La clausula

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Audrey

Cuando abro la puerta de casa, deseo con todas mis fuerzas que Jayce aún no haya llegado. Desde la última vez que decoramos juntos el salón, no hemos vuelto a coincidir. Lo único que sabemos el uno del otro es la existencia de ese contrato de convivencia que nos devolvemos como una pelota de pin pon.

Además, ambos nos mantenemos encerrados en nuestros dormitorios la mayor parte del tiempo. Por suerte, su interiorista se encargó de instalar una cama en el despacho con mucha diligencia.

La decepción se instala en la boca de mi estómago cuando veo un haz de luz llegar desde el salón. Me limpio la cara con las mangas del jersey intentando disimular las lágrimas que llevan un buen rato bañando mi rostro. Aún no puedo asimilar que Richie esté triunfando, que, después de todo, vaya a cumplir su sueño. Para ser honesta, pensaba que no lo conseguiría por justicia poética. Llevo años esperando por él, viéndolo fracasar una y otra vez, ¿ha tenido que conseguirlo ahora que no está conmigo? Es como si la vida lo recompensase.

Dejo las cosas en el recibidor y voy hacia el salón arrastrando los pies. Jayce está sentado en el sofá, con los brazos cruzados y los ojos fijos en la puerta, así que cuando entro, nuestras miradas se cruzan. Está serio, lleva el pelo moreno despeinado y aun va con el traje carísimo de color gris oscuro hecho a medida que debe haberse puesto por la mañana, pero sin corbata y con los dos primeros botones de la camisa desabrochados. Debajo, asoma una camiseta interior blanca. Trago saliva al pensar en lo sexy que está así, un pelín desarreglado, después de una larga jornada de trabajo.

Los ojos azules de Jayce se clavan en los míos y con un gesto me pide que tome asiento a su lado. Hago una mueca, incómoda por su actitud exigente y la tensión que se palpa en el ambiente. Me acomodo en el sofá, manteniendo una distancia prudente entre nosotros.

Jayce rompe el silencio y su voz suena seria y cargada de algo más, algo que no logro descifrar.

—Audrey, he revisado una vez más el contrato de convivencia. He mantenido tus cláusulas y no he realizado otros cambios. Sin embargo, he añadido una cláusula adicional. —Se inclina hacia adelante y toma unos papeles de la mesita de noche. Me los ofrece con una expresión serena y los acepto.

Realizo una lectura rápida y confirmo que no ha introducido nuevas modificaciones. Me cuesta un poco encontrar la nueva cláusula. Mi corazón se acelera al leerla:

16. Cláusula de Restricción de Visitantes

Ambas partes acuerdan y reconocen que para mantener un ambiente armonioso y preservar la privacidad y la confianza en la relación, se establece la siguiente restricción de visitantes en el apartamento compartido:

a) La parte firmante denominada «Audrey» se compromete a no permitir la presencia de Richie Stone, individuo con el que mantiene una relación sentimental, en el apartamento compartido.

No puedo creer lo que estoy leyendo. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos azules, llenos de expectación.

—Pero ¿te has vuelto loco? No puedo aceptar esta cláusula, Jayce. No puedes decirme a quién puedo traer o no.—Me muerdo la lengua para no contarle que, en realidad, Richie y yo hemos roto y que, por tanto, no lo traería ni muerta. Este no es el tema. El tema es que Jayce piensa que seguimos juntos y se cree con derecho a hacerme este tipo de prohibiciones.

—Es mi casa y tengo derecho a decidir quién entra o no en ella.

—También es mi casa. Al menos durante los siguientes 60 días.

—Más bien 55, teniendo en cuenta que hace 5 días que te pedí que te marcharas. Y me da igual lo que digas. No quiero a Richie aquí. Sé que se está haciendo popular y que ha salido en la tele. Lo último que quiero es tener a la prensa amarillista rondando por el edificio en busca de noticias jugosas.

Finjo que no me afecta lo que ha dicho, aunque lo hace.

Siento una punzada en el hueco que hay entre mis costillas.

—¿Lo sabes?

—¿Qué lo está petando en Internet? —Asiento y él asiente también—. Sí, lo he visto. Me alegro por él y toda esa mierda, pero preferiría que se mantuviera alejado. No quiero ni imaginarme qué tipo de titulares saldrían del hecho de que un MacKinnon comparta piso con la prometida de la nueva promesa del rock. Preferiría mantenerme lejos del foco mediático.

—Cualquiera lo diría con la frecuencia en la que apareces en él.

La tensión en la habitación aumenta y Jayce entrecierra los ojos, clavándolos en mí. Sabe que tengo razón. Tanto él como sus hermanos han sido carnaza para los periodistas de la prensa del corazón durante años. Y desde que Aiden, Oliver y Will se casaron, el interés se centra sobre todo en él.

—Se trata de una cláusula inamovible, Audrey. Si quieres ver a Richie, vete a vivir con él en lugar de empecinarte a compartir piso conmigo.

Ensancho mis fosas nasales. La ira comienza a arder dentro de mí, pero me controlo y respondo con calma, aunque mi voz tiene un deje de tensión.

—En ese caso, yo también quiero añadir un cambio a la cláusula —digo enfrentándolo con la mirada—. Si quieres imponer restricciones a quién puedo traer al apartamento, entonces también quiero que se incluya una restricción para las mujeres que puedas traer tú.

Jayce me mira sorprendido por un momento y luego frunce el ceño, claramente molesto.

—¿Estás de coña?

—En absoluto. Si yo no puedo traer a Richie, tú no deberías poder traer a tus ligues tampoco. De todos es bien sabido que Jayce MacKinnon es un mujeriego. No quiero que este apartamento de convierta en un Bed and Breakfast.

Nuestras miradas se enfrentan en un silencio cargado de tensión

Tras unos segundos considerando mis palabras, Jayce asiente, enfurruñado

—Está bien, añadiré eso al contrato. Aunque no me parece justo. Mis ligues no atentan para nada a nuestra privacidad. Richie sí lo hace.

Estoy a punto de decir en voz alta que sus ligues podrían atentar contra mi salud mental, porque la idea de imaginármelo manteniendo relaciones sexuales en casa mientras yo escucho desde el otro lado de la pared los sonidos que hacen, me pone enferma.

Y, pensándolo bien, yo salgo ganando con este acuerdo.

Veo a Jayce inclinarse hacia delante para escribir algo en el contrato. Luego vuelve a ofrecerme los papeles y veo la anotación al margen, al lado de la cláusula 16:

b) La parte firmante denominada «Jayce» se compromete a no permitir la presencia de mujeres de una noche en el apartamento compartido, como medida de respeto y para evitar cualquier conflicto o incomodidad.

Asiento satisfecha y Jayce me pide que espere un segundo. Entra en el despacho convertido ahora en su habitación y tras cinco minutos ahí dentro, regresa con una nueva copia del contrato en la mano. Los papeles están calentitos, recién salidos de la impresora.

—He modificado la cláusula con lo acordado, ¿lo firmamos?

Antes de aceptar, vuelvo a repasar el contrato con atención, asegurándome de que no haya aprovechado la ocasión para colarme algo nuevo. Todo parece correcto, así que finalmente tomo el bolígrafo y firmo el contrato. Luego, le entrego los papeles a Jayce para que él haga lo mismo.

Repetimos el proceso una vez más, asegurándonos de que ambos tengamos una copia.

Pienso en el caso de divorcio y me pregunto si debería contarle que yo representaré a Minerva, pero decido no hacerlo. Prefiero contar con ventaja en ese asunto.

Con la cabeza embotada por las emociones de día, me despido de Jayce y me encierro en mi habitación.

Entre Leyes y Pasiones (Libro 4: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora