra forma. La última vez una mujer que quería denunciar a su marido por malos tratos me pagó encargándose de la limpieza del local durante un mes.
Soy consciente de lo privilegiada que soy. Conseguí alquilar un buen local en el corazón de Manhattan por un precio irrisorio. Y aunque no me sobra el dinero, gano lo suficiente para subsistir con dignidad. Así que puedo centrarme en lo que verdaderamente quiero: ayudar a los demás. Ofrecerles la ayuda que mi padre no encontró en su día.
—Claro, dile que se pase y estudiaré su caso.
—Vale. Gracias.
Le guiño un ojo y Ruby sale del despacho.
Me quedo sola, perdida en mis propios pensamientos.
No me apetece mucho regresar a casa y enfrentarme a Jayce de nuevo. Las batallas dialécticas con él son desgastantes y, además, me ponen nerviosa. Nerviosa de una forma... peligrosa.
Ya ocurrió durante la universidad. Cuando nos ponían en equipos contrarios en los juicios ficticios, cada vez que debatíamos y discutíamos apasionadamente, la tensión sexual entre Jayce y yo era evidente. Nuestros profesores y compañeros pensaban que estábamos liados debido a esa energía que se generaba entre nosotros. No voy a negar que fantaseé muchas veces con eso. Cada vez que terminábamos una clase y la excitación hacía palpitar mi sexo, me daban ganas de arrastrarlo hacia algún rincón oscuro y dar rienda suelta al deseo. Pero entonces me acordaba de Richie y el calentón se me pasaba, además de sentirme fatal por haberlo pensado
La cosa es que hay algo sexy y sensual en discutir con Jayce. Me excita y eso es peligroso. Muy peligroso.
Desvío mi mirada hacia mi mano izquierda y me concentro en el anillo de compromiso. Le dije a Caroline que este anillo me protegería de Jayce, y todavía sigo creyendo en eso. Pero ¿será capaz de protegerme de mí misma?
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Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)
RomanceMe llamo Audrey Simmons, soy abogada y acabo de romper con mi novio, con el que llevaba 15 años de relación. Desde entonces he buscado un piso para vivir en Manhattan, lo que no ha sido fácil. Por eso, cuando me ofrecen la posibilidad de vivir en un...