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Había sido el primer día y no le fue tan bien como lo había pensado, creyó que solo habría una pequeña rencilla entre ambas y que luego solo se ignorarían mutuamente, pero aquel cubo de agua helada le estaba dejando en claro que apenas era un aviso de guerra.

¿Podría vengarse de la hija del jefe?

Quizá si es cautelosa con sus acciones, Chiara no sabría como culparla.

—¿Como te fue?— preguntaba la pequeña Tana, ella estaba haciendo su tarea sobre su cama.

—Bien— mostró una sonrisa. Se acercó a su armario y dejó su bolso dentro, ya había anochecido y se encontraba muy cansada —¿Ya has cenado?— se quitaba su chaqueta.

—Sí, mamá ya está descansado, dejó tu cena en la mesa.—

—Bien— se dirigió a la puerta.

—¿Donde está tu ropa de esta mañana?— Tana preguntó dudosa, traía una ropa distinta con la que se fue esa mañana.
 
—Lo dejé allí, estaba sucia y me ofrecieron lavarla por mí— respondió con naturalidad y salió de la habitación.

Había mentido, la verdad era que su ropa estaba en casa de Ruslana, ella le había prestado al saber lo que esa niña rica le había hecho a su amiga.

Violeta movió la silla y se sentó para poder cenar, despató el plato y quedó pensativa al ver esa pequeña porción sobre la mesa. Le entristecia no poder darle más a su familia, ver como apenas y tenían para cada día, mientras los adinerados malgastan el dinero sin tener que preocuparse por nada.

Quitó esos pensamientos de su cabeza y prosiguió a comer, no le importaba que estuviera frio, no podían gastar gas innecesariamente.

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En cambio, ahora Chiara estaba relajada dentro de su bañera mientras escuchaba una tranquila melodía, unas velas con aroma a vainilla al rededor y traía una mascarilla junto a rodajas de pepino sobre los ojos.

—Paz...— susurraba.

Estaba en su propio mundo cuando su móvil comenzó a vibrar. Eso la hizo suspirar de frustración, se sentó con enfado y secándose las manos con una toalla, respondió el movil que estaba a un lado.

—¿Qué quieres?—

—Hey, tranquila— respondió Salma —¿Ya no puedo llamarte?—

—Ya, dime, ¿para qué me llamas?—

—Quería saber si ya lograste echar a esa chica.—

—¿A la jardinera?— preguntó confundida.

—Sí, esa misma, ¿Violeta?—

—No importa como se llama, y no, no logré echarla, vosotras mismas lo dijisteis, debo tener paciencia— volvió a recostarse —Y sobre eso,
¿has visto su cara cuando le eche esa agua congelada?— rió —Debí grabarlo, sería mi tesoro más preciado.—

—¿Y qué piensas hacer mañana?—

—No lo sé— se miraba las uñas —Podría soltar a los perros de vigilancia— rió con tan solo imaginárselo.

—Recuerda que solo debes echarla, no le hagas ningun daño.—

—Sí, como digas— giró los ojos —Tendré cuidado con lo que haga.—

—Está bien, ya tengo irme, hablamos mañana.—

—Igualmente— la llamada terminó.

Salma se recostó sobre su cama y suspiró, estaba pensativa, el rostro de aquella chica era lo único que había estado rondando por sus pensamientos desde que la vio.

Lovesick GirlsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora