No dije más, salí de ahí con pasos cortos y difíciles, la espalda me dolía, también sentí un ardor en la palma de mi mano, seguro ahí tenía una cortada.
Escuché pasos y miré por el rabillo del ojo hacía atrás, venía el monstruo que me salvó, me costaba creer que alguien como él, estuviera al parecer, cuidándome.—¿Piensas comerme?... ¿planeas dañarme? —pregunté y me detuve ya casi para salir del callejón.
—Sí planeara hacerte daño. Ya lo hubiera hecho, créeme.
—¿Y por qué me perdonaste la vida? —me pasó a un lado y abrí la boca en asombro, las luces de la calle iluminaron su figura, le miré de pies a cabeza; era más parecido a una bestia, su cara era semejante a la de un lobo, todo su pelaje era blanco, era tan alto que me sentía pequeña, incluso, me intimidó otra vez.
Su mirada salvaje me observó, miré el color azulado en sus ojos.
—¿Esa es tu forma de agradecer? —preguntó algo molesto—; ¡¿querías morir a caso?!
Sí me hubiera hecho la misma pregunta, cuando me sentía sin fuerzas para continuar, cuando sentí que todo el mundo me aplastaba, la respuesta hubiera sido “sí”.
—No —dije bajo.
Di un paso adelante y sentía no podía con mi cuerpo, oí que los monstruos tienen una fuerza asombrosa, pero nunca lo había presenciado.
Incluso no me atreví a mirar atrás y observar el cuerpo muerto del monstruo.Sentí que estaba siendo observada por el monstruo que me salvó, levanté la mirada. Tenía arrugada la nariz en desagrado. ¿Molesto por no recibir las gracias?...
Es que aún me costaba creer que había sido salvada por un monstruo.
—¿Dónde vives?
Le di una mirada rara.
—No puedes ni caminar. ¿Dónde vives?
¿Él iba a llevarme?...
¿Podía confiar?
Lo pensé unos segundos.
—A cinco cuadras en el sur…
—¿Te hospedas en ese feo edificio? —pareció divertido de sólo pensarlo.
—Ahì no, es en el otro, el glamuroso —mentí, no iba a darle mi dirección exacta.
No respondió, después de limpiar sus garras en el pelaje de sus patas, acercó sus garras a mí y me agarró con facilidad, como una muñeca, me sentí incómoda y nerviosa. Tenía miedo de sólo imaginar pudiera dañarme con esas garras. Entonces… me cargó.
Seguía sin poder creer lo que estaba presenciando. ¿Podía ser verdad una cosa así?
Al tenerme cerca del pelaje de su pecho, cargándome con cuidado como sí fuese una hada, algo llamó mi atención. Él comenzó a caminar y yo miré rastros de unos pequeños pétalos en su pelaje.
¿Pétalos de flor?
¿A caso un monstruo podría gustarle las flores?
Acerqué mi mano a su suave pelaje y agarré un pétalo, que para él sería diminuto.
—¿Qué haces? —preguntó, me aferré a su pelaje porque él trepó por la pared de una casa, subiendo a los tejados. Temí me fuera a soltar.
—¿Por qué tienes pétalos? —no respondió.
En su momento no lo supe, no tenía idea.
Después de unos días, ya mejor, fui con Gabriel a la peletería. Compramos unas paletas, tomamos asiento dentro del lugar y platicamos, fue en ese día cuando entró y se acercó a nosotros un misterioso muchacho. Traía un suéter con la gorra puesta en su cabeza, sólo miré su mirada rasgada y unos mechones rubios sobresalir de la gorra.
Quedé muy sorprendida después de escuchar que se refirió a Gabriel como su padre. Miré a Gabriel.
¿Tenía un hijo y nunca lo dijo?
Con la boca abierta volví a mirar el muchacho. Parecía de mi edad. ¿Por qué Gabriel nunca lo dijo?....
Ellos iban a salir para platicar sus asuntos afuera, también me puse de pie y de una forma torpe, llené su suéter con mi paleta de fresa. Me disculpé pero él pareció molesto. Aunque calló de repente al verme. Después volvió a verme enojado por haber manchado su suéter y seguido de eso, salió con Gabriel.
Me quedé un rato ahí en la peletería y después salí. No los encontré, decidí buscarlos, fui a un callejón porque ahí miré a Gabriel. Me acerqué, no esperé encontrarme ahí con el mismo monstruo que me salvó.
Muchas preguntas surgieron en mí, a contrario de la vez cuando me salvó, estaba salvaje.
Todas las dudas que pude tener se desvanecieron sin tener respuesta, porque antes de saberlo, Gabriel me dio una pastilla, mintiendo era para calmar mis nervios. A causa de esa pastilla, lo que pude haber visto, sabido, se borró de mi memoria.
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JUEGO DEL MONSTRUO (en proceso)
Hayran KurguMarinette Dupain-Cheng, siendo una niña de nueve años de edad, se ve obligada a asisitir a las primeras pruebas que se hacen todos los años en Agosto, en París, Francia. No sólo ella, todos los niños son obligados a asistir, sin importar sus respect...