Nuevo Piso

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Audrey

Me gustaría decir que después de las dudas postorgásmicas decidí detenerme un segundo para analizar la situación, pero no fue así. Jayce supo muy bien qué teclas tocar para que mi parte racional se desvaneciera de nuevo. Y quién dice teclas, dice partes de mi cuerpo. Y lo hicimos una vez más. Y otra. Y... otra. Dios. Nunca antes había tenido más de 10 orgasmos seguidos en una sola noche.

Así que, cuando despierto a la mañana siguiente, lo hago con una sonrisa boba y satisfecha en la cara. Jayce no está en la habitación, pero desde aquí puedo sentir el olor del café recién hecho y el sonido del chisporroteo del aceite saltando en la sartén. Me estiro como un gato, salto de la cama, me pongo una camiseta y salgo.

Jayce está detrás de la isleta, ocupado cocinando frente a los fogones, por lo que mi vista desde aquí se centra en su espalda desnuda. Me muerdo el labio al recordar de nuevo todo lo que hicimos anoche. Recuerdo que durante la universidad corrían por la facultad rumores sobre sus excelentes habilidades en la cama. Esos rumores estaban en lo cierto. Jayce es un Dios del sexo. Recuerdo que una vez escuché a una chica decir que los hombres como Jayce no debían echarse novia, sino permanecer solteros para poder satisfacer a la mayor cantidad de mujeres posible.

Como si Jayce hubiera captado mi mirada, se gira y sonríe. Me encanta como le queda el cabello así, un poco despeinado. Tiene el ojo muy amoratad por lo de ayer, pero eso no le resta atractivo. Sostiene una pala de cocina en una mano y con la otra me indica que me acerque a él con un gesto y una sonrisa torcida. Lo hago sin demora y cuando llego a su lado me rodea la cintura, atrayéndome a él. Pretende besarme, y yo se lo impido poniendo una mano sobre mi boca.

—Aún no me he lavado los dientes. Tengo aliento mañanero.

—¿Crees que eso me importa?

Aparta mi mano y me besa con ganas. Es un beso con lengua que sabe a café y pasta de dientes. Sonrío cuando siento su polla endurecerse al instante contra mi costado.

—¿Aún te quedan ganas? Eres insaciable, MacKinnon.

Jayce se ríe contra mi boca.

—Son muchos años deseándote en silencio, Audrey. No he tenido la oportunidad de hacer contigo ni la mitad de las cosas que me gustaría.

Vuelve a besarme con urgencia y su lengua y la mia se enroscan en un beso apasionado. Deja la pala a un lado, me coge de la cintura y me sienta sobre la encimera, se coloca entre mis piernas y sigue besándome, colando su mano bajo la camiseta para acariciarme el trasero y la espalda.

—El bacon... —musito contra sus labios.

—¿Mmmm?

—Se está chamuscando.

Jayce deja de besarme y comprueba que, efectivamente, el bacon se está tostando demasiado. Suelta un improperio, aparta la sartén y yo aprovecho para saltar de la encimera y sentarme en uno de los taburetes de la cocina. Me pongo un café y pocos minutos después Jayce sirve dos platos con bacon tostado, huevos revueltos y tortitas. Luego, ocupa el taburete de enfrente.

Desayunamos rodeados de un ambiente distendido. Es obvio que entre nosotros fluye una complicidad nueva que nos hace sentir completamente cómodos el uno con el otro. Hablamos de cosas banales, intrascendentes, hasta que los ojos de Jayce se topan con algo detrás de mí. Sigo su mirada y veo las cajas de mudanza que dejé arrinconadas contra la pared ayer.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora