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Desayunábamos en silencio, Bill se encontraba del otro lado de la mesa mirándome, no podía ni siquiera levantar la mirada pues la suya me intimidaba.

— Y bueno chicos, que deberíamos hacer hoy? — preguntó My con una gran sonrisa.

— Deberíamos ir a la cascada, y después cenar en ese restaurante cerca de aquí. — Sugirió Gustaf.

— Buena idea. — Dijo Eija.

— Ustedes chicos, quieren ir?

— Claro. — contestó Bill antes de que yo pudiera hacerlo.

No había emoción en su voz, más sin embargo, ya no usaba el mismo tono frío y distante.

— Bien entonces deberíamos preparar todo, nos iremos en media hora. — Agregó Stellan.

Todos nos levantamos de la mesa con rapidez y comenzamos a preparar la ropa de agua, tome cualquier par de shorts y una blusa blanca.
Salí de la cabaña acompañada de Eija y subimos a la camioneta nuevamente con Gustaf.

El camino fue un tanto largo, pues parecía ser una locación alejada de aquellas cabañas, al llegar ahí me di cuenta de que había valido la pena, pues era un lugar hermoso.

Bajamos del coche al igual que los demás, sacamos las cosas y juntos comenzamos a acercarnos a la cascada.

— Esto es hermoso. — comenté.

— Lo es. — Respondió Eija. — venimos aquí cada año.

— Ahora lo entiendo. — Digo sonriendo.

— ¿Pero sabes que? — preguntó sonriendo.

— ¿Que? — Respondí con otra pregunta.

— Jamás habíamos traído acompañantes. — Confesó para después alejarse de mi y brincar de golpe al agua.

— ¡Ven aquí! — Gritó Eija.

Intenté acercarme con lentitud al agua para así asegurarme de que la temperatura estuviera agradable, adentre mi pie en esta y un segundos después sentí como alguien me cargaba en sus brazos.

— Ven aquí, niña. — Dijo aquella voz que podría reconocer en cualquier lugar.

Aun teniéndome en sus brazos, brincó al agua y todos comenzaron a reír, pues el grito agudo que salió de mi no solo pudo ser escuchado por Bill.
Al salir a la superficie, noté su cara de preocupación.

— ¿Que? — Pregunté riendo.

Comenzó a quitar su camisa con rapidez para después decir.

— Levanta los brazos.

Entendí que aquella prenda blanca no había sido la mejor elección. Seguí sus indicaciones y no hice más preguntas, tan solo dije:

— Gracias, apuesto chico sueco. — Dije graciosa, a lo que el rió también.

El alma regresó a mi cuerpo, pues logré hacerlo sonreír después de tantos días recibiendo tan solo un par de miradas indiferentes y palabras frías.

La tarde siguió en tranquilidad, comimos lo que My había empacado, escuché anécdotas de todo tipo, abracé miles de veces a Eija y My, brincamos una y otra vez al agua e hicimos miles de chistes sin sentido, hasta que el sol comenzó a ocultarse.

— Bueno chicos, creo que es hora de irnos. —

— Vamos chicas. — Dijo Gustaf señalándonos.

— Jane. — Soltó Bill. — Sube a mi auto.

PREJUDICE | BILL SKARSGARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora