VII. Reglamento interno

61 13 15
                                    

Camina con dificultad a través de escombros los enormes edificios que conformaban el Callejón Diagon. Se siente que no avanza. Como si todo lo que hay en el panorama es igual. No mejora. No cambia. La inquietud se apodera de él por la sangre que hay en el suelo, formándose desde debajo de enormes escombros.

Tímido, Wooyoung se acerca hasta ese pozo y entreabre los labios, hay una mano saliendo de debajo de los escombros. Tiene un bonito tatuaje en la muñeca, una snitch dorada con un ocho en la parte interior. Es pequeño. Apenas cuatro centímetros.

Es una mano bastante grande.

Se aparta y tropieza sin querer con algo que estaba en pie, ahora en el suelo, siendo un cuerpo que no se reconoce de lo quemado que está su rostro, toda la parte superior del torso. No obstante, puede ver su mano, también tiene un tatuaje pequeño: un dragón comiendo mochis. específicamente, ocho mochis.

Wooyoung trata de avanzar, llegar a alguna parte, llama por personas y no hay nada. parece que nada sobrevivió el aparente desastre que se expone. Se detiene a mitad de la calle.

— ¿San? ¿Está ahí? —llama temblando—. ¡San! —llama más fuerte—. ¡San ¿Estás aquí!? —Repite lloroso, apretando los puños y con el corazón latiéndole con fuerza—. ¡SAN POR FAVOR! ¡ESTO ME ESTÁ DANDO MIEDO! —gimotea Wooyoung llevándose la manos a la cara—. ¡TENGO MIEDO! ¡San...!

Da un chillido por la caída a de un edifico a su derecha. Se mantenía lo suficientemente intacto. Escucha una especie de quejido humano, por lo que va en esa dirección. Consigue partes de un cuerpo humano, apenas una mano y ¿Una pierna? ¿Qué es eso?

Sí su muñeca, esta misma con un tatuaje: una serpiente enroscada en un aro dorado. Da exactas ocho vueltas, elegante y de color plateado. Sube a través de los escombros y trata de encontrar a alguien dentro. Si esta persona estaba aquí escondida, quizá haya alguien más que no haya muerto.

Encuentra una mano a solas. Sin nada del cuerpo. Tatuaje: león con una abundante melena y con ocho aretes de plata en las orejas. Wooyoung sube las escaleras, en el segundo piso, dos personas que fueron destruidas de forma que no puede imaginarse. Sus manos juntas, una que aprieta y la otra, que quizá estaba floja desde antes.

Ambas con tatuajes: un oso con ocho tarros de miel; un ave de alas rizadas con ocho ramitas donde estar de pie.

— ¿Por qué esto dura tanto? —balbucea Wooyoung y empieza a ver alrededor—. ¡Ya sé que esto pasará! ¿¡Qué más quieren que vea!? —pregunta al aire, al techo, sin nada que pueda responder.

Solo notando un chispeo dorado, como una pequeña energía que se muestra por primera vez, pero desaparece rápidamente.

Solo le queda continuar hacia adelante. En otras ocasiones, era más complicado discernir entre una visión y la realidad porque era seguir con el flujo de la vida. No obstante, en este preciso momento, no comprende qué debe ver de aquí ¿Es los tatuajes? ¿La destrucción? Trata de encontrar algún calendario, alguna pista más consistente, pero no está por ninguna parte. Todo lo que hay es el enorme caos y el silencio agobiante.

¿Acaso no hay nadie con vida?

¿No hay nada más que esto?

Afuera, en la calle de nuevo, decide ir a la salida del Callejón Diagon y lo que consigue es peculiar cuando menos: las mismas apocalípticas condiciones. Recoge un panfleto del suelo. La cara de Seonghwa en este. El mismo rostro más adulto que recuerda muy bien.

Maquillaje.

Cabello negro y elegantemente peinado.

Un collar de serpiente, dorado y blanco.

Happy EndingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora