Capítulo 51: Aquella Ryvanna

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En las orillas elevadas y verdosas del Mar Cantábrico, se encajonaba un poblado dominado por la piedra beige y la paja desgastada. Cada casa, cilíndrica con tejado en punta, tenía a su alrededor un cerco en forma de herradura. La hierba chafada indicaba los caminos principales de la localidad.

Un bosque de alisedas protegía al poblado por el suroeste. Por el sureste, en cambio, se prolongaba una llanura, en la cual los kilómetros se perdían. La constante lluvia impedía que el color amarillo aparecieran.

En la parte herbada trasera de una de las casas, una mujer y su hija depositaban semillas de centeno en un cuenco de barro. Nada más llenarlo, lo colocaron encima del cerco en forma de herradura. Debido al clima helado y húmedo, ambas vestían una túnica encapuchada, parda y un pantalón de lana negra y botas y guantes grises con metal punzante como ornamenta.

WANILA: No creo que aparezcan muchos. Pero no hay que rendirse.

El flequillo terroso oscuro de Wanilla y sus ojos de cobre asomaban por la capucha. 

WANILA: Silencio.

Un piar lejano se oía.

WANILA: ¿Tienes los guantes bien colocados?

Ryvanna asintió. Por aquel entonces, su piel era más blanquecina y sus mechones, menos abiertos.

WANILA: Ya llegan.

Dos jilgueros posaron sobre el cuenco de semillas de centeno. Wanila y Ryvanna, agachadas, avanzaron hacia el cerco. Con un solo manotazo, lograron aprisionar a las aves en los guantes.

WANILA: ¡Muy bien!

El jilguero agonizaba en el guante de Ryvanna. Apretó la mano y esperó a que dejara de piar.

Esa misma noche, madre e hija cenaron jilguero alrededor de la mesa central de piedra. Dirigían la mano al cuenco y despezadaban el ave asado.

RYVANNA: ¿Por qué somos las únicas del poblado que cazamos aves?

WANILA: Porque ni tú ni yo hemos ido a la guerra.

Ryvanna se limpió las manos en la propia túnica.

RYVANNA: Papá marchó feliz.

Wanila clavó los codos en la mesa.

WANILA: Fue obligado a servir a Frumario.

RYVANNA: ¿Se habrá divertido mucho?

Los brazos de Wanila temblaban.

RYVANNA: Tiene que ser como cazar jilgueros, pero mucho más grandes.

WANILA: Tu padre fue el jilguero de los guerreros de Requimundo.

Ryvanna retiró las manos del cuenco.

RYVANNA: ¡Mentira! Papá habrá cazado mucho.

WANILA: Ryvanna, papá no quería ir. Si le viste feliz la última vez, fue porque pensó que algún día volvería a verte.

Los brazos de Ryvanna también empezaron a temblar.

RYVANNA: ¡Él vendrá! Y si no viene, iré a verle. Y a cazar.

Wanila sollozaba discretamente.

WANILA: Ryvanna, tú tienes que quedarte en casa.

RYVANNA: Pero yo quiero cazar más cosas.

Wanila se levantó de la mesa y, de espaldas a Ryvanna, comenzó a llorar.

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